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La música y la danza tradicional

La música, el canto y la danza han sido siempre parte integrante de la cultura bretona. En la sociedad rural del siglo XIX y principios del XX, las bodas, las fiestas y los indultos, así como las veladas invernales, el trabajo en el campo, la trilla, la cosecha y otras tareas colectivas eran ocasiones para cantar y bailar. Cantan kan ha diskan, esas embrujadoras canciones de baile típicas de la Baja Bretaña, a capella y alicatadas: el segundo cantante repite la letra del primero, empezando por las últimas sílabas. En cuanto a los gwerzioù, esos lamentos que narran acontecimientos trágicos, transmitidos de generación en generación, suelen reservarse para las reuniones nocturnas, mientras que las canciones de marineros adormecen a los bretones incluso en el campo. En ocasiones especiales, la música es interpretada por sonneurs(sonerien en bretón, sonnou en gallo), músicos de pueblo que tocan el biniou y la bombarda en Finistère y Morbihan, el violín y la zanfona en Ille-et-Vilaine y Côtes-d'Armor, el clarinete en Bretaña Central y el acordeón en casi todas partes.
Además de ser una fuente de placer, el baile es una forma de relajarse tras una dura jornada de trabajo. También se utiliza para animar la creación de un suelo de barro en el interior de la casa o de una era en el patio. Gavotte en Cornouaille, ridées en Léon, plinn en Bretaña Central, en dro y hanter dro en el Pays Vannetais, quadrilles y avant-deux en Alta Bretaña... Cada país, incluso cada pueblo, tiene su propio estilo de baile y sus propias características musicales.

Fest-noz y bagad: tiempo de reconstrucción

El siglo XX, con sus convulsiones sociales, puso patas arriba la sociedad rural y dañó su patrimonio cultural. Al mismo tiempo, sin embargo, empezó a gestarse un gran movimiento de reapropiación. Se realizaron numerosos estudios de campo para recopilar danzas, música y canciones tradicionales. En el periodo de entreguerras surgieron los primeros círculos celtas, sobre todo entre los bretones de París. Estos grupos folclóricos recuperaron danzas y trajes y desempeñaron un papel fundamental en la conservación y transmisión de la cultura bretona a las nuevas generaciones. A finales de los años 40, los militantes bretones inventaron el bagad, inspirado en la tradición de los gaiteros y las bandas de gaitas escocesas, muy populares entonces al otro lado del Canal de la Mancha. Constaba de cuatro secciones: además del inevitable dúo biniou-bombarde, había tambores de caja y percusión escoceses. Bagadoùs se hizo rápidamente muy popular.
Fest-noz ("fiesta nocturna" en bretón) nació a mediados de los años 50, gracias a Loeiz Ropars, un profesor apasionado por la cultura bretona. En su pueblo de Poullaouen, en el centro de Bretaña, organizó la primera festoù-noz moderna, un cruce entre las antiguas fiestas campesinas y los bailes populares, con entrada de pago, refrescos y música en directo. La fórmula se extendió rápidamente por toda Bretaña y la diáspora. No pasó mucho tiempo antes de que el Bal Breton tuviera sus estrellas: las hermanas Goadec, estrellas del kan ha diskan, y los hermanos Morvan, que han interpretado más de 3.000 rondas de canciones en una carrera que abarca 61 años, de 1958 a 2019, desde el más pequeño festoù-noz de pueblo hasta los más grandes festivales como Les Vieilles Charrues.

El renacimiento cultural bretón

En los años 70, Alan Stivell revolucionó la música bretona, resucitando la mítica arpa celta y componiendo una fusión de música teñida de influencias celtas, folk rock y músicas del mundo, de la que fue uno de los precursores. Su éxito fue fenomenal, tanto entre los jóvenes de Bretaña como a escala internacional. Su legendario concierto en el Olympia el 28 de febrero de 1972 se considera un acontecimiento fundador de la moda celta. En los vientos de liberación posteriores a mayo de 1968, esta década vio surgir toda una nueva generación de músicos bretones que se reapropiaron de las tradiciones para ofrecer creaciones originales, mezclando las raíces celtas con influencias modernas: entre ellos, el cantante folk Gilles Servat y su Blanche Hermine, el guitarrista Dan Ar Braz y su conjunto L'Héritage des Celtes, los grupos de folk-rock Tri Yann y Sonerien Du, el pianista Didier Squiban, que mezcla la música bretona con el jazz y la clásica, el clarinetista Erik Marchand, que colabora con artistas electro y balcánicos, y el cantante y etnomusicólogo Yann-Fañch Kemener, renovador del gwerz y el kan ha diskan... Un poco más tarde llegaron grupos de rock como Red Cardell y Ar Re Yaouank y artistas como Denez Prigent, que no dudaron en combinar el gwerz con el electro.
La música bretona ha conseguido así perpetuarse y regenerarse. A principios del siglo XXI, sigue viva y firmemente arraigada en su tiempo. Los círculos celtas y los bagadoù siguen dando guerra, compitiendo en grandes concursos y actuando en festivales como Saint-Loup en Guingamp, Cornouaille en Quimper, Filets Bleus en Concarneau y, por supuesto, Interceltique en Lorient. Lejos de contentarse con reproducir viejos modelos, hacen gala de creatividad y contribuyen a la vitalidad de la cultura bretona. Los festoù-noz siguen siendo acontecimientos muy populares, que mezclan generaciones y ofrecen un trampolín para la joven escena bretona. Los grupos que actúan en estos eventos abarcan una amplia gama de estilos, desde la más pura tradición al punk celta con Les Ramoneurs de menhirs, músicas del mundo con 'Ndiaz, electro con Plantec, rap gallo con Krismenn y Beat Bouet Trio, canto polifónico con Barba Loutig... Otros artistas, como los grupos de rock Matmatah y Soldat Louis, los raperos Manau y la cantante Nolwenn Leroy, se inspiran en la música bretona.

La burbujeante escena rockera de Rennes

A finales de los años setenta y ochenta, Rennes se convirtió en la capital del rock francés. La ciudad estudiantil, arrullada por la nueva ola que llegaba de la vecina Inglaterra, vivió una efervescencia musical y vio florecer talentos: los pioneros de Marquis de Sade, Etienne Daho, Les Nus, Dominique Sonic, Niagara, Pascal Obispo... En 1979 se creó el festival Trans Musicales: escaparate inicial del rock de Rennes, dio a conocer a estrellas francesas e internacionales antes de que se convirtieran en nombres conocidos, como Noir Désir, Mano Negra, Nirvana, Björk o Portishead.
La escena de Rennes ejerció una fuerte influencia en el rock francés. En la actualidad, la escena es más diversa y sigue marcada por el rock, pero también por el hip-hop y el electro. En el otro extremo de la península, en Brest, otras dos figuras clave de la música bretona contemporánea pasaron por el rock de Rennes antes de ramificarse: Christophe Miossec, cantautor con raíces en Brest, es uno de los que han revitalizado la chanson francesa, con sus letras crudas y sus melodías rockeras. Yann Tiersen, genial compositor y multiinstrumentista afincado en Ouessant, se dio a conocer con la banda sonora deAmélie Poulain.

Un aluvión de festivales

La pasión de los bretones por la música y la fiesta también se expresa estos días en festivales. La región es fértil en este sentido: desde pequeñas fiestas locales hasta grandes maquinarias, los eventos son innumerables, sobre todo cuando hace buen tiempo. Y hay para todos los gustos: música tradicional (Yaouank en Rennes, festival Cornouaille en Quimper), músicas del mundo (Bout du monde en Crozon, festival Chant de marin en Paimpol), electro (Astropolis en Brest), jazz (Jazz en ville en Vannes, Jazz à l'ouest en Rennes), clásico (festival de música antigua de Lanvellec, Fougères musicales), rock puro (Binic folks blues, Route du rock en Saint-Malo, Motocultor en Carhaix) o general (Trans Musicales en Rennes, Art rock en Saint-Brieuc, Fête du Bruit en Landerneau)... Sin olvidar los dos pesos pesados, el Festival Intercéltico de Lorient, que reúne a unas 800.000 personas durante 10 días, y Les Vieilles Charrues de Carhaix, el mayor festival de Francia con unos 300.000 festivaleros durante 4 días. Hay que decir que Bretaña vio nacer el primer gran festival de rock francés: Elixir. Apodado el "Woodstock de Bretaña", este evento itinerante, nacido en 1979 y fallecido en 1987, acogió a grandes nombres como The Clash o Leonard Cohen, e inspiró numerosos festivales que siguieron su estela.

Una fuerte tradición teatral

Bretaña alberga unas 750 compañías de aficionados y 450 compañías profesionales. Esta vitalidad se explica por la historia: a partir de finales del siglo XIX, el clero fomentó las actividades deportivas y artísticas, en particular el teatro, para llenar de actividades sanas el tiempo libre de su rebaño. El mecenazgo laico respondió subiéndose al escenario. Esta competencia favoreció el crecimiento de las compañías de aficionados. Sobre este terreno fértil se construyó el teatro bretón moderno. En 1949, por iniciativa de la Compagnie des jeunes comédiens, una compañía de aficionados con sede en Rennes, se creó el Centre dramatique de l'ouest, que recorrió la región presentando un repertorio a la vez clásico y contemporáneo. Pronto el Centro se asoció con la Maison de la Culture de Rennes, creada en 1968 en el marco de la campaña de descentralización cultural lanzada por André Malraux. Ambos organismos se fusionaron en 1990 para convertirse en el Théâtre national de Bretagne. Es el buque insignia regional de las artes escénicas y organiza cada año un festival de renombre que combina teatro, danza, circo y otros espectáculos. La capital bretona cuenta también con una ópera y un centro coreográfico nacional. Además de Rennes, la región cuenta con numerosos escenarios dedicados a las artes escénicas: el Théâtre de Lorient, centro dramático nacional; los escenarios nacionales de Le Quartz en Brest, La Passerelle en Saint-Brieuc y el Théâtre de Cornouaille en Quimper; Le Carré magique en Lannion, dedicado a las artes circenses; Le Fourneau en Brest, dedicado a las artes de calle... Festivales como Les Rias en Quimperlé, Théâtre en Rance en Dinan y Les Tombées de la nuit en Rennes harán las delicias de los aficionados.