MYKINESHÓLMUR

¿Qué es lo que atrae a tanta gente hasta aquí? En primer lugar, un paisaje espectacular. A continuación, miles de aves escandalosas, casi indiferentes a la presencia de los humanos, aunque en verdad los superan ampliamente en número, y por eso quizá no les temen. El barco llega a la parte baja del pueblo y atraca en una pequeña cala en el hueco de un alto acantilado, cuyas rocas, blanqueadas por los excrementos de las aves, hacen de caja de resonancia de sus estridentes chillidos. En el muelle, incluso con la mar en calma, tendrá que sincronizar su cuerpo con los movimientos del mar. Tras desembarcar, hay que subir una larga escalera que lleva hasta el pueblo. Desde allí, un camino conduce a la punta de la isla a través de prados ubicados junto al mar.

Este paraíso de las aves se encuentra en la parte más occidental del archipiélago. La leyenda cuenta que Mykines era en realidad un cetáceo gigante. Un pescador consiguió atraparlo, pero finalmente lo arrojó al estercolero. El montón de estiércol resultante dio nombre a la isla, ya que Mykines significa «promontorio de estiércol» en feroés.

Se puede realizar una visita guiada de dos horas reservando en Kristianshús. El paseo es fácil para todo el mundo (incluso sin guía): el camino está bien señalizado hasta el faro en la punta de la isla y cuenta con barreras de seguridad en las partes más empinadas. Si se da la vuelta, verá el pequeño pueblo y su campanario, rodeado de pastos y vacas. Y en cuanto entre en el reino de las aves, los frailecillos vuelan como locos en oleadas regresando a sus nidos. El espectáculo es impresionante.