Situación política
La situación política en China se basa en un equilibrio orquestado por el Partido Comunista Chino (PCCh), única fuerza gobernante desde 1949. Este sistema autoritario centralizado se ha adaptado a un país en rápida transformación, manteniendo al mismo tiempo un rígido control sobre las instituciones y la sociedad. Bajo Xi Jinping, presidente desde 2013, el control político se ha intensificado, con una concentración de poder en sus manos. La abolición de los límites del mandato presidencial en 2018 ha reforzado esta tendencia, permitiendo a Xi Jinping mantener una influencia duradera, en una ruptura con las prácticas establecidas bajo Deng Xiaoping.
La administración del Estado en China está centralizada y jerarquizada, con instituciones clave que desempeñan papeles importantes. El Presidente es también Secretario General del PCCh y Presidente de la Comisión Militar Central, lo que consolida su autoridad sobre el aparato estatal y las fuerzas armadas. El Primer Ministro, Li Qiang desde 2023, dirige el Consejo de Estado, órgano que supervisa la aplicación de las políticas nacionales a través de ministros y consejeros de Estado. Este gobierno centraliza las decisiones y coordina su aplicación a todos los niveles.
La Asamblea Popular Nacional (APN), considerada a menudo como una cámara de grabación de las decisiones del PCCh, valida las leyes y supervisa los nombramientos clave. Además del PCCh, otros ocho partidos denominados "amigos" desempeñan un papel consultivo limitado y dan la apariencia de pluralismo. Estos partidos participan en la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino (CCPPC), órgano que asesora al gobierno en cuestiones económicas y culturales.
En este contexto, China aplica una política de mayor centralización, destinada a uniformizar las políticas locales y reducir las diferencias regionales. Este enfoque es especialmente evidente en la gestión de zonas autónomas como Xinjiang, Tíbet y Mongolia Interior, donde se aplican estrictas medidas para evitar cualquier atisbo de separatismo y donde las "campañas de reeducación cultural", criticadas internacionalmente, son justificadas por Pekín como necesarias para garantizar la unidad nacional y combatir el extremismo. Presentado por Xi Jinping en 2013, el "sueño chino" (中国梦, zhōngguó mèng) refleja una visión de prosperidad nacional e individual. Pretende promover una China fuerte, moderna y respetada en todo el mundo, al tiempo que promete mejores condiciones de vida. Sin embargo, esta ambición va acompañada de un control ideológico más estricto, en el que la lealtad al PCCh sigue siendo esencial. Hong Kong, antaño símbolo de relativa autonomía bajo el principio de "un país, dos sistemas", también ha visto transformarse radicalmente su panorama político. Desde la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional en 2020, se ha reprimido toda disidencia y se ha marginado a las fuerzas prodemocráticas.
En el plano internacional, China se enfrenta a una creciente oposición a su reafirmación en regiones estratégicas como el Mar de China Meridional. Esta zona, reclamada por varios países vecinos, se ha convertido en un punto central de la política exterior de Pekín. Las tensiones en torno a Taiwán, que China considera una provincia renegada, también ilustran la determinación del PCCh de preservar lo que percibe como su integridad territorial. La concentración militar en el estrecho de Taiwán y la presión diplomática sobre los aliados de la isla son ejemplos concretos de este planteamiento.
Las herramientas digitales desempeñan un papel central en esta dinámica. Las tecnologías de vigilancia masiva, como los sistemas de reconocimiento facial y las redes de cámaras, se utilizan ampliamente para controlar el comportamiento individual. Además, el sistema de crédito social combina estas tecnologías para evaluar la fiabilidad de los ciudadanos. Plataformas como WeChat también permiten a las autoridades recopilar datos personales. Al mismo tiempo, la censura en línea bloquea los contenidos sensibles, mientras que las campañas orquestadas en las redes sociales promueven las narrativas oficiales del Partido. Estas tecnologías refuerzan el control del régimen sobre el espacio público y privado, planteando interrogantes sobre la frontera entre la seguridad nacional y las libertades individuales.
Como resultado, la situación política en China se caracteriza por un control más estricto y una gestión centralizada, con la estabilidad a toda costa como objetivo primordial. Aunque este modelo ha permitido mantener el orden en un país tan vasto y diverso, también está generando tensiones, tanto dentro de sus fronteras como a escala internacional.
Situación económica
En 2024, China experimentará un crecimiento moderado, con un aumento del PIB del 4,5% en 2023. Representa el 28% de la producción manufacturera mundial y destaca en tecnologías punteras con Huawei y Tencent, al tiempo que es líder en energías renovables, produciendo el 40% de los paneles solares del mundo.
El sur de China desempeña un papel clave gracias a Shenzhen, apodada "el Silicon Valley chino", que atrae 10.000 millones de dólares de inversión extranjera al año, y Guangzhou, cuyo puerto gestionó 23 millones de contenedores en 2023. Hong Kong sigue siendo un centro financiero estratégico a pesar de los retos políticos.
Sin embargo, persisten las desigualdades. Los ingresos medios en zonas rurales como Guizhou y Yunnan son inferiores a 2.500 dólares anuales, frente a los más de 15.000 dólares de ciudades como Shenzhen. A pesar de la ralentización económica generalizada en todo el mundo, China sigue siendo la segunda economía mundial, después de Estados Unidos.
La pregunta que se plantea a menudo: ¿es China un país comunista o capitalista? Políticamente, China está dirigida por el Partido Comunista Chino, que controla las instituciones del país. Sin embargo, su economía combina elementos comunistas y capitalistas. El Estado domina sectores estratégicos como la energía y el transporte, al tiempo que permite prosperar a las empresas privadas. Empresas como Alibaba y Tencent ilustran esta hibridación. Alibaba ha transformado el comercio electrónico con Taobao (el mayor minorista en línea del país), y Tencent ha revolucionado la comunicación con WeChat. Este modelo atrae a inversores extranjeros y fomenta la innovación, al tiempo que mantiene el control estatal en áreas clave. En resumen, China combina la centralización política con el dinamismo económico.
El papel del turismo
El turismo en China es un pilar económico importante, aunque su desarrollo ha experimentado fluctuaciones recientes. En 2019, antes de la pandemia, China acogió a más de 65 millones de turistas extranjeros, que generaron unos 35.000 millones de dólares en ingresos. Las restricciones vinculadas a la crisis sanitaria han provocado una drástica caída, con menos de 5 millones de visitantes en 2020, un descenso de casi el 90%. En 2022, la reapertura de las fronteras provocó una recuperación, con 15 millones de visitantes. En 2024, la supresión de visados para muchos turistas europeos impulsó el sector, con más de 17,25 millones de visitantes extranjeros en los siete primeros meses, un aumento del 129,9% respecto al año anterior. De ellos, casi un millón entraron sin visado.
China atrae a una clientela variada: dominan los turistas asiáticos, sobre todo de Corea del Sur y Japón, pero los europeos y estadounidenses muestran un repunte. El turismo interno sigue siendo crucial, gracias al aumento del poder adquisitivo y a las vacaciones pagadas. El Sur está experimentando una gran expansión turística gracias a sus espléndidos parajes naturales y pueblos, como Fenghuang y Furong, que ganan en popularidad.
Actualidad
En el plano económico, el país pretende mantener un crecimiento estable, en torno al 4,5% en 2023, al tiempo que acelera su transición hacia un modelo basado en la innovación y el consumo interno. Además, el rápido envejecimiento de la población, con más del 20% de los chinos ya por encima de los 60 años, plantea la cuestión de cómo financiar las pensiones y la atención médica. Socialmente, la lucha contra las desigualdades de renta entre las zonas rurales y urbanas también sigue siendo un reto crucial.
En el plano internacional, China sigue extendiendo su influencia, sobre todo en África, donde está especialmente interesada en acceder a recursos naturales como el petróleo, el cobalto y los minerales raros, esenciales para su industria. Proyectos de infraestructuras como ferrocarriles en Kenia y presas en Etiopía ilustran esta estrategia, pero a veces son criticados por endeudar a los países socios. Por ejemplo, un estudio del Banco Mundial de 2022 destacaba el hecho de que Kenia dedica casi el 30% de sus ingresos públicos anuales a reembolsar las deudas vinculadas a estas inversiones chinas, lo que limita su margen presupuestario para otras prioridades. Al mismo tiempo, las relaciones con Estados Unidos y Europa son tensas, marcadas por las restricciones a las exportaciones de semiconductores y las sanciones comerciales. La cuestión de Taiwán, cuya soberanía reclama China, sigue siendo un punto álgido, al igual que las reivindicaciones en el Mar de China Meridional, que preocupan a sus vecinos.
Por último, China debe conciliar sus objetivos de desarrollo con los imperativos medioambientales. A pesar de ser el mayor emisor mundial de CO₂, el país es también líder en energías renovables, produciendo casi el 40% de los paneles solares del mundo. Iniciativas como la red de parques eólicos marinos de Jiangsu, la mayor del mundo, demuestran la voluntad de reducir las emisiones, pero la dependencia del carbón sigue siendo una realidad, ya que alrededor del 56% de la electricidad china sigue generándose a partir de esta fuente. Estos múltiples retos reflejan la complejidad de la trayectoria de China.