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Los primeros pueblos..

En aras tanto de la cronología como del homenaje, sería imposible no comenzar esta presentación de la literatura australiana sin interesarse por quienes fueron sus primeros habitantes, aunque sus numerosas lenguas -que se estiman en varios centenares- nunca se escribieron y apenas sobrevivieron a los estragos de la colonización. En efecto, la cultura aborigen -pero también en este caso debemos utilizar el plural- fue víctima de los prejuicios difundidos tras el regreso del primer europeo que tuvo contacto oficial con ellos (brutal, huelga decirlo): Willem Janszoon, nacido hacia 1570, probablemente en Ámsterdam, donde murió unos sesenta años más tarde. En su diario, James Cook, el célebre explorador británico (1728-1779) que inició la colonización en 1770, se muestra más matizado en su opinión sobre la población local, concediéndoles una alegría de vivir que, sin embargo, desprecia, juzgando la isla como Terra nullius ("sin amo"), condición sine qua non para apoderarse de ella legalmente... y sin demasiados escrúpulos. El enfrentamiento será fatal para la cultura indígena, de la que sólo sobreviven retazos gracias a unos pocos artefactos, como los dibujos que adornan la cueva de Bunjil, y a la tradición oral que conserva la memoria de una rica mitología. Esta última tiene la especificidad de inspirarse en la geografía, ofreciendo otra visión de la topografía que luego se adorna con toda una cosmogonía que invoca a los espíritus de la naturaleza que habrían creado el mundo en su infinita diversidad.

Entre mil, podemos citar a Baiame, venerado por los kamilaroi, dios de la lluvia que vino a visitar la tierra después de un diluvio para iniciar a los seres vivos supervivientes en los secretos de la vida y de la muerte, pero también a Bunjil, vinculado a la región de Victoria, héroe representado en forma de águila, que creó los ríos y las montañas, antes de pedir al Cuervo que hiciera soplar el viento. Estos mitos regían las cuestiones sociales y las divisiones territoriales, pero también estaban afiliados a una religión chamánica, que más tarde adquirió un tono católico tras la época del encuentro, del mismo modo que las leyendas se enriquecieron con personajes de la vida real, como el capitán Cook. El reconocimiento y la reconciliación -legislados por la Ley de Derechos Territoriales de los Aborígenes sólo en 1976- llevarán mucho tiempo, y no es seguro que se consigan, a la vista del nuevo escándalo que supuso en 2020 la destrucción de lugares sagrados por el grupo minero Río Tinto. Sin embargo, a pesar de todos estos estragos, se calcula que aún se hablan algunos centenares de lenguas aborígenes -la mayoría de las cuales se enfrentan a una extinción inminente- y la lengua criolla, conocida como "kriol", que aún cuenta con varias decenas de miles de hablantes. Sobre todo, hay que señalar que la literatura se ha ido impregnando poco a poco de este patrimonio, ya sea a través de los colonos que recogían las historias o del talento de los escritores nativos, entre ellos David Unaipon (1872-1967), considerado el padre de la literatura indígena. Hijo de un jefe ngarrindjeri, se educó en la misión de McLeay Point y más tarde fue pastor. Pero el hombre tenía también otras habilidades, y registró diez patentes para una gran variedad de inventos, lo que le valió la reputación de ser el "Leonardo da Vinci australiano". Sus escritos se recogen bajo el título Legendary Tales of Australian Aborigines (Cuentos legendarios de los aborígenes australianos). Sus escritos se recogen en Legendary Tales of Australian Aborigines (Cuentos legendarios de los aborígenes australianos) y le llevaron a realizar una gira de conferencias, durante la cual sufrió los tormentos de la discriminación, pero que sin embargo le valió una auténtica posteridad, confirmada por su retrato en el billete de 50 dólares.

...y los primeros escritos

En términos más generales, fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando empezó a surgir la literatura australiana, aunque algunos textos ya se habían publicado antes, como First Fruits of Australian Poetry (1819), del juez de origen inglés Barron Field, o la poesía del político y periodista William Charles Wentworth, nacido en la isla de Norfolk en 1790. Hay que recordar que a partir de 1850 el país vivió la fiebre del oro, por lo que su población creció considerablemente, y con ella la demanda de actividades de ocio.

Entre las numerosas autoras que tomaron la pluma en esta época destacan Louisa Anne Meredith (1812-1895), que escribió sobre su vida en Mi casa en Tasmania (1852), y la sufragista Catherine Helen Spence (1825-1910), cuyo Tender and True (1856) se reimprimió varias veces: ambas prepararon el terreno para una abundante literatura femenina, que en ocasiones sería mayoritaria (aunque las autoras a veces utilizaban nombres masculinos), sin duda uno de los rasgos distintivos de las letras australianas. Mientras algunos escritores seguían inspirándose en las corrientes literarias europeas, como Henry Kingsley (1830-1876), que escribía novelas dirigidas más bien a un público inglés y en las que Australia sólo servía de telón de fondo, o Adam Lindsay Gordon (1833-1870), cuyas baladas tenían un fuerte sabor victoriano, otros se dedicaron por entero a contar la historia del país en el que vivían. Thomas Alexander Browne (1826-1915), por ejemplo, publicó Robbery Under Arms en tres volúmenes bajo el seudónimo de Rolf Boldrewood, una historia de Bushrangers (forajidos de la primera época colonial) que ha sido adaptada al cine en numerosas ocasiones, mientras que Marcus Clarke (1846-1881) describió la vida en una colonia penal australiana en For the Term of his Natural Life. En el género muy específico de la novela policíaca, Mary Helena Fortune fue una de las primeras en escribir sus tramas desde el punto de vista del detective -su detective se llamaba Mark Sinclair-, mientras que Ada Cambridge se interesó más por la psicología de las parejas, provocando cierto escándalo porque ella misma era la esposa de un clérigo. Sin embargo, Joseph Furphy (1843-1912) sigue siendo considerado el padre de la novela australiana: Así es la vida(publicada bajo el seudónimo de Tom Collins) es hoy un clásico, a pesar de su lento comienzo. Por último, podríamos concluir el siglo XIX con dos poetas de renombre, ambos corresponsales de la revista The Bulletin: Banjo Paterson(The Man From Snowy River) y Henry Lawson(A Song of the Republic).

El siglo XX se inauguró en una fecha importante:el 1 de enero de 1901, cuando Australia se convirtió en un Dominio del Imperio Británico (y más tarde de la Commonwealth). La literatura, que hasta entonces había tendido a ser nacionalista, empezó a explorar la cuestión de la identidad australiana con más matices, como sugieren las obras de Paul Wenz, expatriado francés y amigo íntimo de Jack London, que se volvió algo más crítico tras la Primera Guerra Mundial en una obra que descubrirían Zulma(L'Écharde) y La Petite maison(Récits du bush, L'Homme du soleil couchant), o las de Carlton Dawe, que no dudó en abordar el espinoso tema del racismo. Jeannie Gunn retrató la infancia de una aborigen en The Little Black Princess, su segundo éxito con We of the Never Never, y C.J. Dennis utilizó el dialecto en su largo poema The Songs of a Sentimental Bloke. Mientras Miles Franklin (1879-1954) fue pionero del feminismo con Ma Brillante carrière (publicada por L'Aube), Arthur Upfield (nacido en Inglaterra en 1890 y fallecido en Australia en 1964) inventó un detective mestizo, Napoléon Bonaparte, al que retrató en una vasta serie de novelas (publicadas por 10-18).

Una gran cantidad de literatura

Para ser sinceros, la abundancia es tal que impone elecciones draconianas, pero cómo no sucumbir a Pique-nique à Hanging Rock (Le Livre de poche) de Joan Lindsay (1896-1984), a la novela de anticipación Le dernier rivage (editions du Chemin de fer) de Nevil Shute (1899-1960), al personaje de Mary Poppins creado por Pamela L. Travers (1899-1996), a la historia de amor Esplendores y furias (The Observatory) de Christina Stead (1902-1983) o al humor de Trimardeurs (The Dawn) de Kylie Tennant (1912-1988)? ¡Tantas facetas de una literatura cuyas numerosas traducciones al francés son una garantía de su influencia! De hecho, si en 1938 Xavier Herbert (1901-1984) tuvo un gran éxito con Capricornio basado en su experiencia como protector de los aborígenes, título por el que recibió la medalla de oro de la Sociedad Australiana de Literatura y que anticipaba el premio Miles Franklin que recibiría más tarde por Pobre amigo mi país, el que realmente adquiriría fama internacional después de la Segunda Guerra Mundial fue Patrick White. Aunque nació en Londres en 1912, murió en Sydney en 1990: sigue siendo hasta hoy el único escritor australiano galardonado con el Premio Nobel (en 1973) por"su arte de narración psicológica y épica que introdujo un nuevo continente en el mundo de la literatura ". Sus novelas han sido publicadas por Gallimard: Les Cacatoès, Le Jardin suspendu, Eden-ville, Des Morts et des vivants... La poetisa Judith Wright, tres años más joven que él, también recibió el reconocimiento por su labor ecologista y su compromiso con los derechos de los aborígenes, mientras que Morris West ganó el James Tait Black Memorial Prize por The Devil's Advocate, que fue adaptada en obra teatral por la revista Avant-Scène. Igualmente militante, Kahtleen Ruska se dio a conocer como Oodgeroo Noonuccal y se convirtió en la primera mujer aborigen en publicar con We Are Going en 1964, un texto que algunos juzgaron (¡ferozmente!) más cercano a la propaganda que a la poesía..

Con el paso de las décadas, algunos escritores se hicieron tan conocidos que sus nombres nos resultan familiares, y Kenneth Cook sigue siendo considerado el más divertido de los escritores contemporáneos, a pesar de que murió en 1987, con sólo 57 años. Thomas Keneally, nacido en 1935 en Sydney, tampoco es en absoluto un desconocido, ya que la película La lista de Schindler, basada en su novela El arca de Schindler, gozó de una gran audiencia... ¿y qué decir de Los pájaros se esconden para morir, publicada por Colleen McCullough (1937-2015) en 1977, cuya resonancia sigue siendo interplanetaria? En un estilo más sentimental, no podríamos dejar de mencionar a Tamara McKinley y, en particular, su trilogía histórica publicada por Archipoche(La Terre du bout du monde, Les Pionniers du bout du monde y L'Or du bout du monde) que sigue siendo un buen ejemplo de la novela fluvial a la australiana, o a Katherine Scholes, también nacida en Tasmania, cuyas novelas (publicadas por Pocket: Le Berceau du monde, La Dame au sari bleu, etc.) han sido traducidas a numerosos idiomas en todo el mundo. Otro gran éxito internacional, el relato autobiográfico Shantaram (J'ai lu) es también fruto de una pluma australiana, la de Gregory David Roberts, que relató su huida y su partida hacia Bombay en busca de una segunda oportunidad. Por último, Christos Tsiolkas, hijo de inmigrantes griegos criado en Melbourne, ha llamado la atención desde su primer título -La bofetada (Belfond, 2011)- y su talento se ha confirmado en Jesus Man, Barracuda, Des Dieux sans pitié, etc. Liane Moriarty se ha anotado un auténtico bestseller con El secreto del marido (Albin Michel, 2015), y Richard Flanagan acumula elogios desde El libro de Gould (Flammarion, 2005). Estas brillantes carreras no deben ocultar a los autores que han adquirido una reputación más local pero igualmente importante, desde el poeta Bruce Dawe (1930-2020) hasta Bryce Courtenay -de origen sudafricano, al igual que el Premio Nobel JM. Coetzee, nacionalizado australiano en 2006, y Frank Moorhouse (1938-2022), así como Shirley Hazzard (1931-2016) y Jill Ker Conway (1934-2018), que optaron por abandonar su isla natal y establecerse en Estados Unidos.