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La frontera invisible

Sin embargo, sin clamar por la injusticia y esperando que se trate más bien de una cuestión de ignorancia, no deja de ser notable que la literatura en lengua francesa siga asociada confusamente a la literatura francesa. Por si hiciera falta una prueba, ¿quién recuerda el talento de Isabelle de Montolieu, que vivió en el mismo momento en que el cantón de Vaud se independizó de Berna y experimentó su adhesión a Suiza? Aunque una calle de Lausana lleva hoy su nombre, muy lejos de la calle de Bourg donde nació en 1751, sólo la editorial ginebrina Zoé ofrece todavía uno de sus textos, Le Serin de Jean-Jacques Rousseau, fruto de su encuentro infantil con el gran hombre. Pero Isabelle de Montolieu fue también una prolífica traductora, especialmente de Jane Austen, y una autora muy conocida, incluso en la capital francesa, donde su primera novela, Caroline de Liechtfield, fue reeditada el mismo año de su publicación (1786). Fueron de nuevo las luces de París las que atrajeron a Benjamin Constant (1767-1830), cuyos orígenes valdenses se olvidan con demasiada frecuencia, tanto más cuanto que más tarde optó por nacionalizarse francés. Además de sus numerosas publicaciones políticas, el hombre era también literario y frecuentaba asiduamente el círculo que Germaine de Staël, de quien era amante, animaba en su castillo familiar de Coppet. Quedan sus escritos autobiográficos, el célebre Cahier Rouge publicado póstumamente, y un clásico intemporal, Adolphe, publicado en 1816, que relata las turbaciones de un seductor incapaz de amar a su amante o de decidirse a romper con ella. Si el siglo XIX vio a un joven profesor asociarse a una librería a la que dejó su nombre, Payot, el siglo también vio las obras teológicas de Alexandre Vinet y los trabajos pedagógicos de Henri Roorda que, aunque era natural de Bruselas, decidió quitarse la vida en Lausana tras publicar un último ensayo sobriamente titulado Mon suicide (éditions Allia). Pero el año clave fue sin duda 1878; en efecto, el 24 de septiembre vino al mundo Charles-Ferdinand Ramuz, que se convertiría en el ardiente defensor de la lengua suiza francófona. Su vocación de escritor es precoz, apoyada por su madre y alentada por la comodidad en la que vive su familia, lo que le deja libre para elegir su camino y emprender algunos viajes iniciáticos, sobre todo a París, al que llega durante el invierno de 1900 y donde descubre que es más vaudois de lo que creía. Oscilando entre sus dos patrias, sus primeros versos pronto dieron paso a un proyecto de novela, Aline, que Édouard Rod le ayudó a publicar en 1905 con la editorial Perrin. La guerra le alejó definitivamente de la capital francesa y regresó a su ciudad natal, donde se involucró de lleno en la publicación de los Cahiers vaudois, que aparecerían regularmente hasta que la escasez de papel hizo que esta revista literaria muriera en 1920. Algo apartado del mundo, Ramuz volvió a los círculos literarios con la firma de un contrato con Grasset, alcanzó el punto álgido de su carrera aunque tuvo que enfrentarse a las críticas, Les Cahiers de la quinzaine, por ejemplo, no dudaron en publicar en 1926 un artículo titulado Pour ou contre Ch.-F. Ramuz, pero el escritor lo afirma, su lengua materna -aunque diferente del "buen francés" que le enseñaron en la escuela- es la única que conoce para transmitir sus sentimientos. Los dos volúmenes que le dedica la prestigiosa "Pléiade" concilian las diferencias. Más que un escritor francés, Ramuz es un orgulloso escritor vaudois al que debemos obras tan ineludibles como La Grande Peur dans la montagne, Derborence o La Beauté sur la terre.

Una tierra de escritores

Jacques Mercanton (1910-1996), que nunca reconoció la especificidad de la literatura francófona, adoptó un enfoque diferente. Paradójicamente, le costó hacerse reconocer más allá de las fronteras de su país, aunque su estilo, clásico pero muy bello, se revela en L'Été des Sept-Dormants o L'Amour dur (éditions de l'Aire). Otra pluma, otro talento, el de S. Corinna Bille, que se asocia fácilmente con el cantón del Valais, donde se instaló con su marido, el también reconocido escritor Maurice Chappaz, cuando ambos nacieron en Lausana, en 1912 y 1916 respectivamente. Autora de novelas(Théoda, Œil-de-mer), es más bien en el arte del cuento donde destaca, habiendo sido traducidas sus colecciones(Le Sabot de Vénus, La Demoiselle sauvage...) a numerosos idiomas. Su marido contribuirá a mantener su memoria tras su muerte en 1979, y en 1997 él mismo será recompensado con el prestigioso Gran Premio Schiller por el conjunto de su obra poética, que había sido aclamada por Charles-Albert Cingria. Su contemporáneo y amigo Georges Borgeaud (1914-1998) no se quedó atrás, ya que ganó el premio Renaudot en 1974 por Le Voyage à l'étranger publicado por Grasset, un reconocimiento que tuvo su eco en el ensayo del Prix Médicis que se le concedió en 1986 por Le Soleil sur Aubiac. Pero el gran autor de esta segunda parte del siglo XX es sin duda Jacques Chessex (1934-2009). Aunque es oriundo de Payerne, su sombra sigue rondando el gimnasio de la Cité, donde enseñó largamente. Fuertemente influenciado por su padre, Pierre, también escritor, que se suicidó en 1956, Jacques se inspiró en él para escribir la única novela valdense que ha ganado el Premio Goncourt (1973), L'Ogre, que le dio un lugar destacado en el panorama literario suizo y francés. Su temperamento a veces excesivo, sus arrebatos, sus aberraciones, pero también sus compromisos, hacen de él mucho más que un novelista, casi una figura tutelar que provoca sentimientos encontrados. Sus textos, que rara vez dejan indiferente y no dudan en abordar temas que algunos preferirían callar(Un Juif pour l'exemple, Le Vampire de Ropraz, Hosanna...) siempre se encuentran en la obra de Grasset. Aunque Chessex también recibió el Goncourt de la poesía en 2004, este género también fue explorado por Pierre-Alain Tâche, nacido en 1940 en Lausana. Su obra literaria le valió en 2001 el reconocimiento de la Association vaudoise des écrivains (AVE), fundada en 1944 y que constituye una valiosa fuente de información para todo aquel que quiera indagar en el filón -tan prolífico- de la literatura de Lausana.