Magna Grecia
Las conocemos como italianas, pero las tres regiones que nos interesan han conocido otros destinos, especialmente el de haber estado unidas a Grecia cuando, mucho antes del nacimiento de Cristo, esta había decidido formar colonias. De esta herencia y de la mezcla de culturas resultante, tenemos varios nombres de poetas, desde el muy enigmático Leónidas de Tarento hasta el ineludible Horacio. Poco se sabe de la vida del primero, y aunque sus epigramas permanecieron ocultos durante mucho tiempo, se dice que muestran tal ternura hacia el pueblo llano que todavía vale la pena leerlos.
Luego vinieron tres poetas latinos, Livio Andrónico, Quinto Ennio y Marco Pacuvio, que nacieron respectivamente hacia los años 280, 239 y 220 a. C., los tres en la actual Apulia. La historia, o leyenda —según se mire—, dice que Livio fue hecho prisionero cuando era solo un niño, en el 272 a.C., cuando los romanos tomaron Tarento. Liberado por el maestro para el que trabajaba educando a sus hijos, habría puesto su bilingüismo al servicio de las letras, traduciendo a dramaturgos griegos y escribiendo Odusia, cuyos cuarenta fragmentos conservados sugieren que fue la primera epopeya escrita en latín. Ennio, que dominaba el osco, una lengua ya extinta, además del griego y el latín, también ayudó a impulsar la literatura en lengua latina. Generalmente se le considera el padre de la poesía latina porque fue capaz de adaptar a ella el hexámetro griego, un verdadero reto teniendo en cuenta que el resto de los poetas aún se conformaba con el insípido verso saturniano. Su sobrino y discípulo Pacuvio no poseía su vigor estilístico, pero alcanzó cierto prestigio con sus tragedias, especialmente con Paulus, la más conocida.
Horacio nació en Basilicata, y más concretamente en la ciudad de Venosa. Su padre trabajó muy duro para ofrecerle una educación que completaría en Atenas, aunque fue justo en esta ciudad donde tomó una decisión que podría haberle costado muy caro. Cuando Julio César fue asesinado en el año 44 a. C., decidió alistarse en el ejército de Bruto, quien fue derrotado en la batalla de Filipos. Horacio se vio obligado a huir. Una amnistía le permitió regresar de nuevo a Italia, con lo que cambió su suerte, y su encuentro con Virgilio, que le presentó a Mecenas, confidente de Augusto, le ofreció la posibilidad de recuperar el favor del emperador, contra el que había luchado, a través de su literatura, inicialmente política en forma de poemas. Por supuesto, han sobrevivido sus Sátiras y Epodos, pero él estaba más orgulloso de sus Odas. También dejó dos casas, una en su ciudad natal, y la segunda —regalo de Mecenas— en Sabina.
Negación y política
En los siglos siguientes, el sur de Italia fue cayendo en la pobreza y sufrió un cierto abandono, aunque Apulia vivió una verdadera época dorada en el siglo XIII bajo el reinado de Federico II, que era un apasionado de la región. Muy culto y abierto a todas las influencias, se dice que su corte acogía a muchos poetas de la región, pero sus nombres no han pasado a la historia. Esta decadencia se dejaba sentir también en la literatura, a pesar de que, en el siglo anterior, Calabria fue el escenario de una grandiosa canción de gesta en francés antiguo, que contiene más de once mil decasílabos monorrimos: Aspremont. El autor, anónimo, relata los conflictos entre Carlomagno y Agolant, y también alaba las proezas de juventud de Roldán, héroe de otro famoso poema épico. Por último, el tacón de la bota inspiró a un escritor inglés, Horace Walpole, a escribir la primera novela gótica. Publicada en 1764, El castillo de Otranto conjura fantasmas y maldiciones con un talento aún apreciable.
¿Será que la indigencia y el ostracismo animan a los escritores a dedicarse a la política y al periodismo? Este parece ser el caso de toda una generación de autores, cuyo líder podría ser Francesco Saverio Salfi, que nació en 1759 en Cosenza. Se ordenó sacerdote, pero siguió siendo poeta, y acabó colgando el hábito de cura en favor del traje de hombre de teatro antes de asumir el papel de crítico literario. El compromiso de Vittorio Visalli (1859-1931) es aún más evidente si se se tiene en cuenta que varios hombres de su familia, entre ellos su padre, conocieron la prisión por haber participado en la Primavera de los Pueblos de 1848, y que él mismo se convirtió en abogado. Apasionado por la historia, tanto la antigua como la del Risorgimento, pero también por la contemporánea —la que lo llevó a recoger testimonios tras el terremoto de 1908—, se mantuvo a lo largo de toda su vida profundamente vinculado a su región natal, Calabria. ¿Y qué decir de Bruno Misefari, nacido en 1892 en el pequeño pueblo de Palizzi, cuyas fervientes opiniones anarquistas le llevaron a un largo exilio en Suiza y luego en Alemania, y a tener muchos problemas con la justicia de su país? Con su amigo ferroviario Antonio Malara, creó el periódico L'Amico del popolo, que se publicó clandestinamente desde 1925. Su poesía no se publicó hasta después de su muerte en 1936. Por último, no solo fue el cofundador del Partido Comunista Italiano, sino también autor de una gran cantidad de novelas dedicadas a Calabria; ninguna de ellas ha sido aún traducida al castellano.
La bomba y el renacimiento
Indirectamente, también fue la política la que dio origen a una de las obras maestras del siglo XX. Así, del exilio que le impuso el fascismo en Aliano, en Basilicata, Carlo Levi regresó con el material que, diez años después, utilizaría para escribir un libro increíble, tanto en la forma como en el contenido: Cristo se detuvo en Éboli. Su historia comienza con la promesa de volver a esta aldea olvidada por Dios, y acabaría cumpliéndola ya que sus últimas voluntades exigían que fuera enterrado allí. La historia es tan conmovedora que ha sido traducida a más de treinta idiomas y ha vuelto a poner en el orden del día la cuestión del Sur, expresión que apareció por primera vez en boca de un diputado en 1873 y que engloba las preocupaciones relacionadas con las fuertes disparidades económicas entre el Norte y el Sur.
La literatura prolonga este estado de cosas en una corriente poco conocida, el meridionalismo, que sin embargo incluye a autores tan importantes como Fortunato Seminara, Corrado Alvaro (Gente del Aspromonte, editorial P. Capanaga) o Saverio Strati en Calabria, pero también Leonardo Sinisgalli, Rocco Scotellaro, Mario Trufelli o Raffaele Nigro (Viaje a Salamanca, Caja Duero) en Basilicata. El Mezzogiorno se convirtió entonces en objeto de interés, pero también de estudio, como sugieren algunos de los trabajos del etnólogo Ernesto De Martino, que investigó las tarantelas, danzas tradicionales codificadas, que a veces llevaban al trance, y que se suponía que curaban el tarantismo, una enfermedad que hacía estragos en la Edad Media cerca de Tarento y que se creía causada por la picadura de una araña concreta, la (posiblemente) mítica tarántula.
Una segunda generación, nacida en la segunda mitad del siglo XX, siguió ahondando en la vena social, pero abordando un tema delicado, el de la mafia, que en Calabria se conoce como 'Ndrangheta. Para ello, la novela policíaca se convirtió en su género predilecto, como Mimmo Gangemi, quien, tras haber probado la novela histórica y el thriller financiero, conoció el éxito con las aventuras de su pequeño juez. Por su parte, Giancario De Cataldo se interesará por Calabria en Los traidores, pero es la mafia de Roma, su ciudad de adopción para el pullés, la que le ocupará en el díptico Suburra que escribirá con Carlo Bonini. Ambos magistrados, Nicola Gratteri y Gianrico Carofiglio, aprovecharán su experiencia profesional en su labor como escritores. El primero vive escoltado por la policía desde que empezó a investigar a la 'Ndrangheta (Hermanos de Sangre, publicado por Debate), algo que el segundo quizá evita utilizando la ficción en su serie protagonizada por el abogado de Bari Guido Guerrieri. Sus libros han sido publicados en España por Anagrama, Marcial Pons y la Esfera de los libros. Por último, Griaco Gioacchino se ha hecho notar favorablemente desde Almas Negras. El lector sigue los pasos de tres chicos de Lócrida que adoptan una vida de delincuencia para escapar de la pobreza, pero que se resisten a unirse a la organización mafiosa. Le siguió American taste en 2013 y Silk and the Gun en 2018, ambientada en la región de Aspromonte. Los últimos en llegar a la escena literaria no parecen dispuestos a abandonar la vena de la novela negra. Nicola Lagioia, nacido en Bari en 1973, fue galardonado con el prestigioso Premio Strega por La ferocitat (Edicions Bromera, en catalán). Antonella Lattanzi, dos años más joven, saltó a la fama con su primer libro publicado en 2010, Devozione. Su segundo libro, Una historia negra, ha sido traducido por Reservoir Books, quien también tradujo Las cosas que nunca se cuentan, donde la autora narra cómo la maternidad cambió su percepción del mundo. Por último, destacar a los jóvenes autores Andrea Donaera y Francesco Dimitri, quienes continúan dando protagonismo a la mafia en sus primeras novelas.