Sitios arqueológicos artesanales científicos y técnicos para visitar Uzbekistán

Las visitas a este taller son gratuitas y permiten seguir todos los pasos de la fabricación de la seda: desde la clasificación y cocción de los capullos hasta el tejido de alfombras y tapices, pasando por el diseño de ikats y el teñido. Los colores que utilizan proceden de productos naturales (piel de cebolla, granadas, turquesas, mariquitas...). En la fábrica trabajan 200 personas que producen de 50.000 a 60.000 metros de seda cada año, pero pueden aumentar su producción hasta los 200.000 metros si es necesario. Lo más interesante —y lo más bello— es ir a ver los telares tradicionales, que tienen entre cien y doscientos años de antigüedad. A los trabajadores de esta zona solo se les encargan las telas de la mejor calidad. Le harán una demostración sin ningún problema. También puede solicitar ver los talleres más modernos, donde gran parte del trabajo está mecanizado. En la entrada hay una tienda en la que venden telas y alfombras. Los precios son obviamente mucho más bajos que los que se pueden encontrar en el bazar.

Una vez que se encuentre frente al desierto de Aral, que se extiende hasta donde alcanza la vista, puede que se sienta tentado a avanzar para ver lo que queda del mar. Para ello son necesarias dos horas de camino entre dunas y arena. Obviamente es imposible prescindir de un vehículo 4x4 adecuado, así que no intente aventurarse en la zona con un turismo, quedaría embarrancado inmediatamente. Las agencias especializadas pueden organizarle la excursión, lo cual es muy recomendable: los paisajes son magníficos y uno se siente allí realmente solo en el mundo. ¡Atención! No vaya sin un guía si no conoce la ruta: no hay caminos trazados ni indicaciones (estará en medio del desierto). También, verifique el pronóstico del tiempo antes de comenzar el viaje. Si se anuncia lluvia, aplácelo: el desierto de Aral es una cuenca por debajo del nivel del mar (obviamente, al ser un lecho marino) y con lluvias fuertes en la región algunos sectores pueden llenarse con un metro de agua en cinco minutos. Parece improbable, pero ya les ha pasado a algunos turistas inconscientes que han quedado atrapados en el techo de su jeep durante 24 horas sin poder pedir ayuda. En estos casos, es necesario esperar hasta que el sol de plomo evapore toda la lluvia acumulada. En resumen, se trata de un ámbito peligroso en el que no hay que aventurarse sin la compañía de profesionales.

Nor, la ciudad sogdiana, data del siglo IV a. C. Aún no ha sido excavada. En otras palabras, el lugar puede estar lleno de tesoros desconocidos. Su planta es una réplica del contorno del Gran Oso, muy eficaz contra los ataques. Alejandro Magno instaló aquí su ejército antes de lanzarlo contra Samarcanda y el valle de Zeravchan. Detrás de la fortaleza, un sendero de pocos kilómetros conduce a unos petroglifos de la Edad de Bronce.

La antigua mezquita con iwán y la madrasa adyacente del barrio judío se convirtieron en 2001 en un centro artesanal bajo los auspicios de la UNESCO. Se trata de un centro de aprendizaje especializado en el tejido, tanto de alfombras como de suzani, que luego se bordan en el lugar. Algunos maestros artesanos transmiten sus conocimientos ancestrales a una docena de aprendices. Los colores utilizados para teñir los hilos, 100 % de seda, son, por supuesto, naturales. Aquí todo se hace bien. No es un lugar de visita turística sino un centro dedicado a la enseñanza. Lo mejor es que informe previamente de su visita para no interrumpir las clases. Es un lugar muy bello y tranquilo alrededor de una morera centenaria.

Este es el nombre popular dado a las estrechas gargantas del río Sanzar, un paso obligatorio entre Taskent y Samarcanda, con el río que serpentea entre los montes de Nurata y las estribaciones de las montañas del Turquestán. Literalmente, significa «por donde ha pasado la serpiente». También es conocido como las puertas de Tamerlán. Aquí se comercializan las mejores manzanas uzbekas, que se cultivan en la región y se distribuyen a lo largo de las carreteras durante la temporada de cosecha.

Este embalse de montaña es el lugar privilegiado de las clases ricas de la capital, tanto en verano como en invierno. Vienen aquí para pasar un buen rato en plena naturaleza mientras exhiben su lado bling-bling, como si se tratara de Marbella o del Chamonix uzbeko. Se ofrece alquiler de casas rurales, camping y pícnic en el lago, alquiler de barcas a pedales, parque de atracciones para niños o pesca. Es frecuente encontrarse a los alumnos de las mejores escuelas de Taskent, que vienen a pasar unos días de colonias como premio por sus esfuerzos durante todo el año.

Esta ciudadela impresiona inmediatamente por su vasta extensión. Las murallas se han conservado relativamente bien y es posible recorrerlas casi por completo sin bajarse. Al igual que Ayaz Kala, Djambaz Kala también se encuentra en medio del desierto y ocupa un lugar particularmente fotogénico, cerca de un lago, poblado solo por unas pocas águilas y marmotas. Observe las enormes dunas de arena que se forman junto a las murallas y que atestiguan el creciente proceso de sedimentación en la región tras la desaparición del mar de Aral. A 500 metros de la ciudadela hay un campamento de yurtas donde también se puede pasar la noche y organizar pequeñas excursiones en camello por el desierto.

Esta fortaleza presenta un conjunto de altas murallas detrás de las cuales se refugiaba la guarnición de Toprak Kala. Merece una visita, aunque las lluvias a lo largo de los siglos han debilitado considerablemente sus cimientos. En el momento de nuestra visita, un equipo arqueológico se encargaba de su restauración. La fortaleza debería recuperar su antigua gloria.

Fundada en el siglo I a. C., Varakhsha fue la residencia de los Bujar-Khudat, los reyes heftalitas que gobernaron tras la caída del Imperio kushán. La ciudad superaba entonces a Bujará en tamaño, y cuando los conquistadores árabes se apoderaron de ella mataron al rey Sukan y destruyeron su palacio. Luego hicieron decapitar a Buniat, un líder militar que intentó rebelarse. La ciudad perdió su poder político, pero hasta el siglo XII siguió siendo un importante centro económico. Las excavaciones arqueológicas han demostrado que, en la víspera de los ataques mongoles, la raba se extendía en un radio de dos kilómetros alrededor de la ciudadela. La ciudad era entonces famosa por su mercado del Nouruz, que duraba veinte días. Pero Varakhsha no tuvo las oportunidades de Bujará y, después de que los mongoles destruyeron su sistema de irrigación, se marchitó y se convirtió rápidamente en una ciudad fantasma. Las excavaciones sacaron a la luz frescos que decoraban el palacio del siglo VII. En uno de ellos puede verse una escena de caza en la que el príncipe, montado sobre un elefante blanco, es atacado por dos leopardos enormes. Los rostros están borrados, una evidencia de los daños causados por los guerreros musulmanes. El fresco se expone actualmente en el Museo de Historia de Taskent.

La fortaleza de Kampir Tepe se extiende sobre una terraza alta en la orilla derecha del río Amu Daria, a unos treinta kilómetros al oeste de la ciudad de Termez. Esta fortaleza, construida en el siglo III a. C. en el cruce de las rutas comerciales, cerca de las zonas fronterizas, fue una de las colonias más importantes del inmenso Imperio kushán. Alejandro Magno pasó por ella y cruzó allí el Amu Daria. El yacimiento actual se actualizó en 1972, y en la década de 1990 se realizaron grandes trabajos de mejora arqueológica. Se descubrieron importantes vestigios del budismo, lo que hace de Kampir Tepe una referencia esencial. El yacimiento es simplemente magnífico.

Su fundación se remonta a principios del primer milenio a. C. Los tres sitios de Padayatak tepe, Sangir tepe y Uzunkyr constituyen la antigua ciudad de Kish-Nautaka. Se puede pasear por las ruinas de la ciudadela y las fortificaciones. Este yacimiento arqueológico tiene un importante potencial de estudio debido a su ocupación ininterrumpida desde la Edad de Hierro hasta la época helenística.

En este taller se elaboran las tubeteikas, esas pequeñas gorras que llevan todos los uzbekos y cuyos diseños delatan su región de origen. Existen modelos clásicos y más elaborados para ceremonias. La especificidad de las gorras de Chust radica en el hecho de que se pueden plegar y guardar cuidadosamente en el bolsillo, como un origami. No ocupan más espacio que un teléfono móvil, y los uzbekos las cuidan mucho.

Visita a una de las fábricas de cuchillos más famosas de Uzbekistán. El cuchillo uzbeko tradicional se llama pitchok. Se dice que protege de las lesiones y del diablo, y suele guardarse en una funda de cuero negro decorada con vivos colores. Los encontrará por todas partes en Uzbekistán, desde el bazar Chorsú de Taskent hasta las cúpulas de los mercados de Bujará. Pero, por supuesto, no hay nada mejor que ver el proceso de fabricación en compañía del herrero, elegir, regatear y comprar su cuchillo directamente de manos del artesano.

Shorofidin proviene de una de las familias de artesanos más antiguas de Rishtan, y representa a la sexta generación. Hoy transmite sus conocimientos a su nieto. Durante la visita al taller se puede ver una película de diez minutos rodada en 1985 por el director ruso Malik Kayumov. La estrella era entonces el padre de Shorofidin. La cinta se centra principalmente en la elaboración de los motivos decorativos. En el taller encontrará cerámica decorada como en ningún otro lugar, y un poco diferente a los motivos tradicionales que se pueden ver en todo el país. El taller está situado lejos del centro, en la carretera que une Marg'ilon y Rishtan. Pida que le dejen en el parque de bomberos.

La gran fachada de tierra y sus muros de dos metros y medio de espesor han dado lugar a una de las leyendas más bellas de Termez. En las cuarenta salas repartidas entre las dos plantas de este edificio, las cuarenta mujeres del kan de Termez fueron asesinadas por las tropas de Gengis Kan tras haber resistido gloriosamente al invasor cuando este atacó a los niños. En realidad, según los arqueólogos, se trata simplemente de un edificio construido por los ricos para poder refugiarse en él durante las fuertes tormentas de arena, que son frecuentes en la región. El edificio estaba en su origen completamente cerrado por el tejado. En ambas plantas se abrieron ventanas delgadas y, como resultado de un cuidadoso cálculo, los rayos del sol llegaban al centro del edificio a ciertas horas del día.
Actualmente es más bien un patio de recreo para los niños que salen de la escuela, pero un pequeño paseo por sus venerables pasillos le convencerá de la fuerza de la leyenda: en el pasillo que da a la entrada, en su extremo izquierdo, un árbol votivo demuestra que sigue viva. Dado el estado actual del edificio, es difícil apreciar la complejidad de su arquitectura, pero se hará una mejor idea si lo compara con la maqueta que se muestra en el Museo Arqueológico de Termez. Algunos de los muros han sido restaurados, pero el interior cada año se parece más a un campo de ruinas que se derrumban sobre sí mismas. Se está considerando un proyecto de rehabilitación, pero de momento no se ha fijado ninguna fecha para ponerlo en marcha.

Sobre una ligera elevación, a unos cientos de metros de Fayaz Tepe, este complejo budista, hoy situado en terrenos militares, es inaccesible. Desde Fayaz Tepe, sin embargo, se puede ver el relieve del terreno donde se excavan las cuevas, en la colina. De hecho, Kara Tepe es un yacimiento arqueológico de gran importancia ya que es el único complejo troglodítico hallado en Asia Central. Tenía una extensión de unas siete hectáreas, al menos diez veces más que el terreno ocupado por su homólogo en la superficie, Fayaz Tepe. Una sucesión de espacios de diferentes épocas que abarcan varios siglos. Algunas secciones incluían tanto construcciones al aire libre como partes subterráneas. Al igual que en Fayaz Tepe, las excavaciones han demostrado que un sistema de riego permitía recuperar el agua, que muchos nichos albergaban esculturas de budas de oro o de cerámica y que las marquesinas descansaban sobre impresionantes columnatas. Su fundación data del siglo I y los arqueólogos creen que su apogeo se sitúa en torno a los siglos III y IV, antes de experimentar un declive fatal hacia el siglo V.

Fayaz Tepe, un complejo budista del siglo I d. C., es un lugar mágico, atemporal y especialmente conmovedor. En medio de la estepa, con el Amu Daria al fondo y Afganistán al alcance de la mano, podrá dejarse llevar por la calma y la belleza del lugar. Un laberinto de salas de estar y áreas de culto, el complejo recibió a peregrinos de todo el mundo hace dos mil años. Su renovación se completó en 2004 con el apoyo de la UNESCO: la estupa está ahora protegida de los elementos por una cúpula y solo puede verse a través de una ventana. Si tiene suerte, el guardia le dejará entrar y podrá echar un vistazo a lo que queda de la estupa original. Le describirá los budas de oro que adornaban los nichos, las fiestas que se preparaban en las cocinas gigantescas y los momentos de descanso cuando los peregrinos y monjes se tomaban su tiempo para refrescarse bajo los ventilados toldos.
El pequeño museo vecino no alberga los resultados de las excavaciones, pues la mayoría de las piezas se encuentran entre el Museo Arqueológico de Termez y el Museo de Historia de los Pueblos de Uzbekistán, muy lejos, en Taskent. En el patio central, un estanque reconstruido ilustra el ingenioso sistema de captación de agua de lluvia que se había puesto en marcha. A este respecto, también se había desarrollado un sistema de riego para aprovechar el agua del Amu Daria, a pesar de que se halla a varias decenas de kilómetros del lugar. Trate de visitar Fayaz Tepe al final del día: con la estepa que se despliega sin fin a su alrededor es absolutamente simple y poético.

Esta estupa es todo lo que queda de un complejo budista erigido en las cercanías de Termez en el siglo I d. C., al mismo tiempo que Fayaz Tepe y Kara Tepe en las cercanías. La altura original de esta torre de ladrillo, donde los monjes budistas iban a colocar sus ofrendas, es desconocida. Hoy en día, sus dieciséis metros de altura dominan una vasta extensión de campos de algodón y desierto. Los vestigios descubiertos por los soviéticos se llevaron a Rusia.

La antigua ciudad de Afrasiab, fundada a finales del siglo VIII a. C., reposa sobre una meseta de 220 hectáreas al norte de Samarcanda. Bautizada como Maracanda por los griegos, esta antigua ciudad tomó el nombre del mítico rey de Turán descrito por el poeta Ferdousí en su gran epopeya Shahnamé. Desde el siglo XIX, varias generaciones de arqueólogos han estudiado las huellas de las diferentes civilizaciones que se instalaron allí desde la Edad de Hierro hasta la conquista mongola. Los resultados de sus excavaciones se pueden ver en el museo situado a la entrada del lugar, que también lleva el nombre de la colina. Los cimientos de Afrasiab presentan un patrón típico de las antiguas ciudades centroasiáticas, generalmente situadas en terrenos agrícolas y cerca de un río, con un largo recinto que rodeaba un territorio muy extenso y que incluía una zona residencial muy densa y un área de edificios oficiales, la ciudad alta, donde se encontraba el palacio. Las murallas construidas en el borde del acantilado tenían más de cinco kilómetros de longitud. Consolidadas bajo el dominio aqueménida, fueron parcialmente destruidas alrededor de las puertas durante los ataques de Alejandro Magno y luego reconstruidas con ladrillos cuadrados. Aún hoy se puede ver parte de las fortificaciones helenísticas, impresionantes murallas con aspilleras en forma de flecha. Verdaderos cuarteles fortificados, estas murallas incluían originariamente una galería interna de dos o tres niveles que albergaba a los soldados. En cuanto a la muralla que protegía la zona suburbana, tenía trece kilómetros de longitud. Las excavaciones, junto con el estudio de los testimonios del historiador griego Arrien, permitieron localizar el palacio de las sátrapas aqueménidas en la parte norte de la ciudad. Fue durante un banquete celebrado en este palacio cuando Alejandro Magno asesinó a su compañero Clito. Hace unos años, el joven hijo del arqueólogo Mukhamadjon Issamiddinov, que a menudo acompañaba a su padre en las excavaciones, descubrió una placa de plata dorada que formaba parte de la decoración de un arnés enterrado en el loess. Extensas excavaciones han descubierto más de doscientas de estas piezas ornamentales y un documento que permite una datación precisa: en 1220, un jinete que escondía su arnés demasiado llamativo en el fondo de un pozo, a las puertas de la ciudad, tuvo que huir de los mongoles que asediaban la ciudad; quizás esperaba llevarlo a un lugar seguro para encontrarlo después de la guerra, pero sin duda no se imaginaba que estaría enviando un mensaje a través de los siglos. Durante la era kushán y el desarrollo de la Ruta de la Seda, la ciudad sogdiana conoció su verdadero florecimiento.
En el museo se puede admirar un fresco del siglo VII descubierto en el palacio de Varkhouman, que muestra una procesión de embajadores que le ofrecen regalos al soberano de Samarcanda, quizás con motivo de su boda: bactrianos posados en camellos, turcos de pelo largo, nobles coreanos con peinados de garza doble y una princesa china acompañada de sus seguidoras. Cuando los conquistadores árabes tomaron la ciudad en el siglo VIII, el palacio fue destruido, al igual que el templo zoroastriano, el legendario «templo de los ídolos» de Samarcanda, cuyas huellas encontraron los arqueólogos bajo la mezquita erigida en el siglo VIII. Estas sucesivas construcciones sobre los mismos cimientos crean un increíble enredo subterráneo, que en ocasiones alcanza una profundidad de diez metros con cinco niveles de edificación diferentes, a veces más. En el siglo XIII, la conquista mongola puso fin a casi dos milenios de existencia urbana en esta colina de loess y, tras la destrucción del sistema de riego y abastecimiento de agua, los habitantes se trasladaron al pie de la colina, donde se fundó la nueva Samarcanda de Tamerlán.

Sentob es el pueblo tayiko más antiguo e importante de los montes de Nurata. Un pueblo tradicional de casas de piedra donde el tiempo parece haberse detenido. En Sentob solo hay tres coches, y el camino de tierra que atraviesa la localidad está concurrido solo por los aksakal, los ancianos indolentes que montan sus burros. Remontando el río Sentob-Saï hacia el pico rocoso que domina Sentob se llega al antiguo pueblo en ruinas. Un pueblo fantasma habitado por un pastor solitario. De hecho, en la década de 1950 los habitantes se vieron obligados por el régimen soviético a abandonar sus montañas y sus hogares para trabajar en la llanura y cultivar algodón. Las casas, agrupadas en una verdadera fortaleza natural, debían haber sido inexpugnables. Desde este pueblo se puede hacer senderismo por las montañas circundantes hasta un lago elevado, y también se pueden alquilar asnos.