Los precursores

Aquí, como en todas partes, la literatura parte de su forma más visceral, la oralidad, que permite transmitir y preservar los mitos fundadores de los pueblos indígenas, a veces su genealogía, a menudo sus ritos, y es en este registro donde se inscribe El Güegüense. Creada tras la llegada de los conquistadores, esta obra ha dejado su huella en la historia y ha sobrevivido a los siglos: combina todas las artes - danza, música y teatro - y aún hoy se representa y sigue siendo muy conocida por los nicaragüenses. Drama satírico de autor desconocido, El Güegüense es un monumento folclórico declarado patrimonio inmaterial de la humanidad por la UNESCO en 2005, que lleva el nombre de un personaje que finge servilismo para burlarse de sus amos entre bastidores, a los que tiende constantes trampas y gasta bromas. Este texto -compuesto por más de 300 sainetes- data en su forma definitiva del siglo XVII, y es el símbolo de la resistencia -al colonialismo y, más ampliamente, al poder-, así como la firma de una identidad nacional mestiza, ya que utiliza dos lenguas, el español y el náhuatl (de origen uto-azteca).

Rubén Darío

Sin embargo, no fue hasta dos siglos después, con el nacimiento de Rubén Darío en Metapa en 1867, que la literatura nicaragüense pudo reclamar la influencia que la distinguiría en el mundo de habla hispana. Desde muy joven, este aspirante a poeta encontró refugio entre los libros que le sirvieron de familia adoptiva y le llevaron a publicar sus primeros versos a los 13 años. A los 19 años, su reputación en toda Centroamérica estaba asegurada, por lo que se trasladó a Chile, donde perfeccionó sus conocimientos de literatura francesa y escribió los textos que reuniría en 1888 bajo el título Azul, colección que esta vez sí le valió fama mundial. A partir del año siguiente, como corresponsal de prensa de varias cabeceras y luego como diplomático, viajó mucho, visitando España, Cuba, Buenos Aires y, por supuesto, París. El deterioro de su salud le obligó a regresar a su país natal, donde perdió la vida prematuramente, con sólo 49 años, el 6 de febrero de 1916. Será recordado como el padre del movimiento modernista gracias a su obra, considerada revolucionaria, tanto por ser síntesis y variación de las corrientes europeas (simbolismo y romanticismo) como por ser innovadora en cuanto a la métrica y la forma musical. Sólo un puñado de editoriales francesas han mantenido vivo su recuerdo, pero hoy todavía podemos leer La Vie de Rubén Darío, escrita por el propio Rubén Darío, publicada por Rue d'Ulm, y sus Chants de vie et d'espérance por la magnífica editorial Sillage. Su digno sucesor, Santiago Argüello (1871-1940), que fue también su secretario particular y sobre todo su amigo, es prácticamente desconocido en nuestro país -aunque en 1919 publicó Canto la misión divina de la Francia - y casi olvidado en el suyo. Quizá no sea del todo ajeno a este olvido el hecho de que se comprometiera decididamente con los derechos de la mujer, que ya le costaron muchas enemistades en su tiempo.

Tiempos modernos

El posmodernismo estaría brillantemente encarnado por los tres poetas nacionales Azarías H. Pallais (1884-1954), Alfonso Cortés (1893-1969) y Salomón de la Selva (1893-1959), pero la vanguardia ya se vislumbraba con el Movimiento de Vanguardia, iniciado en 1931 por los alumnos del Colegio Centroamérica, fundado y dirigido por los jesuitas en Granada. Uno de estos alumnos fue José Coronel Urtecho (1906-1994), cuya trayectoria puede parecer paradójica por ser pionero de la vanguardia literaria, pero que sin embargo fue inicialmente retrógrada desde el punto de vista político. Con el tiempo se retiró de la vida pública para dedicarse a sus escritos, entre ellos numerosas traducciones, y su influencia en Nicaragua está ya asegurada. Junto a él hay que mencionar a Manolo Cuadra (1907-1957), Pablo Antonio Cuadra (1912-2002) y Joaquín Pasos Argüello (1914-1947), los tres poetas que fueron voluntariamente políticos, tratando de aplicar al mundo que les rodeaba la máxima que se habían fijado al escribir, "la única regla es que no hay reglas", lo que no era necesariamente obvio en aquellos tiempos de dictadura. Sin embargo, revuelta y humanismo no eran incompatibles, como demostró la Generación de 1940, representada en particular por Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985), Carlos Martínez Rivas (1924-1998) y Ernesto Cardenal Martínez (1925-2020). El primero recibió el Premio Alfonso Reyes en 1980 y sigue siendo famoso por haber inventado el género conocido como prosema, que se refiere a textos líricos breves escritos en prosa. Su carrera artística fue tan breve como intensa: en 1953, La insurrección solitaria fue su obra maestra... y la última publicada en vida. Sacerdote y escritor, revolucionario y teólogo, fue finalmente preseleccionado para el Premio Nobel de Literatura en 2005.

La literatura había emprendido claramente el camino del realismo -Fernando Silva Espinoza (1927-2016) fue felicitado por su capacidad para hablar del "verdadero nicaragüense"-, pero los acontecimientos políticos también le obligaron a tomar partido. La fecha del 23 de julio de 1959, triste símbolo de la represión de las protestas estudiantiles, propició el surgimiento del Frente Ventana, un movimiento nacido en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) en León. Claramente comprometido con las luchas sociales, este grupo se diferenciaba de los miembros de la Generación traicionada, más influidos por la Generación Beat estadounidense. Aunque estos dos movimientos tenían sus diferencias, la confrontación entre ellos dio lugar a un verdadero renacimiento de la literatura nicaragüense, un caldo de cultivo fértil que vio surgir a Sergio Ramírez, cuya obra publica ahora Métailié en francés. Por último, Gioconda Belli, nacida en Managua en 1948, aunque se vio obligada a exiliarse y adoptó la nacionalidad chilena en 2023. Escritora muy comprometida, también es reconocida internacionalmente desde su primera novela semiautobiográfica, La mujer habitada, publicada en 1988.