En 1687, un grupo de jinetes dirigido por Simon van der Stel partió de Stellenbosch para explorar las tierras que se encuentran detrás de las montañas. Los hombres llegaron al valle del río Berg, más allá del macizo de Drakenstein. Al este, descubrieron una zona de colinas, bien protegida del viento, en el corazón de un circo rocoso: Olifantshoek, el rincón de los elefantes. A miles de kilómetros de distancia, en Europa, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales inició una operación de reclutamiento para reforzar la Colonia del Cabo. De los 60.000 hugonotes que se habían refugiado en Holanda tras la revocación del Edicto de Nantes, unos 200 fueron tentados por la aventura africana. Van der Stel les cedió el valle de Franschhoek, apto para la viticultura, a condición de que expulsaran a los elefantes. Hoy, la pequeña ciudad de Franschhoek reivindica sus orígenes franceses en todos los sentidos. Los nombres de las calles y los hoteles están en francés. Los viñedos se inspiran en la tradición francesa, al igual que la mayoría de los restaurantes de Franschhoek están indudablemente influidos por la gastronomía y el arte de vivir franceses. De hecho, el bonito y tranquilo pueblecito, un poco al estilo de los pueblos "típicos" de nuestra querida Provenza, condenado al desfile constante de turistas, era a veces víctima de su propio éxito. Es cierto que a uno le gusta especialmente pasear por sus calles, quedarse horas en la terraza y visitar el museo de los hugonotes Festivales. En abril, el público enloquece en la Fiesta del Queso, un acontecimiento único en el país que se celebra en las inmediaciones y que, por ello, es un gran éxito. En julio, el mismo ambiente se crea con las celebraciones del Día de la Bastilla, el 14 de julio. Otra referencia a Francia que atrae a muchos expatriados. Es un momento muy patriótico, pero muy bonito. Se instala una carpa gigantesca que alberga decenas de stands: cada viñedo de la zona tiene su propio stand y le ofrece descubrir sus vinos, tintos, blancos, rosados, espumosos... Al comprar el billete de entrada, se elige un número de degustaciones y ¡ya está! Puede acompañar sus copas acudiendo a los puestos de comida. Ostras, sándwiches, queso, tortitas... y en el centro, mesas de madera. Todo el mundo se instala, charla, comparte, y luego llega un concierto para animar el lugar y hacer bailar a los festeros francófonos, francófilos o amantes del vino.

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