El Parque Nacional de Darién abarca gran parte de la provincia del mismo nombre. Aquí se puede remontar ríos en piraguas, cruzarse con barcos cargados con mil y una mercancías y dar espléndidos paseos por la selva. Creada en 1980, es la mayor zona protegida del país (579.000 hectáreas). Este santuario, situado entre el norte y el sur del continente americano, ocupa un tercio de la provincia de Darién y es adyacente al Parque Nacional de Los Katíos (72.000 hectáreas), situado en el norte de Colombia, en los departamentos de Antioquia y Chocó. Sus bosques tropicales de montaña y pantanosos de tierras bajas, sus manglares y su litoral proporcionan una rica fauna y flora, con un altísimo nivel de endemismo. Hay 533 especies de aves y 169 de mamíferos, entre ellos el tapir de Baird, el oso hormiguero gigante, el jaguar y el puma. El Parque Nacional del Darién fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1981 y es Reserva de la Biosfera desde 1983, lo que demuestra la excepcional importancia biológica de la zona. Por desgracia, a pesar de este reconocimiento internacional, este paraíso biológico está amenazado por la presión agrícola y la explotación forestal y minera. Los recursos financieros y humanos no son suficientes para garantizar el control efectivo de una zona tan vasta, que además es escenario de numerosos tráficos. Tráfico de seres humanos (miles de emigrantes venezolanos, cubanos, haitianos, africanos o asiáticos de camino a Estados Unidos), y tráfico de cocaína producida en Colombia. Los agentes de MiAmbiente se encargan de proteger el bosque, en colaboración con el personal de la ONG Ancon. Pero la mejor garantía para la conservación de este espacio salvaje es sin duda la presencia de las poblaciones amerindias. Por su modo de vida y su relación espiritual con la Tierra Madre, los Emberá, Wounaan y Guna saben que son las primeras víctimas de la destrucción de la naturaleza. Su modo de vida y sus creencias han evolucionado (la ropa, la llegada de la electricidad, el motor para la piragua, la implantación de iglesias evangelistas...), pero su respeto por las plantas, los animales y los ríos ha permanecido intacto para la mayoría de ellos. La responsabilidad de mantener este frágil equilibrio recae también en el viajero, que debe mostrar el mismo respeto por la naturaleza que por las comunidades indígenas y afrodescendientes que viven allí.

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