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Desde Sevilla el humanista..

Andalucía lleva en su nombre el recuerdo de al-Andalus, que durante un tiempo tuvo a Sevilla como capital antes de dar paso a Córdoba. Sin embargo, ha conservado la imagen de ciudad cultural, atractiva para eruditos y literatos, como Ibn Ammar (1031-1086), que habría hecho mejor en seguir cultivando su talento como poeta en lugar de intentar imponerse en la política, lo que le costó la vida, y Al Mutamid ibn Abbad (1040-1095), que, en cambio, encontró consuelo en la poesía tras ser el último emir abadí que gobernó Sevilla. Unos cuantos sobresaltos más tarde, la ciudad andaluza entró de lleno en la literatura en los albores del Siglo de Oro español, probablemente incluso iniciándola en cierta medida gracias a un dramaturgo cuya vida no es muy conocida pero cuya importancia nunca se ha subestimado: ¡incluso fue elogiado por Cervantes en el prólogo de sus Ocho comedias y ocho entremeses! Este fino erudito es Lope de Rueda, nacido en Sevilla hacia 1510 y director de una compañía con la que recorrió el país, llegando hasta Valencia donde conoció a Juan de Timoneda, su futuro editor. Influido por el teatro italiano, destacó en la escritura tanto de comedias (Eufemia, Medora, etc.) como de piezas más cortas llamadas "pasos" (La Carátula, Cornudo y contento, etc.). Sus personajes truculentos y su humor desabrido, su sentido de la fórmula y la precisión de sus diálogos le han asegurado una posteridad en gran medida intemporal. Con el mismo espíritu, y aunque hay que añadir una pizca de moralismo a la obra de Lope de Rueda, Mateo Alemán (1547-1614) también dejó su huella en la historia literaria española con su novela picaresca Guzmán de Alfarache. Publicada en dos partes, la primera en 1599 en Madrid y la segunda en Lisboa en 1604 -incluso antes de la publicación del Quijote de

Cervantes-, sus aventuras de un joven pícaro fueron muy populares, lo que dio lugar a muchas traducciones y algunos plagios. Desgraciadamente, se dice que el autor no sacó provecho de ella -había demasiadas copias clandestinas- y que terminó su vida en gran pobreza en la Ciudad de México. La época también supo ser muy seria y Sevilla, una vez más, se distinguió con su escuela humanista de fuerte acento manierista, movimiento que puede entenderse tanto como una forma de escribir "a la manera de los Antiguos" como una faceta del Barroco con su propensión al lirismo. En cualquier caso, muchos de ellos se conocieron y se reunieron, entre ellos Gutierre de Cetina (1520-1557), imitador de Anacreonte y autor de madrigales (poemas cortos en verso libre), Juan de Mal Lara (1524-1571), que tenía gusto por los refranes, el polifacético Baltasar del Alcázar (1530-1606), el dramaturgo Juan de la Cueva (1543-1612), pero también Cristóbal de Mesa (1556-1633) o Francisco Pacheco (1564-1644). Los más famosos de estos poetas son sin duda Fernando de Herrera (1534-1597), cuyo apodo de "Divino" dice mucho del respeto que se le tenía, y Rodrigue Caro, nacido en Utrera en 1573 y fallecido en Sevilla en 1647, que escribió tanto poesía lírica como crónicas históricas. La capital andaluza conservará durante mucho tiempo el gusto por estos círculos literarios, que se multiplicarán, como la Escuela poética sevillana y la Academia particular de letras humanas de Sevilla.

... en la romántica Sevilla

Mientras los franceses se apoderaban de Sevilla -Molière (1622-1673) tomó prestado el personaje de Don Juan de Tirso de Molina (1579-1648), el autor de El Burlador de Sevilla, Beaumarchais (1732-1799) y Mérimée (1803-1870) interpretaron a Fígaro y Carmen respectivamente- la capital andaluza se convirtió en la capital del amor y adquirió un espíritu romántico. El representante más eminente de esta tendencia fue sin duda Gustavo Adolfo Bécquer, que nació el 17 de febrero de 1836 y expiró, prematuramente, el 22 de diciembre de 1870. Aunque su éxito fue póstumo, sus obras se han convertido en clásicos y están recogidas en su mayor parte en la colección Rimas yLeyendas(publicada por Classiques Garnier). Se vio muy influenciado por el costumbrismo, un movimiento literario que extraía sus temas del folclore, sin dudar en añadir un toque sobrenatural o extraño, como hizo E.T.A. Hoffmann, y su romanticismo llegó a ser casi gótico, sin equivalente real en España. Otros dos hombres se ocuparon del folclore sin aportar el lirismo propio de Bécquer: Luis Montoto, que editó la colección Biblioteca de Tradiciones populares (1883-1888) con su amigo Antonio Machado Álvarez. De esta última nacerían también dos poetas conocidos: Manuel Machado (1874-1947), autor deArs moriendi, y su hijo menor, Antonio Machado, cuya poesía fue publicada en francés por Gallimard con el título Champs de Castille

. Rafael Cansinos Assens (1882-1964) sería afiliado a la "Generación del 14", lo que podría no haber sido el caso si no se hubiera trasladado a Madrid con su familia en su adolescencia. En cualquier caso, dejó una prolífica obra, como demuestran su salmo El Candelabro de los siete brazos y sus numerosas novelas(La Encantadora, El Eterno moraclo, etc.).por otro lado, la "Generación del 27" floreció en el sur de España y está perfectamente representada por al menos tres sevillanos, uno de los cuales recibió el prestigioso Premio Nobel en 1977: Rafael Laffón (1895-1978), Vicente Aleixandre (1898-1984) y Luis Cernuda (1902-1963). El primero fue uno de los cofundadores de la revista Mediodía en 1926 y recibió el Premio Nacional de Poesía en 1959 por La Rama ingrata. El segundo, nuestro famoso Nobel, se introdujo en la poesía a través del simbolismo y produjo una prosa a veces muy pesimista(Sombra del paraíso). Sin embargo, su carrera literaria pasó por diferentes periodos que quizás le llevaron a una cierta serenidad cuando se acercó su muerte, tan esperada por su débil salud(Poemas de la consumación). Aunque ha sido traducido por Gallimard, su obra no está disponible en francés. Por último, Luis Cernuda trabajaría en una cierta forma de poesía meditativa y amorosa(Égloga, elegía, oda, Donde habite el olvido), que desgraciadamente tendría poco efecto en la guerra civil que se avecinaba y que, en Andalucía como en otras partes, supondría la muerte de las vanguardias y de la efervescencia literaria.