A lo largo de la carretera de Saint-Augustin, a unos 10 km de Tuléar, hubo una vez un pequeño jardín. Hay un espectáculo asombroso: todo su espacio está lleno de unas trescientas raíces de fihamy, un ficus baniano(Ficus Bengalensis), uno de los más grandes de la isla. Ya no es un árbol, ¡es un pequeño bosque en sí mismo!He aquí su historia: abrumados por las crecidas del río Firehenana, los habitantes del pueblo pidieron ayuda al rey Lahimirija (Andriamivahatsarivo). El rey pidió consejo a los sacerdotes del norte, sur, este y oeste. Todos respondieron que había que atar a una joven virgen y a un niño de nueve años con una rama de ficus banian y enterrarlos vivos. Así se hizo. El río aceptó el sacrificio e hizo un desvío. Desde entonces, sus crecidas han librado a la aldea (de ahí su nombre: Miary = desvío, desviación). En el lugar donde perecieron los dos niños ha surgido este enorme baniano. Es su reencarnación, de ahí su carácter sagrado. Está prohibido cortar sus ramas o recortar su corteza. Los aldeanos cuentan que un comorano que pasaba por allí arrancó un trozo de corteza; inmediatamente el árbol sangró. Los dos hijos del comorano murieron. Él mismo murió poco despuésEl jardín donde se alza el baniano es apto para la meditación. Se han colocado bancos y las cabras juegan entre las altas raíces.

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