A setenta kilómetros de Campeche, Pomuch se ha ganado una reputación regional por los panecillos que salen a diario de sus hornos de leña. Llevan más de 130 años crepitando, desde que se abrió la famosa y no menos pueblerina panadería de Huachita . Pero este pueblo es quizá también más conocido por mantener sus ritos funerarios contra viento y marea. Aquí se dice que los muertos viven al aire libre. En el pasado, los muertos eran tradicionalmente conservados por la familia. Una vez descompuesta la carne, los huesos se recogían y se llevaban a casa, donde seguían inspirando a la familia con su presencia. Poco a poco, los habitantes se vieron obligados a concentrarlos en el cementerio, aunque conservaron sus costumbres funerarias. Porque las tumbas son más bien nichos donde se guardan los huesos de los seres queridos en pequeñas cajas de madera, a veces a la vista de todos. Aquí no se hace ningún tipo de alboroto; los difuntos forman parte de la vida cotidiana. Además, las celebraciones del Día de los Difuntos (entre el 21 de octubre y el 2 de noviembre) son una oportunidad para recordarlos. Los huesos se sacan de las urnas y se limpian con cariño en un orden invariable, empezando por los pies y terminando por el cráneo. Este contacto físico con los huesos del difunto se considera un momento profundamente sagrado. Por último, se colocan cuidadosamente en tejidos nuevos que se han bordado para la ocasión durante el año.

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