CENACOLO VINCIANO
La representación más famosa de la última cena de Cristo sorprende al espectador por su belleza y su fuerza emocional.
En el refectorio del convento anexo a la basílica de Santa Maria delle Grazie, se encuentra el fresco más famoso de la historia del arte. Pintada entre 1495 y 1498, a petición de Ludovico el Moro, la Última Cena de Leonardo da Vinci sigue sorprendiendo. De 9 m x 5 m, el tema, tan erudito como dramático, evoca la institución de la Eucaristía, en el mismo momento en que Jesús, con los labios aún entreabiertos, acaba de anunciar a los apóstoles la traición de uno de ellos. Atónitos, los apóstoles, agrupados de tres en tres, muestran su consternación por la fuerte expresión de sus rostros. Decenas de interpretaciones diferentes han visto en la composición una partitura musical, un mensaje codificado o extractos de los evangelios apócrifos. Dañado por la contaminación y por una bomba que destruyó el refectorio en 1943, dejando milagrosamente intacto el muro de la Última Cena, pero sobre todo por la técnica utilizada por el propio Leonardo, los colores del fresco no han resistido el paso del tiempo. Leonardo, un gran inventor, no lo pintó al fresco, sino que utilizó una mezcla de pigmentos al óleo sobre una pared seca, para poder modificar la obra a su antojo. Veinte años después, la humedad y la suciedad ya habían afectado a la obra maestra. Tras varias restauraciones, la Última Cena parece haber recuperado su antiguo esplendor. En la pared opuesta, una Crucifixión del pintor Montorfano (1495) es casi imperceptible en comparación con el brillo de la Última Cena.
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