Una sociedad con valores muy tradicionales

Perú sigue siendo una sociedad conservadora en su mayor parte, que sigue proyectando sobre la comunidad figuras de referencia tranquilizadoras. Aquí, la familia está en el centro de todo, contra viento y marea. El vínculo familiar es un valor esencial para muchos. Tampoco es raro ver a varias generaciones conviviendo bajo el mismo techo (que se agranda a medida que se construyen pisos para alojar a los hijos, a sus familias y luego a los nietos). Sólo recientemente el mercado inmobiliario, en Lima por ejemplo, ha empezado a ofrecer apartamentos pequeños, dada la ausencia en la sociedad peruana de la búsqueda de independencia que parece caracterizar a nuestras sociedades europeas. Este apego a la familia parece trascender las diferencias sociales.

Por otro lado, Perú sigue siendo un país machista. La violencia doméstica es un grave problema en Perú y las cifras no disminuyen: en 2024 se registraron 23.500 casos de violencia sexual y se confirmaron 123 casos de feminicidio (170 en 2023). El programa nacional Aurora lleva estadísticas precisas pero escalofriantes. En 2011, el delito de "feminicidio" fue finalmente castigado con 15 años de prisión. Hoy, cada vez más mujeres se implican en la lucha contra la violencia de género. El movimiento #niunamenos recorre las calles de Lima cada agosto, dando la voz de alarma en cuanto se denuncia un caso. Una policía que no escucha y una justicia que aún demasiado a menudo falla a la ligera son puntos que las asociaciones denuncian continuamente. La violencia ordinaria existe también en un grado acusado en los pueblos rurales aislados, donde las víctimas no tienen acceso a un apoyo suficiente ni siquiera para denunciar los abusos sufridos.

Los avances en temas como el aborto y la homosexualidad son inexistentes. Si se celebran debates, se aplazan sistemáticamente sin que el país avance en estas importantes cuestiones. Hay algunos focos de progreso, pero la gran mayoría se esconde sabiamente bajo una fachada suave y armoniosa.

Derechos sociales precarios

Pobreza. El ingreso medio que da el INEI para los hogares peruanos es bajo: 1.695 soles, unos 410 euros, pero la realidad varía mucho entre hombres (2.295 soles) y mujeres (1.645 soles). El salario medio en Lima es un poco más alto, pero también lo es el coste de la vida. Si a esto añadimos la gran precariedad de derechos, no es nada fácil vivir al día en Perú. Alrededor del 58% de la población está vinculada al sistema bancario, cifras que varían muy ligeramente en función de la población activa y/o urbana, pero sigue habiendo una media del 70% de peruanos que viven al día en el seno de una economía informal que, además, se ha visto paralizada por la crisis de Covid. Estos oficios precarios e itinerantes reaparecieron al cabo de unos meses, la necesidad es la ley, y explican en parte la rápida propagación del virus en una población poco protegida.

La salud. Según el INEI, el 88,4% de los peruanos tienen acceso a la seguridad social. En 2002, el gobierno peruano instauró un Seguro Integral de Salud (SIS) destinado a garantizar el acceso de los más pobres a los servicios sanitarios básicos. Hoy en día, más del 60% de los asegurados están cubiertos, lo que significa que muy pocas personas se benefician aún de una protección social completa. El SIS aún tiene que demostrar su eficacia, sobre todo en las zonas rurales, donde el acceso a la atención y a los medicamentos es difícil. El sistema público Essalud tiene bastante mala reputación debido a la saturación de los hospitales y a la falta de recursos, mientras que el sistema privado es muy caro. En general, la atención sanitaria es muy cara y la automedicación está a la orden del día. El Covid-19 se ha cobrado víctimas de todas las clases sociales en Perú. Resulta imposible encontrar camas de cuidados intensivos, pero muchas de las víctimas también han optado por morir en casa para no aumentar la carga financiera de sus familias. Como en otros lugares, el precio de los balones de oxígeno se disparó, se formaron colas interminables y, en algunos casos, sólo la solidaridad familiar permitió salvar a los pacientes con unos costes de hospitalización totalmente desorbitados.

Lajubilación es otro ámbito en el que la situación es muy desigual. Desde principios de los años 90, Perú ha reestructurado su sistema nacional de pensiones transfiriendo la responsabilidad social del sistema a la responsabilidad individual (ahorro individual obligatorio y planes de pensiones privados voluntarios). Este sistema privado sólo cubre al 7% de los hogares más pobres. El expresidente Ollanta Humala introdujo una pensión mínima de vejez en 2011 (el programa Pensión 65). Este sistema cuenta con más de 800.000 beneficiarios que reciben 250 soles cada 2 meses. La esperanza de vida es ahora de 73 años de media (aumentará a 76 en 2019). Las clases medias han sobrevivido en parte a la crisis porque el Gobierno ha abierto el derecho a recuperar anticipadamente estos fondos privados de jubilación, sujetos a un límite máximo. Un gran número de ellas se ha acogido a esta medida, que ha supuesto una solución al "aquí y ahora". Entre abril del 2020 y febrero del 2021, 6,8 millones de afiliados retiraron 32,7 millones de soles. Solo 1 millón de afiliados dejó intacto su fondo de pensiones. Esta verdad económica ha permitido apoyar la recuperación y reactivación, pero también anuncia mayor inseguridad en el futuro.

Los retos de la educación

Como todo, el sistema educativo en Perú es de dos niveles. En el sector público, las clases suelen estar masificadas. Los profesores del sector público también tienen mala reputación: cobran tan poco que tienen que buscar otro trabajo aparte. Los alumnos de casi todas las escuelas (públicas y privadas) llevan uniforme. Los del sector privado (y muy caro) suelen seguir cursos más largos, a veces hasta la universidad (que también hay que pagar). Tanto las escuelas públicas como las privadas suelen dar clase por la mañana. Según el INEI (Instituto Nacional de Estadística), la tasa de analfabetismo en Perú es del 5%. También existe una importante brecha de género, que afecta sobre todo a las mujeres de las zonas rurales, el 25% de las cuales son analfabetas.

A pesar de ello, las cifras de acceso a la educación seguían una curva ascendente antes de la crisis, pero las escuelas permanecieron cerradas en Perú desde el inicio de la crisis de Covid, ¡para volver a abrirse más de un año y medio después! El proceso de reanudación de las clases semipresenciales comenzó en abril de 2021 en las zonas rurales donde el acceso a Internet es difícil. Entonces, el gobierno decidió finalmente dejar que las escuelas definieran "la apertura de clases semipresenciales sobre la base de criterios flexibles, progresivos y voluntarios, y con total seguridad en lo que respecta a las normas sanitarias". En los casos más privilegiados, los sistemas de educación a distancia han permitido mantener un vínculo escolar, pero sólo en 2020, 230.000 niños abandonaron el sistema. Según un estudio del Ministerio de Salud peruano (Minsa) y UNICEF, más del 30% de los niños y adolescentes del país sufren discapacidades cognitivas y mentales. La crisis habrá costado caro a las generaciones futuras. Y las brechas no han hecho más que aumentar durante este largo paréntesis en un país donde, no lo olvidemos, una media del 50% de los hogares tiene acceso a Internet.

La llegada al poder de un antiguo maestro de escuela provincial en el puesto presidencial creó algunas ilusiones sobre una próxima y necesaria reforma de la educación, pero pronto se vieron ahogadas por el "negocio"; ninguna reforma importante ha visto la luz desde entonces, a pesar de que el presidente fue destituido y sustituido por Dina Boluarte.

Crónicas del racismo ordinario

Desde 2010, el Ministerio de Cultura peruano cuenta con un Viceministerio de Interculturalidad para mantener la vigilancia y las directrices para evitar la discriminación de cualquier tipo de ciudadano o pueblo. Y la discriminación está penada por la ley. Sin embargo, el 53% de los peruanos cree que sus conciudadanos son racistas: hacia las minorías quechua o aymara que dominan mal el español, hacia la población afroperuana o las etnias amazónicas. En una sociedad que es un crisol de culturas, el racismo es bastante difícil de definir. Casi todas las familias tienen su "gordo", su "flaco", su "chato", su "chino" (de rasgos asiáticos), su "negro o negra" (de piel más oscura), su "cholo" (de rasgos andinos) o incluso su "gringo" (el más blanco de todos), y nadie se ofende. Pero estos mismos adjetivos en otro contexto marcan una categorización social muy arraigada. Aquí también leemos a los demás a través del color de su piel. El sistema dominante, blanco o mestizo e hispanohablante, es estructuralmente excluyente y las cosas luchan por cambiar. Los indígenas y afroperuanos tienen poca representación política, económica y cultural. Varios autores y pensadores jóvenes luchan por la recuperación de las identidades dentro de la sociedad, y las cosas están cambiando poco a poco. Están surgiendo jóvenes cantantes quechuas como Renata Flores y Liberato Kani. La moda también se está volviendo más inclusiva, tomando marcadores de identidad (tejidos autóctonos, colores) y combinándolos con otros. Queda mucho camino por recorrer. En 2021, la aparición de Pedro Castillo, que casi siempre lleva un sombrero tradicional de paja de Cajamarca, volvió a poner la cuestión de clase en el centro del debate político. La propia campaña no estuvo exenta de este racismo ordinario, que no hace sino entorpecer a una sociedad que esconde entre estas minorías a muchos de sus talentos más creativos. Ellos también son portadores de la inigualable resiliencia y constante reinvención que caracteriza a esta joven sociedad peruana, que aún se busca a sí misma pero que poco a poco va configurando una cara distinta del Perú.