En la carretera de Inca, Binissalem es la cuna del vino y vive casi exclusivamente de él. No se deje engañar por lo que ve desde la carretera: despreciado por los turistas que prefieren la costa, este encantador pueblo merece una visita. Alrededor de su maciza iglesia se alzan unos cuantos plátanos bajo los cuales, los sábados por la mañana, los vendedores de pájaros acuden a vender palomas, gallos o canarios. En Binissalem también hay unas cuantas bodegas de vino (José Luis Ferrer en particular) donde se puede disfrutar de una sabrosa cata de vinos. Si está aquí en septiembre, no se pierda las festes des vermar , una fiesta que se celebra cada año después de la cosecha.

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