Plantada de cocoteros y buganvillas, Mananjary tiene ese sutil "caché" de los puertos del fin del mundo, con sus fachadas decrépitas, su ambiente despreocupado... Un cierto aire de abandono que no deja indiferente a nadie. Sus cargueros y petroleros (Mananjary es un depósito regional de combustible) permanecen en aguas profundas, mientras las gabarras hacen el recorrido entre el puerto y la ciudad. La ciudad, antiguamente llamada Masindrano ("agua bendita") se organiza en torno a una calle central, frente al mar, bordeada de edificios lavados por la lluvia y numerosos comercios regentados por chinos e indopaquistaníes. Está separada en dos por el canal de Pangalanes, y habitada por la etnia antembahoaka. 3 edificios religiosos compiten aquí por la influencia: el templo protestante, la mezquita y la iglesia católica. Aquí y allá, antiguos edificios de estilo colonial lucen sus bellos colores ocres desvaídos.Los principales medios de transporte son los rickshaws y bicitaxis, lacados en rojo y negro, verde y azul, y adornados con inscripciones como "Sígueme", "Es hermoso de noche"... Los barrios periféricos son los de las casas tradicionales, construidas en madera de ravinala. El mercado, donde se pueden comprar soubiques, frutas de temporada y vainilla, es muy colorido. Los fines de semana, la ciudad parece dormir, las calles están desiertas, las tiendas y restaurantes cerrados. El tiempo pasa, indolente: definitivamente, no es un lugar para nerviosos.Se puede hacer una excursión por el canal de Pangalanes: es el principal interés turístico de la ciudad.

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Une rue de Mananjary Arnaud BONNEFOY

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