Denis Villeneuve au 71e Festival du Film de Cannes. (c) Andrea Raffin-shutterstock.jpg
Monia Chokri lors du 72e Festival de Cannes. (c) Andrea Raffin - shutterstock.com.jpg
Xavier Dollan entouré des acteurs de Matthias et Maxime au  Festival de Cannes en 2019 © taniavolobueva Shutterstock.com.jpg

Érase una vez en Quebec

Fue la Revolución silenciosa la que permitió el verdadero despegue del cine quebequense. Pour la suite du monde (1963), codirigida por Pierre Perrault y Michel Brault, dos grandes nombres del cine local, intenta revivir, en un documental de ficción, una antigua tradición de Isle-aux-Coudres: la caza de marsopas. La película muestra dos rasgos típicos del cine quebequense de la época: una sensibilidad etnográfica y un deseo de preservar una cultura amenazada de extinción, que encuentra eco en otra película pionera, Mon oncle Antoine (1970), de Claude Jutra, retrato de un adolescente y de la vida cotidiana de un pequeño y remoto pueblo minero en los años 40 - Thetford Mines - que inició una rica tradición de relatos de iniciación. Con Les Ordres (1974), Brault abordó de frente la Crisis de Octubre, el encarcelamiento sin base legal de varios centenares de quebequenses en una región a la que el ejército fue enviado en aquella época, y firmó una de las joyas de la corona del cine político, a caballo entre la ficción y el documental, una alianza apreciada por los cineastas quebequenses. En los años sesenta, otra figura clave, Gilles Carle, inició una prolífica carrera con La Vie heureuse de Léopold Z (1965), que ofrecía una rara visión del Montreal nevado. Fue Carle quien reveló a una de las primeras estrellas del cine quebequés, Carole Laure, en La Mort d'un bûcheron (1973) y Les Corps célestes (1973), que retrata la vida cotidiana de un burdel en una pequeña ciudad del norte de Quebec; que conste que también dio uno de sus primeros papeles a Susan Sarandon(Fleur bleue, 1971). Sus películas, entre las que destaca La Vraie nature de Bernadette (1972), que muestra la belleza de la campiña quebequesa, están impregnadas del espíritu libertario y hippie de la época, que dejó una huella perdurable en un Quebec en el que la separación de la Iglesia y el Estado no había hecho más que empezar, convirtiéndolo en un reducto de cierto progresismo. Una ola de películas eróticas fue al mismo tiempo una manifestación menos artística. J.A. Martin photographe (Jean Beaudin, 1977), en la que una pareja trata de salvar su matrimonio durante una excursión a la campiña canadiense del siglo XIX, le valió a Monique Mercure el premio a la mejor actriz en Cannes, y Mourir à Tue-Tête (Anne Claire Poirier, 1979), una dura película sobre la violencia contra las mujeres, también dio un lugar de honor a los papeles femeninos.

¿Una edad de oro?

La década siguiente fue especialmente fructífera para el cine quebequense: Denys Arcand cosechó sus primeros éxitos en su país antes de llegar al público internacional con Le Déclin de l'empire américain (1986), cuya secuela, Les Invasions barbares, casi veinte años después, dio a conocer a Marie-Josée Croze al público francés. La última película de la trilogía, L'Âge des ténèbres (2007), no fue bien acogida por la crítica, aunque siguió siendo un éxito de taquilla en Quebec. Les Bons Débarras (Francis Mankiewicz, 1980), con las montañas laurentinas como telón de fondo, y Léolo (Jean-Claude Lauzon, 1992), en la que un niño de los suburbios obreros del Montreal de los años 50 utiliza un sueño para escapar, confirman la predilección de los cineastas quebequeses por las historias de aprendizaje. Dirigida a un público más joven, La Guerre des tuques (1984), rodada en gran parte en Baie-Saint-Paul, es uno de los clásicos del cine familiar popular quebequés. Junto con Les Plouffe (Gilles Carle, 1981), adaptación de una famosa novela y sátira desenfadada de la vida de la gente corriente de la Ciudad Baja de Quebec en los años cuarenta, es la prueba de la aparición de un cine a la vez popular, trabajador y generoso. Otros títulos destacados de este periodo extremadamente productivo son Un zoo la nuit (Jean-Claude Lauzon, 1987), un melancólico paseo por el Montreal nocturno, y Jésus de Montréal (Denys Arcand, 1989), que ofrece una vista de la ciudad desde lo alto de la escalinata que conduce al Oratorio de San José. La crisis de identidad de los quebequeses, atraídos por la cercana América, encuentra una encarnación cómica en Elvis Gratton: el Rey de Reyes (Pierre Falardeau, 1985), cuyo personaje ha pasado a formar parte de nuestro acervo popular.

Entre la normalización y la singularidad: un cine que sigue floreciendo

La década de 1990 fue una especie de tregua antes de que el cine quebequense resurgiera con el cambio de siglo. El año del segundo referéndum sobre la independencia de Quebec se estrenó Eldorado (Charles Binamé, 1995), una instantánea de la juventud y la vida nocturna de Montreal en los años noventa. Le Violon rouge (François Girard, 1998) y su reparto internacional son el signo de un cine que se abre poco a poco al mundo, empezando por el resto de Canadá. Algunos directores, abrazando su doble cultura, muestran una eficacia al estilo de Hollywood cuidando al mismo tiempo de preservar las particularidades de Quebec. La Grande Séduction (Jean-François Pouliot, 2003), que retoma el tema de una pequeña comunidad apartada, fue un gran éxito antes de ser rehecha varias veces (una de ellas dirigida por Don McKellar, coguionista de El violín rojo), impulsando el turismo en el pueblo de Harrington Harbour donde se rodó y en toda la Baja Costa Norte. C.R.AZ.Y. (Jean-Marc Vallée, 2005), retrato generacional e himno rock a la diferencia, confirmó esta nueva tendencia del cine quebequés, al igual que Starbuck (Ken Scott, 2011), inspirada en una noticia humorística -un hombre se entera de que es padre de varios cientos de hijos- que ha tenido tres remakes, uno de ellos en francés. Bon Cop, Bad Cop (Érik Canuel, 2006), una película completamente bilingüe concebida para unir Quebec y el resto de Canadá a través de su dúo de policías, se convirtió en 2006 en el mayor éxito de la historia del cine canadiense. Una secuela, Bon Cop, Bad Cop 2, estrenada en cines en 2017, tuvo menos éxito que la primera película.

Sin embargo, un estilo cinematográfico más radical o austero sigue afirmándose en la persona de Denis Villeneuve, autor de Polytechnique (2009) eIncendies (2010) antes de ceder a las sirenas de Hollywood, con una nueva adaptación de Dune (2021 y 2024), o Xavier Dolan, cuyas películas han recibido considerable atención en Francia desde J'ai tué ma mère (2009) y Les Amours imaginaires (2010) -rodadas en Mile End- y cuyo cine se adapta perfectamente a la joven y vibrante ciudad de Montreal. Entre medias, hay directores especializados en un cine cálido y humanista, como Louis Bélanger con Gaz Bar Blues (2003), crónica de la vida en torno a una estación de servicio y su bondadoso propietario, y más recientemente Les Mauvaises herbes (2017), cuyo título hace referencia al cannabis y que mezcla tonos de forma hilarante y conmovedora a la vez. Otro éxito es Monsieur Lazhar (Philippe Falardeau, 2013), sobre un profesor inmigrante de origen argelino que vive bajo la amenaza de la deportación. Los aficionados a la historia y la geografía recurrirán a 15 février 1839 (Pierre Falardeau, 2001), sobre la rebelión de los Patriotas, o Ce qu'il faut pour vivre (Benoît Pilon, 2008), sobre un inuit desarraigado en Quebec, que muestra el abismo que le separa de su cultura y sus gentes. Como puede verse, la provincia tiene una vitalidad prodigiosa, reflejada en su población joven y cosmopolita y en la efervescente escena artística de Montreal, así como una influencia sin precedentes, a través de las películas que la provincia produce cada año y de los directores y actores que han marchado a Hollywood o Francia. Recientemente, Félix et Meira (Maxime Giroux, 2014) unió a una judía jasídica y a un joven ocioso en el barrio de Mile End, en una especie de comedia romántica acolchada y melancólica, pero no exenta de encanto. La Femme de mon frère (2019), de Monia Chokri, es una de las últimas comedias brillantes surgidas en Quebec, que nos lleva de paseo invernal y estival, en patines y en barca de remos, por el lago Beaver, en el Parc du Mont-Royal de Montreal. Matthias & Maxime (2010), de Xavier Dolan, corona una década particularmente productiva para este joven director, durante la cual ha realizado la friolera de ocho películas que muestran su romanticismo vanguardista y su gusto por el melodrama, de las cuales Mommy (2014) es el punto álgido emocional.
Dune, de Denis Villeneuve, adaptación de la novela de Frank Herbert, llegará a los cines de Quebec en octubre de 2021 (una segunda parte se estrenará en 2023), al igual que Simple comme Sylvain, de Monia Chokri, ganadora del César a la mejor película extranjera en 2024.

El público quebequés siempre ha sido aficionado a las series de televisión, pero el formato ha experimentado un auge que se remonta, a grandes rasgos, a Invencibles (2005-2009), una serie sobre tres treintañeros que deciden dejar a sus novias al mismo tiempo (la serie fue adaptada para el público francés). Sus creadores han vuelto a distinguirse con Série noire (2014-2016), que revisita el thriller policíaco con ironía, y más recientemente con C'est comme ça que je t'aime (2020 hasta hoy), la historia de dos parejas en crisis que se convierten en cabecillas del crimen organizado en la ciudad de Quebec. De los dramas judiciales(Ruptures, 2016-2019) a las series policíacas de calidad(19-2, 2011-2015 o District 31, 2016-2022), a veces con un toque de humor negro(Faits Divers, 2017-2018, ambientada en la pequeña ciudad de Mascouche, a las afueras de Montreal), pasando por la eterna crisis de los treinta, esta vez en versión femenina(Lâcher prise, 2017-2019), hay para todos los gustos.