Maria de Medeiros au 65e Festival du Film de Cannes. (c) Andrea Raffin- shutterstock.com.jpg

La infancia de un arte y el fin de la inocencia

La primera productora portuguesa, Invicta Film, se fundó en Oporto en 1910. En los años veinte, se puso de moda buscar directores extranjeros, sobre todo franceses, para dirigir producciones locales: Georges Pallu, Roger Lion y Maurice Mariaud fueron algunos de los cineastas que fueron a ver si la hierba era más verde en Portugal y, de este modo, participaron en el desarrollo de su industria cinematográfica. Este último es, en particular, el autor deO Fado (1923), cortometraje inspirado en un cuadro del mismo título de José Malhoa. El comienzo de la carrera de Manoel de Oliveira coincidió, más o menos, con la llegada al poder de António de Oliveira Salazar. Su primera película Douro, Faina Fluvial (1931) está dedicada a su ciudad natal, Oporto, y al río que la atraviesa, pero es ya una crítica al poder militar y policial. Casi diez años después, Aniki-Bóbó (1942), en la que Oporto vuelve a ser protagonista a través de las aventuras de un niño de la calle, es su primer largometraje, y hoy uno de los clásicos del cine portugués. Divertida, una de las primeras películas sonoras portuguesas, A Canção de Lisboa (José Cottinelli Telmo, 1933), es, como su título indica, un himno a Lisboa y constituye otro éxito del cine de entreguerras. La producción sostenida le valió a este periodo el sobrenombre de edad de oro del cine portugués. La predilección por las películas históricas o de temas relacionados con el folclore local puede verse como el efecto de la propaganda nacionalista mantenida discretamente por el régimen de Salazar. Fueron especialmente populares las comedias populares protagonizadas por una población pintoresca y a menudo descarada, como O Pátio das Cantigas (Francisco Ribeiro, 1942) ambientada en los suburbios de Lisboa, prueba de que aún existía un cine popular de calidad, y que sería rehecha por Leonel Vieira (2015).

El Novo Cinema y el inicio de la excepción portuguesa

Como reacción a la censura de la dictadura y a las producciones tranquilizadoras que engendraba, surgió a principios de los años sesenta lo que hoy se conoce como Novo Cinema, un movimiento inspirado en la Nouvelle Vague francesa y en los impulsos emancipadores que surgían entonces en Europa. Los años verdes (1963), de Paulo Rocha, director emblemático del Novo Cinema, da testimonio de los cambios que estaban afectando tanto a la sociedad portuguesa como a la ciudad de Lisboa. Su segunda película (Vidas cambiantes, 1966) evoca la guerra de Portugal en Angola al narrar el regreso de un recluta a su pueblo de pescadores. La Revolución de los Claveles, en 1974, permitió definitivamente a un cine portugués de expresión personal salir de los márgenes o de las alusiones para abordar de frente temas políticos o liberarse de los códigos del cine tradicional. Cineastas portugueses, en la estela de Oliveira o Rocha, se convirtieron en favoritos de festivales, como João César Monteiro, crítico convertido en director de una excentricidad sin parangón, pero cuya trilogía de Dios(Recuerdos de la casa amarilla en 1989, La comedia de Dios en 1995 y El matrimonio de Dios en 1998) es también típica de esta tendencia al experimentalismo de ciertos cineastas portugueses. Otro ejemplo de cine muy literario es João Botelho, cuya obra ha estado bajo el mecenazgo de Fernando Pessoa desde su primera película(Moi, l'autre, 1981), y que en 2010 producirá una versión de El libro de la intranquilidad o adaptará el clásico de la literatura portuguesa del siglo XIX, La Maia (2014). Oliveira dirigió la que a veces se considera su obra maestra, No, o vana gloria de mandar (1990), una ambiciosa exploración del pasado militar de Portugal, y en particular de sus derrotas más sonadas, desde la Antigüedad hasta las guerras coloniales. El productor Paulo Branco, nacido en Lisboa y afincado en Francia en los años 80, desempeñó un papel clave en el desarrollo de este cine un tanto inaccesible. Al mismo tiempo, los extranjeros redescubrieron Lisboa, su puerto y su carácter único. En la ciudad blanca (Alain Tanner) y El estado de las cosas (Wim Wenders), ambas estrenadas en 1982, demuestran que la ciudad tiene un nuevo y misterioso atractivo. También es la ciudad donde el espía interpretado por Sean Connery ha elegido retirarse al principio de La casa rusa (Fred Schepisi, 1990). Wenders, que nunca se cansa, rinde un nuevo homenaje a la ciudad con Lisbon Story (1994).

Entre las ambiciones comerciales y las visiones de autor

El séptimo arte continuó su impulso en los años noventa, mostrando un nuevo, aunque tímido, deseo de un cine más accesible: Três Irmãos (Teresa Villaverde, 1994) reveló, el mismo año que Pulp Fiction (Quentin Tarantino), a la actriz Maria de Medeiros, que volvería a verse un año después en Adán y Eva (Joaquim Leitão), cuyos 250.000 espectadores fueron una anomalía en la década. La misma Maria de Medeiros dedicó una película, al estilo de Hollywood, a la Revolución de los Claveles, Capitanes de abril (2000). Los nombres de Pedro Costa, cuya filmografía está dedicada en gran parte a los abandonados e inmigrantes que pueblan la capital portuguesa, y João Pedro Rodrigues se han sumado a esta larga tradición de lentitud y experimentación, dividida entre el realismo y los vuelos barrocos, atormentada por su pasado colonial, tan característica del cine portugués y que Miguel Gomes retomó a finales de los 2000 con Tabú (2012) o Las mil y una noches (2015). El aspecto artesanal o minimalista de estas películas va paradójicamente de la mano de la ambición de producir obras de gran duración. Les Mystères de Lisbonne (Raoul Ruiz, 2010) ofrece una versión menos árida al sumergirnos en una Lisboa romántica llena de historias. Merece la pena ver La noche de los perros (2008), de Werner Schroeter, por su fantástica visión de Oporto, en el papel de una ciudad imaginaria presa de un violento golpe de Estado. Los aficionados al fado y a Amália Rodrigues, gran estrella local, se alegrarán de ver la película que le dedicó en 2008 Carlos Coelho da Silva, mientras que el éxito de Variações (João Maia, 2019), biopic de la cantante homónima fallecida de sida a los 39 años, parece indicar lo fructífero del filón y que Portugal está ya maduro para volver a honrar, además de su tradición "de autor", un cine para el gran público.