Veniamakis Stefanos-Shutterstock.com.jpg
shutterstock_1342240367.jpg

Distribución desigual

Con unos 633.500 habitantes, Creta es la isla más poblada de Grecia (5,5% de la población total del país), con una densidad de población de unos 74 habitantes/km². La capital, Heraklion, con más de 179.000 habitantes, es la mayor ciudad de la isla, por delante de Hania y Rethymnon. También es la sexta ciudad de Grecia en número de habitantes, tras Atenas, Salónica, El Pireo, Patras y el municipio de Peristeri, al sur de la capital griega. La mayoría de la población cretense se concentra en la costa norte de la isla, mientras que el sur está escasamente poblado debido a su terreno montañoso. Como consecuencia, el 45% de la población de la isla vive en zonas rurales. La región de Heraklion tiene más de 300.000 habitantes. Es la región más densamente poblada de Creta, con una densidad de 110 habitantes/km2. Al este, Lassithi tiene menos de 80.000 habitantes, la región de Hania, al oeste, cuenta con 150.000 habitantes, mientras que en el centro, la región de Rethymnon tiene más de 80.000 habitantes. Según las estadísticas oficiales y el último censo, la media de edad es más alta en los pueblos, ya que los jóvenes prefieren buscar trabajo y un estilo de vida más moderno en las grandes ciudades. También hay que señalar que la edad media de las mujeres en Creta, siguiendo la tendencia general en Grecia, es superior a la de los hombres, en torno al 43,5%.

Los cretenses y su prehistoria

Situada en la encrucijada de las rutas marítimas -abiertas de par en par no sólo al Mediterráneo, sino también a las islas del mar Egeo, Oriente Próximo y África-, Creta debe gran parte de su desarrollo cultural a su situación geográfica.

Sus primeros habitantes se asentaron en la isla ya en el Neolítico. Al parecer, estos cretenses nunca practicaron la agricultura, lo que constituye una de las razones por las que se les atribuye un origen distinto al de los antiguos griegos del continente. Los hombres cretenses del Neolítico vivían sobre todo fuera de sus chozas, pastoreando rebaños salvajes o paseando íbices entre las rocas de las cumbres, pescando o surcando los mares para hacerse con obsidiana en Melos, o jarrones de piedra en Egipto. En cuanto a las mujeres, se quedaban en casa, cuidando de los niños y realizando todas las tareas domésticas.

Sin embargo, hay pocas pruebas de los duros comienzos de los cretenses en su propia tierra, aparte del hecho de que la civilización cretense fue la más temprana de todo el Egeo y la que desapareció antes. Por otra parte, la mitología griega, constantemente enriquecida a lo largo de los siglos, nos da algunas pistas sobre la mezcla de diferentes leyendas procedentes de otros lugares: es a través de ellas y del antiguo alfabeto cretense como podemos estar seguros de que en la isla, de un modo u otro, dos pueblos aprendieron a coexistir y a comunicarse entre sí desde una edad temprana: los nativos -los etocretenses- y los fenicios.

Emigración e inmigración

Los griegos, como consecuencia de sus vicisitudes políticas y del lento desarrollo económico de su país, fueron un pueblo que, desde los primeros tiempos, se vio obligado a emigrar para mejorar su nivel de vida. Los mitos griegos están repletos de leyendas sobre cómo, bien por la ira de los dioses, bien por una saga familiar o dinástica, bien por un amor a primera vista, la gente tuvo que abandonar su tierra natal para siempre o por un periodo de tiempo más corto. Y cuando volvían a casa, era porque habían traído al menos un vellocino de oro... A lo largo de los siglos, la odisea de los griegos continuó hacia América, Australia y Alemania.

En el conjunto del país, a partir de los años 50 la tendencia fue trasladarse a Atenas para cursar estudios superiores y encontrar trabajo. Gracias a sus considerables recursos naturales, Creta ha resistido mejor que las demás islas griegas la desertización de sus ciudades y campos: sus habitantes han emigrado menos, al extranjero o al continente. Cuando se optó por la emigración, lo hicieron cretenses cuyas tierras eran completamente áridas o resultaban insuficientes para proporcionarles un nivel de vida aceptable.

Hacia finales de la década de 1980, Grecia, que gozaba de estabilidad política y cierto grado de desarrollo económico en comparación con sus vecinos balcánicos, se convirtió en un país al que emigraba la gente. La primera oleada de inmigrantes procedía principalmente de Albania, y más tarde de Bulgaria, Rumanía y la antigua URSS. Su integración no fue, y sigue sin ser, fácil. La larga tradición migratoria de los griegos, marcada por el deber de hospitalidad, se ha visto muy a menudo burlada por un aumento de la xenofobia y el racismo. Esto es especialmente cierto en el caso de las minorías étnicas que han llegado más recientemente: Afganos, pakistaníes y otras minorías musulmanas, a menudo presa de la discriminación racial, a veces alimentada por la extrema derecha y los periódicos sensacionalistas.

Sin embargo, a diferencia de la Grecia continental, Creta ha integrado mucho mejor a sus trabajadores inmigrantes de Albania y los Balcanes. Han encontrado su sitio sobre todo en la agricultura, un sector muy boyante en la isla y en el que cada vez menos cretenses desean trabajar (al menos manualmente). Además, un gran número de mujeres inmigrantes han encontrado trabajo en el sector de la hostelería y la restauración, al menos durante la temporada turística. Estos inmigrantes ya forman parte, en gran medida, de la población cretense, sobre todo las segundas y terceras generaciones. No es el caso de los inmigrantes que llegan de África en embarcaciones que naufragan frente a las costas de Libia. Su situación es muy vulnerable, ya que la mayoría quiere abandonar Creta, y Grecia en general, para llegar a otros países europeos. Como el proceso de asilo en Grecia se ha vuelto muy lento en los últimos años, la situación de los africanos que deciden quedarse en la isla es precaria, a pesar de los esfuerzos de las asociaciones locales de solidaridad y las organizaciones humanitarias.