No hay que vacilar, Gibara merece una escalera. El puerto de Gibara, construido a principios del siglo XIX, recuerda a los pueblecitos de la costa mediterránea. Por otra parte, los cubanos la llaman "ciudad blanca", debido a la claridad que surge en cuanto el sol apunta a la punta de su nariz. Plantada a unos treinta kilómetros al norte de Holguín, esta ciudad costera de 22.000 habitantes tiene un sello loco. Como un auténtico museo al aire libre. El paso es tanto más interesante cuanto que las agencias de viajes y otros turoperadores no lo incluyen prácticamente en sus itinerarios, aunque la fama del Festival Internacional del Cine Mine (literalmente "pobre") es cada vez más grande. En resumen, este pequeño rincón de Cuba no atrae a los directores en escena, siempre en busca de la bonita imagen y del bonito marco. Con sus aguas relativamente turbulentas, sus asientos simpáticos, sus casas coloniales anticuadas como nos gustan y sus colinas al fondo (la Silla) un poco similar a las mogotas de Cinales, Gibara tiene algo de seducir. La guinda del pastel, sin duda, es uno de los más cálidos del país. Históricamente, aquí es donde Cristóbal Colón desembarca por primera vez en la isla el 28 de octubre de 1492. Pero la disputa en este asunto con Baracoa, localidad del extremo sudeste, al reclamar también la paternidad, no se ha resuelto.

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