Ken Loach et les acteurs du film Sorry We Missed You à Cannes en 2019. ©  Featureflash Photo Agency - Shutterstock.Com.jpg

Del cine clásico inglés a los Swinging Sixties

En consonancia con su carácter independiente e insular, Inglaterra desarrolló muy pronto su afición por el cine. Un inventor inglés, Robert William Paul, desarrollaba su propia cámara al mismo tiempo que los hermanos Lumière y Thomas Edison. En los años treinta, para contrarrestar la hegemonía estadounidense, se hicieron esfuerzos por desarrollar la industria cinematográfica. Las películas se rodaban en gran parte en estudios y en interiores. Algunos de los directores británicos más famosos, como Alfred Hitchcock, se curtieron en Inglaterra y rodaron clásicos como Los 39 escalones (1935) y Agente secreto (1936) antes de sucumbir a los cantos de sirena de Hollywood. Con la Segunda Guerra Mundial, los directores fueron requisados para participar en el esfuerzo bélico. El coronel dirigible (Michael Powell, Emeric Pressburger, 1943), que ofrece unas vistas preciosas del Londres de antaño, es la obra maestra, infinitamente más matizada que una simple película de propaganda. Como en todas partes, la posguerra iba a estar marcada por un cine académico o clásico, que ofrecía algunas joyas de melodrama y comedia, contrapuesto a un cine rebelde, que encarnaba los ideales o el malestar de la juventud. David Lean, que recreó en estudio el Londres victoriano en sus adaptaciones de Dickens(Grandes esperanzas, 1946, Oliver Twist, 1948), fue el representante más ilustre de este cine de prestigio, que se ganó el favor del público. En los años 50, un movimiento literario, los Angry Young Men, anunciaba la nueva ola que surgiría en los años 60, con directores como Karel Reisz, Tony Richardson, Peter Watkins o Lindsay Anderson, que pretendían derrocar los valores burgueses. Este impulso estaba inextricablemente ligado a la explosión del rock y la cultura pop, que Inglaterra abrazó con gusto. Era la época de lo que se conoce como Swinging London, de la que Four Boys in the Wind (Richard Lester, 1964) es uno de los certificados de nacimiento. Con su inventiva desenfrenada, la película capta la locura que fue la beatlemanía, pero la quintaesencia de la época la proporciona en color Blow-Up (1966), de Michelangelo Antonioni: chic, moderna, colorista y desconcertante, presenta un mundo de superficies seductoras resquebrajado por un asesinato, que no sabemos si tuvo lugar o no en el Maryon Park de Greenwich. Era también la época del debut cinematográfico de James Bond y de Chapeau melon et bottes de cuir en la televisión. La ciudad estaba en plena efervescencia, como demuestran, en el plano cómico, Fantasmes (Stanley Donen, 1967) y el estreno de Monthy Python's Flying Circus en la BBC en 1969. Un año antes, Repulsión, de Polanski, una claustrofóbica película de terror protagonizada por Catherine Deneuve y ambientada en un South Kensington de lo más inquietante, indicaba que se estaba gestando la ansiedad, y varias películas sellaron esta pérdida de orientación. En 1970, Performance (Nicholas Roeg, Donald Cammell), rodada cerca de Portobello Road, en Notting Hill, supuso la primera aparición cinematográfica de Mick Jagger, vocalista de los Rolling Stones, y aunó de forma intrigante y estimulante el cine policíaco británico y la cultura hippy asociada al rock, deep End (1971), de Jerzy Skolimowski, una historia de amor con tintes trágicos, capta magistralmente el decrépito Soho de la época y su característico sabor de fin de época, en una película rodada en gran parte en Múnich.

Desilusión, nihilismo... y comedias románticas

Un año después, La naranja mecánica de Stanley Kubrick desencadena a la banda de matones que interpretan sus protagonistas en un Londres postapocalíptico impregnado de nihilismo, presagiando en muchos sentidos el movimiento punk unos años más tarde. Alex Cox ofrece una visión ligeramente sarcástica y desilusionada de este nihilismo en Sid & Nancy (1986), un retrato del bajista de Sex Pistols Sid Vicious y su novia Nancy Spungen. Algunos de los escenarios de la película, como Oakwood Court en Holland Park o The Spice of Life, un famoso pub del Soho, nos trasladan a una época en la que Londres, incluso en sus barrios más acomodados, parecía bastante menos apagada. Una escena impactante recrea un concierto, interrumpido por la policía, de los Sex Pistols en un barco por el Támesis en pleno Jubileo de la Reina. Estrenada en 1980, Sangre en el T ámesis (John Mackenzie), un clásico del cine policíaco británico, parece confirmar que el ambiente no es feliz, evocando la difícil situación económica, la amenaza que representa el IRA, los problemas vinculados a la corrupción, etc., en lo que sólo es en apariencia una película de gángsters. Incluso una divertidísima comedia de culto como Withnail and Me (Bruce Robinson, 1987) contiene una rara oscuridad, que culmina en su conclusión al borde del zoo de Londres, al norte de Regent's Park. A lo largo de la década, Ken Loach se erigió en representante de un cine social comprometido a trabajar junto a la gente más humilde, como en Riff-Raff (1991), sobre un obrero de la construcción. El deambular desesperado por Londres del personaje de Naked (1993), de Mike Leigh, es una expresión más explícita de repugnancia por lo que ha llegado a ser Inglaterra bajo el gobierno de Thatcher. Unos años antes, Stephen Frears era más optimista al contar la historia de amor de una joven inmigrante de origen paquistaní y un skinhead interpretado por Daniel Day-Lewis en el Londres popular y cosmopolita(My Beautiful Laundrette, 1986). En los años 90 volvió el cine académico, que floreció en películas históricas: Ang Lee, por ejemplo, adaptó una novela de Jane Austen, Razón y sentimiento (1995). El barrio de Greenwich, donde se rodaron muchas de las escenas, es especialmente reconocible. En Shakespeare in Love (John Madden, 1998), aunque la producción era estadounidense, la mayor parte del talento empleado era inglés: la película, aunque carente de originalidad, demostró una pericia innegable para revivir las épocas isabelina y jacobina, y fue un gran éxito mundial y en los Oscar. Esta venerable tradición se perpetuará después felizmente en El discurso del rey (Tom Hooper, 2010), o Las horas oscuras (Joe Wright, 2018), un retrato de Winston Churchill durante la guerra, que lógicamente vemos salir del 10 de Downing Street. En la tradición del cine político, también está la película de Stephen Frears sobre Isabel II en los días posteriores a la muerte de Lady Di(The Queen, 2006) y un biopic protagonizado por Meryl Streep como la controvertida Margaret Thatcher(The Iron Lady, Phyllida Lloyd, 2011). Pero lo que hizo fortuna en el cine británico de la época fue sobre todo la comedia romántica, un género aparentemente anquilosado al que Richard Curtis consiguió insuflar nueva vida en una serie triunfal de la que Love Actually (2003) -protagonizada por Hugh Grant como Primer Ministro- es una especie de recopilatorio. Antes que él, Cuatro bodas y un funeral, Amor a primera vista en Notting Hill (Roger Mitchell, 1999) y El diario de Bridget Jones (Sharon Maguire, 2001) reescribieron en el imaginario colectivo un Londres romántico e idílico, con San Bartolomé el Grande y otros hitos familiares.

Una escena en constante crecimiento

A principios de la década de 2000, Guy Ritchie dio un nuevo impulso al cine policíaco y de gángsters con Arnaques, crimes et botaniques (1998) y Snatch: Tu braques ou tu raques (2000), una mezcla de glibness típicamente inglesa -con acento cockney, por favor- y distancia cómica al estilo Tarantino. Croupier (Mike Hodge, 1998), protagonizada por Clive Owen en el papel de un trabajador de casino, es una obra maestra poco conocida del género. Más cerca de nosotros, Les Promesses de l'ombre (2007), de David Cronenberg, explora el mundo clandestino de la mafia rusa y el distrito de Farringdon, al norte del Támesis. Las películas de espías también siguen siendo especialmente populares, desde las adaptaciones de John Le Carré como El topo (Tomas Alfredson, 2011), en el lado menos espectacular, hasta la infatigable serie de James Bond que, en Skyfall (Sam Mendes, 2012), transforma Londres en un vasto patio de recreo para algunas impresionantes escenas de acción. Mezclando terror y comedia, Shaun of the Dead (Joe Wright, 2004) revisita la película de zombis con lo que sólo puede describirse como un perverso sentido del humor. La predilección de la ciudad y de los ingleses por el humor es particularmente evidente en las sátiras descarnadas Somos cuatro leones (Chris Morris, 2010), que se burla de la incompetencia de unos terroristas que planean llevar a cabo un atentado durante la maratón de Londres, e In The Loop (Armando Iannucci, 2009), sobre los embrollos diplomáticos en juego en las altas esferas, adaptación de una serie que se emitió durante cuatro temporadas hasta 2012. Es cierto que Londres es un terreno especialmente fértil para las series: es imposible no mencionar a Sherlock Holmes, el famoso detective afincado en Baker Street, figura emblemática de la ciudad puesta al día e impulsada al siglo XXI en una serie brillante cuya inventiva hace honor a Conan Doyle(Sherlock, 2010-2017). Una ciudad no irreconocible, pero sí más sombría, es la que destaca en Luther, en la que Idriss Elba interpreta a un inspector de policía que investiga sórdidos asesinatos. En un estilo completamente distinto, Doctor Who (1963-2019), con sus casi 900 episodios y sus incesantes viajes en el tiempo, es un compendio de ingenio y fantasía británicos. El reciente éxito de Fleabag (2016), que dramatiza las (muchas) tribulaciones sentimentales de una treintañera, también nos da una idea de cómo se vive la ciudad en el día a día. Muchos cómicos, desde Steve Coogan a Richard Ayoade y Ricky Gervais, se iniciaron en la televisión antes de pasar a proyectos más ambiciosos o menos desenfadados, según el caso. The Double (Richard Ayode, 2013), por ejemplo, adaptación de un relato corto de Dostoievski, es tan incómoda como divertida, en una mezcla de tonos en la que el humor británico es un maestro. En el cine, como en la vida, Londres es algo más que sus monumentos y edificios más famosos; es una invitación a pasear y tomar los caminos secundarios. Dexter Fletcher, que desde entonces ha dirigido biopics de Freddie Mercury y Elton John, entre otros, debutó en la dirección con una excelente película para sentirse bien, Wild Bill (2011), ambientada en las zonas más deprimidas de la capital, muy lejos del loft de lujo con vistas al Támesis de Match Point (2005), de Woody Allen, y que narra el complicado reencuentro de un ex convicto con sus dos hijos en una ciudad que se prepara para los Juegos Olímpicos de 2020. Attack The Block (Joe Cornish, 2011) y Joue-la comme Beckham (Gurinder Chadhac, 2002), en registros diferentes, el de la película de acción terrorífica y el de la comedia social, nos permiten conocer una ciudad que no ha cortado con sus raíces obreras y sus suburbios.

Grandes y pequeños se han emocionado y encantado con las aventuras del oso Paddington (2014 y 2017 por 2), tan mono como torpe. Tras llegar a la estación de Paddington, es acogido por una familia que vive en la calle ficticia de Windsor Gardens (en realidad Crescent Chalcot, en Primrose Hill). La tienda de antigüedades del Sr. Gruber se encuentra en el 86 de Portobello Road.

En 2020, la directora Sarah Gavron conmovió al público con Rocks, un enérgico drama social. La película se centra en una adolescente llamada Rocks, de los suburbios de Londres, que se ve abandonada de la noche a la mañana por su madre y hace todo lo posible por escapar de los servicios sociales. En 2021, la excelente Last Night in Soho, de Edgar Wright, con su sublime banda sonora de canciones inglesas de principios de los 60, es una auténtica oda al barrio, con sus exteriores callejeros rodados en Great Windmill, Old Compton, Carnaby, Greek y Berwick Street. El piso de la heroína está en Charlotte Street. La extravagante miniserie de Russell T. Davis It's a sin (2021) cuenta la trágica historia de 4 jóvenes que descubren la libertad sin límites del Londres gay a principios de los años 80, en pleno comienzo de los años del sida.