LE PTIT BAR
Una cosa es segura: los bares como éste, tallado en un pañuelo de bolsillo, nunca lo verás. Es un lugar único y sorprendente que les desvelamos, una auténtica perla parisina que conservar. Al llegar es en primer lugar un matón de pelo gris que se asegurará de su entrada. En segundo lugar, no deberás sorprenderte del impresionante número de objetos, revistas y botellas de alcohol secular que podrás cruzarte. Finalmente, escondida detrás de una jaula que alberga dos canarios en la mina estoica, podrás conocer por fin a la señora Paulo, bien la afortunada propietaria de los lugares desde hace cuarenta años, ocupada con somnoler después de comer. Porque, como usted dice resucitado, esta última es septuagenaria. Así que, por supuesto, no vayas con la esperanza de agacharte sobre unos calzones, ni siquiera para la limpieza, pero corras, lleno de respeto, por este personaje a los pomposos tostados y rosas que escalonan, temerario, una pila de periódicos para atrapar una copa. Le hablará del tiempo, de los libros que ama, de sus vecinos o de su último viaje en autobús que le llevó horas… Y esta vez sabrán: está en París.