Crécy-la-Chapelle es, ante todo, un pueblo muy bonito enclavado en la vegetación a ambos lados del Grand Morin y de sus "brassets" o brazos de río, que lo han convertido en lugar predilecto de muchos pintores y le han valido el sobrenombre de "Pequeña Venecia de Brie". Originalmente existían dos pueblos, la Chapelle-sous-Crécy y Crécy-en-Brie, que se unieron en 1972. La ciudad creció a partir de las curtidurías de los siglos IX y X, con la construcción de una fortaleza flanqueada por torres en las marismas del Grand Morin. El agua se convirtió en el motor esencial del comercio y surgieron las casas de curtidores. En los siglos XII y XIII, la ciudad era una importante productora de pieles, lana, paños y vino, y comerciaba con madera y ganado. Construido en la isla formada por los dos brazos del molino, el castillo albergó a numerosos reyes, desde Felipe el Bel hasta Luis XII, así como a Juana de Arco, Catalina de Médicis, Enrique IV y su favorita, Gabrielle d'Estrées. Todavía hoy se pueden ver vestigios del pasado: el campanario, los lavaderos y los antiguos puentes, hasta llegar a la soberbia colegiata del siglo XIV. Crécy atrajo a pintores en la segunda mitad del siglo XIX. Corot fue uno de los primeros, atraído por Francisque Châtelain. Le siguieron otros, felices de encontrarse en la ciudad de los pintores del Grand Morin: Toulouse-Lautrec, Denain, Alexandre Altmann, un pintor de origen ucraniano -condecorado con la Legión de Honor y que donó 27 cuadros a la ciudad-, Dunoyer de Segonzac..

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