Les indiens Arawaks, premiers habitants de l'île © duncan1890 - iStockphoto.com.jpg
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En la época de la esclavitud

Isla de mujeres o isla de flores -lo que para una mente romántica sería casi una analogía-, la ancestral Martinica sigue guardando sus secretos. Sólo se sabe que está habitada desde hace miles de años, pero sólo en nuestra época se llama así a las personas que viven allí: Arawaks, Caribes. Cuenta la leyenda que un europeo con el nombre de Cristóbal Colón llegó aquí el 15 de junio de 1502, pero la isla ya figuraba en mapas marítimos anteriores. Finalmente, es un autor cuya identidad permanece desconocida, el Anónimo de Carpentras, quien la menciona por primera vez en su Relation d'un voyage infortuné fait aux Indes occidentales en la que narra sus aventuras entre 1618 y 1620, sus encuentros con los indios nativos, una década antes de que los franceses decidieran apoderarse de Matinino, que se convertiría en Martinica.

A partir de entonces, la conquista por Pierre Belain d'Esnambuc, el 15 de septiembre de 1635, anunció las diversas oleadas de inmigración que darían lugar a una población mestiza que hoy cuenta con 375.000 habitantes. Algunas de estas personas son descendientes de los colonos, que recibieron el apodo de Béké, pero también son libertos, ya que la isla tuvo que lidiar con la esclavitud hasta mediados del siglo XIX.

Si los pueblos se mezclaron, a veces forzados y coaccionados, la literatura se impregnó de estas influencias y la lengua a su vez se reinventó en criollo. De esta lengua nacieron algunas de las primeras páginas escritas en Martinica, donde la tradición oral se había quedado hasta entonces con la parte del león, inventándose en los cuentos protagonizados por héroes populares, de Ti-Jean a Compé Zamba, de Misyé Li Wa a Manman Dlo. El lector curioso se aventurará en el sitio Gallica de la Biblioteca Nacional de Francia, donde podrá consultar tranquilamente Les Bambous : Fábulas de La Fontaine traducidas al dialecto criollo por un viejo comandante. Nacidas en el seno de un grupo de amigos reunidos por François-Achille Marbot, estas variaciones de estilo se imprimieron en 1846 e iniciaron publicaciones en criollo que no han cesado hasta nuestros días.

Sin embargo, es imposible comprender la literatura martiniquesa sin tener en cuenta un texto anterior, Les Amours de Zémédare et Carina, obra de Auguste Prévost de Sansac de Traversay fechada en 1806 que, aunque descuidada desde su publicación, sirve no obstante de interesante contrapunto a la célebre Paul et Virginie (1788) de Bernardin de Saint-Pierre. En esta última, novela mundialmente conocida que utiliza Mauricio como escenario donde el autor podría haber ambientado igualmente Martinica, que conocía por haber viajado allí con su tío en su adolescencia, nace la fantasía de un paraíso perdido, una visión idealizada de una Metrópoli en las islas del fin del mundo y, sin duda, una visión en parte utópica de las colonias y de las relaciones, aunque reconocidas como marcadas por la dominación, que mantienen quienes las habitan.

Bajo sus tintes sentimentales, la novela de Traversay defiende otro ideal, un patriotismo que se afirma en la unión entre las Antillas y Francia y se encarna en el destino de Josefina de Beauharnais, nacida en Trois-Îlets en 1763, futura emperatriz de Francia. Estos dos autores, cada uno en la cúspide de su carrera, quizás habían previsto que la situación no podía continuar sin un choque, y la historia les dio la razón. La abolición no estuvo exenta de problemas: proclamada el 27 de abril de 1848, cuando el ministro François Arago firmó los decretos redactados por Victor Schœlcher, debía entrar en vigor dos meses más tarde, pero los disturbios precipitaron su aplicación en Martinica. De esta fractura, y de la reflexión sobre la esclavitud y luego sobre el colonialismo que siguió, iban a resultar los grandes movimientos literarios que se inventarían aquí durante el siglo XX.

Tiempo de reflexión

Hasta los años veinte, surgieron dos corrientes bastante consensuadas: por un lado, la literatura beké se inspiraba decididamente en los escritores franceses, tanto en la forma como en el contenido; por otro, se escribían textos "exóticos" que ignoraban las realidades y preferían los clichés convencionales que atraían a la Francia metropolitana. Esta visión truncada se encontraba en todos los territorios de ultramar y se denominó a partir de entonces con un término bastante peyorativo, "doudouismo", al que se vincula, por ejemplo, la obra del poeta Daniel Thaly, que durante su vida osciló entre la Dominica anglófona, donde nació en 1879, y Martinica, donde fue conservador de la biblioteca Schœlcher. Pero en mayo de 1921 iba a aparecer un libro que cambiaría esta literatura dándole un giro más político.

René Maran nació en el océano en 1887 y se crió sucesivamente en Martinica y Burdeos. Tras convertirse en administrador en Oubangui-Chari, territorio francés en África Central, abandonó por un tiempo la poesía para escribir una novela, Batouala, que fue galardonada con el Premio Goncourt el año de su publicación por Albin Michel y convirtió a Maran en el primer autor negro en ser coronado con esta distinción. Bajo la apariencia de una rivalidad amorosa, su historia es una violenta denuncia de los excesos del colonialismo, pero probablemente no fue por principios por lo que el autor acabó abandonando la administración para la que trabajaba, sino para dedicarse a la escritura periodística y literaria. Aunque en su correspondencia privada se mostraba ocasionalmente crítico con Francia, no por ello era menos patriota. De hecho, le resultaba tanto más difícil identificarse con un nuevo movimiento que estaba surgiendo, el de la Négritude, que le atribuía un papel de precursor que él se negaba a asumir, declarándose humanista y temiendo, sobre todo, el rechazo del otro. Las conversaciones que tenían lugar en los salones de Paulette Nardal (1896-1985), en el número 7 de la rue Hébert de Clamart, eran ciertamente fascinantes cuando, en los años 30, presentó a René Maran a un jovencísimo Aimé Césaire, nacido en 1913 en Basse-Pointe y venido a Francia para proseguir sus estudios.

Al mismo tiempo, en 1932, se publica el único número de una revista que confirmará que se ha dado un nuevo giro: Légitime Défense. Iniciada por un grupo de jóvenes intelectuales martiniqueños que se reivindicaban tanto comunistas como surrealistas, esta publicación pretendía ser un manifiesto de denuncia de los peligros de la asimilación, es decir, de la contorsión del "alma blanca en un cuerpo negro", consecuencia directa de la colonización. Entre los firmantes -Étienne Léro, Simone Yoyotte, Thélus Léro y Jules-Marcel Monnerot- destaca el nombre de René Ménil (1907-2004) que, unos años más tarde, en 1941, encabezó un nuevo proyecto editorial, Tropiques, en compañía de Aimé Césaire y su esposa, Suzanne. Aimé Césaire, por su parte, prosiguió las ideas que había desarrollado en el círculo literario creado por Paulette Nardal. En 1934, junto con Léon Gontran Damas y Léopold Sédar Senghor, fundó la revista L'Étudiant noir, en la que apareció por primera vez el término négritude, un concepto que englobaba el rechazo a la asimilación, pero que también estaba teñido de una reivindicación de la identidad negra. Repetida en varias partes del mundo, se convirtió, bajo la pluma de Sartre, en una fórmula que ha permanecido célebre: "la negación de la negación del negro", es decir, el reconocimiento del intento de aniquilar, mediante la esclavitud y luego mediante la colonización, una cultura que ahora pretende imponerse.

Aimé Césaire y su familia tuvieron que enfrentarse de nuevo a la censura cuando el régimen de Vichy frenó la publicación de Tropiques, pero el escritor era ingenioso y un orador brillante, y en la posguerra asumió responsabilidades políticas, ya que fue elegido alcalde de Fort-de-France en 1945 y posteriormente diputado, mandato que mantuvo hasta los años noventa. En este nuevo campo, contó con el apoyo de un joven martiniqueño, Frantz Fanon (1925-1961), que pretendía convertirse en psiquiatra. El periodo durante el cual Fanon vivió en Argelia le animó a reflexionar sobre las consecuencias de la colonización, sobre la "despersonalización" que convertía al colonizado en un ser oprimido por los prejuicios del colonizador, y sobre el sentimiento de inferioridad que se convirtió en una neurosis a la que había que encontrar una respuesta en el momento de la descolonización. Sus dos obras principales, Peau noire, masques blancs (1952) y Les Damnés de la Terre, publicadas pocos días antes de su temprana muerte en 1961, siguen dando que pensar. Un premio literario llevará su nombre y será concedido en 1994 a un martiniqués que, aunque más discreto, es sin duda uno de los más representativos de la literatura antillana: Joseph Zobel (1915-2006), que hizo de su infancia el material de su célebre novela La Rue Cases-Nègres, publicada en 1950.

Otros escritores y filósofos siguieron reflexionando sobre el tema. Así, Édouard Glissant (1928-2011) desarrolló el concepto de antillanité y abrió el camino a las relaciones elaborando la Tout-Monde, un espacio de encuentro abierto a las diferencias que une a las personas. Tras él, tres escritores explorarán la noción de creolité. Trabajaron concretamente por el reconocimiento de una lengua y una cultura. Jean Bernabé, lingüista, intervino para que el criollo pudiera enseñarse en la universidad y en 1973 fundó el GÉREC (Groupe d'études et de recherche en espace créole), mientras que Raphaël Confiant publicó el primer diccionario de criollo martiniqués y utilizó la lengua para escribir sus primeras novelas. Su Éloge de la Créolité (1989) fue sin embargo criticado por ser demasiado elitista, argumento al que el tercer firmante, Patrick Chamoiseau, era especialmente sensible, ya que estaba más próximo a las tesis de su amigo Édouard Glissant. Patrick Chamoiseau, nacido en 1953 en Fort-de-France, también ganó el Premio Goncourt en 1992 por su novela Texaco.