Enclavado en las alturas de Totonicapán, a 5 kilómetros al norte de San Cristóbal, este pueblo es de visita obligada, sobre todo los viernes, día de mercado. No sólo es el más grande del Altiplano, sino que está libre de turistas.Nada más llegar a San Francisco El Alto, basta con dirigirse a la iglesia para encontrarse inmerso en un laberinto de puestos. Jarras, ollas, platos: se empieza con objetos cotidianos, todos de cerámica. Cuanto más se adentra uno en las calles, más difícil le resulta orientarse entre las mujeres vestidas con huipiles y cestas en la cabeza. Montañas de especias y pimientos secos junto a puestos de gambas, plátanos junto a zapatos y pollos enteros. Más anárquico y auténtico que el mercado de Chichicastenango, este hormiguero gigante impresiona por su riqueza de colores y aromas. A un mundo de distancia de los habituales souvenirs artesanales, los comerciantes venden sombreros y preciosos cinturones de cuero. Sobre todo, los soportales albergan cientos de magníficas telas, cuyos diseños bien merecen una visita.Una vez en la plaza central, se atraviesa un pasillo de puestos protegidos del sol por telas de colores. Conduce a una iglesia de piedra, cuya inmaculada fachada es sólo un reflejo del interior, con sus imponentes columnas y arcos.

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