La ciudad de Saint-Yrieix creció en la antigua finca galo-romana de Attanum, donde el sacerdote Arédius (Yrieix) fundó una comunidad monástica en el año 564. Cuando murió, se le consideró santo. A su muerte, fue considerado santo. Más tarde, el creciente número de peregrinos que acudían a su tumba y su estatus favorable ante el obispo de Limoges propiciaron el desarrollo de la ciudad y su influencia en la región. En el siglo XVIII, la ciudad se transformó con la explotación de minas de antimonio y, sobre todo, de caolín. Pasee por sus pintorescas callejuelas y descubrirá tejados planos de tejas marrones que se apiñan alrededor de la colegiata y la torre del Plô.

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