CARLOS
Aunque este restaurante esté un poco escondido, en una calle poco transitada que sube al castillo y por la que no se pasa necesariamente, no hay que perdérselo. Es una verdadera delicia cuyos ingredientes principales son la sencillez, la tradición, los productos de cosecha propia, la cocina local y una fantasía de la que solo Eva, a los fogones, conoce los secretos de la perfecta dosificación. Desde el imam al tzatziki o el pollo a la naranja al {2}saganaki{/2} acompañado de confitura de tomate, todo es realmente suculento. Su hijo, Arsenios, se ocupa del servicio con una gran sonrisa y una amabilidad informal que no deja indiferente a nadie. El ambiente de la pensión Carlos (las habitaciones están arriba) es muy familiar, así que los clientes suelen cenar aquí varias noches durante su estancia. Entre la hospitalidad y la promesa de comer magníficamente bien, es un restaurante verdaderamente seductor.