La pequeña ciudad de Volcán, de apenas 2.000 habitantes, fue un pueblo de plantaciones de azúcar en el siglo XIX gracias a la fertilidad de su suelo volcánico. El pueblo, enclavado entre helechos arborescentes, ha conservado todo su encanto del viejo mundo y es un lugar especialmente agradable para alojarse. A sólo unos minutos en coche de la entrada al parque nacional, merece la pena pasar una o dos noches aquí para ver la erupción por la noche. El pueblo cuenta con dos minimercados, una gasolinera y cuatro cafés, pero todos cierran a última hora de la tarde. Por último, el pueblo cuenta con una galería de arte y varios artistas abren sus estudios.

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