Se trata de un pequeño y pintoresco pueblo situado a orillas del río del mismo nombre, al que algunos encuentran un fantasioso parecido con el pueblo de Macondo descrito por Gabriel García Márquez en su novela Cien años de soledad: casas bajas y de colores, techos de teja francesa que se cuecen al sol y profusión de mangos y otros árboles tropicales que abundan por doquier. En la época prehispánica, la región estaba habitada por los indios chontales, y luego los españoles descubrieron el río Palizada mientras exploraban el río Usumacinta. Se asentaron en sus orillas a principios del siglo XVII, pero no fue hasta 1792 cuando el rey Carlos IV de España ordenó oficialmente la fundación del pueblo para evitar que la región fuera invadida por los ingleses, que ocupaban entonces Cuidad del Carmen. Las maderas preciosas, incluido el famoso árbol del tinte que era muy apreciado en Europa, se enviaban por vía fluvial a los puertos del Golfo de México, mientras que las mercancías europeas llegaban en la otra dirección. Unos cuantos cañones que abren sus bocas en el río nos recuerdan un pasado menos pacífico que la impresión que nos deja hoy el pueblo: las incursiones de los piratas y, más recientemente, el estatus de punto estratégico que ocupa el pueblo en la época de las guerras internas, en la principal ruta fluvial entre los Chipas, los pantanos de Tabasco por un lado y la Laguna de Terminos por otro.

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