Statue de Luis de Camoes dans la vieille ville de Cascais. (c) ribeiroantonio- shutterstock.com.jpg

Saudade

Más que una lengua, es un alma la que encarna la literatura portuguesa, la de la saudade, la "deliciosa nostalgia" según la definición del diccionario, necesariamente inexacta e incompleta ya que este término no tiene equivalente en francés. Pero es el sentimiento, ya, que está en el corazón de las cantigas, estos poemas medievales tal y como los escribió Denis I, llamado el rey trovador. Murió en 1325, dejando tras de sí la imagen de un hombre justo y bueno, y más de cien canciones. A lo largo del siglo XV, el lirismo va dejando paso a la prosa, pero la realidad sigue prevaleciendo sobre la ficción, como atestiguan las crónicas de Fernão Lopes. Su nombre aparece por primera vez en 1418. Seguramente autodidacta, y tal vez de familia modesta, asumió sin embargo el importante papel de historiógrafo oficial y fue encargado por el rey Duarte de escribir la historia del reino, desde sus orígenes hasta 1411, cuando dejó de hacerlo para retirarse. Responsable también de los archivos reales, viajó y se sumergió en la historia de su país. Aunque sólo han sobrevivido algunos fragmentos de su notable obra, Fernão Lopes sigue encantando con la gracia de su lenguaje florido. Como tal, se le reconoce como el primer autor portugués.

El siglo XVI fue la edad de oro de la poesía portuguesa y coincidió con la expansión del país. Fue la época de los Grandes Descubrimientos, cuando los navegantes se aventuraron cada vez más lejos y se establecieron contactos hasta en Oceanía. El fogoso Luís de Camões, a quien la leyenda atribuye un amor sulfuroso, también se embarcó en 1553 tras haber probado la cárcel. De Goa fue desterrado a Macao, a raíz de una sátira contra el virrey, y fue allí donde comenzó el poema del que todos los portugueses conocen aún al menos algunos versos, Las Lusiadas. En esta epopeya, canta las hazañas de Vasco da Gama, alaba el poder de su país e invoca tanto la mitología griega como al Dios cristiano. Aunque estuvo a punto de perderse en un naufragio, el manuscrito se publicó finalmente en 1572 y se dedicó al rey Sebastián I, cuya muerte condujo a la incorporación de Portugal a la corona española en 1580, el mismo año en que, irónicamente, Luís de Camões perdió la vida. El poeta, que también escribió sonetos de amor que se encuentran en Chandeigne, fue contemporáneo de Bernadim Ribeiro (1482-1552), figura capital de la novela pastoril que, en su obra maestra Menina e Moça, introdujo la noción de saudade en la literatura. El Renacimiento también vio nacer y morir a uno de los padres del teatro portugués y castellano. En efecto, Gil Vicente dominaba ambas lenguas y a veces las mezclaba. Aunque su vida está llena de enigmas y da lugar a referencias cruzadas aleatorias, es bien sabido que su primera obra, La Visitación, también conocida como El Monólogo del Vaquero, se representó el 7 de junio de 1502 en los pisos reales para celebrar el nacimiento de Juan III. A lo largo de su carrera, sus obras puntuarían los acontecimientos de palacio, y su Barque de l'enfer sigue navegando con orgullo en el patrimonio lusófono.

El declive y luego el Renacimiento

El siglo XVII fue menos flamígero, Portugal seguía bajo dominio español y así permaneció hasta la Restauración de 1640, seguida de la Inquisición, que terminó pocos años después de la prohibición de la quema, en 1771. Fue un periodo oscuro en el que se quemaron hombres y libros en la plaza pública, pero del que, sin embargo, podemos recordar algunos nombres, como el de Francisco Manuel de Melo. Nacido en Lisboa en 1608, el erudito procedía de una familia noble y se hizo militar muy joven. Su vida se vio salpicada por un terrible naufragio, numerosos encarcelamientos, maquinaciones políticas y amorosas y, finalmente, un exilio que le llevó al Nuevo Mundo, pero el hombre nunca perdió la pluma y sus numerosas obras son testimonio del movimiento barroco. Destaca su obra El aprendiz de caballero, que bien pudo inspirar a Molière. Su contemporáneo exacto, António Vieira, optó por el hábito eclesiástico. Predicador jesuita y autor de varios centenares de sermones, encarnó también el movimiento barroco y puso su talento al servicio de la teología. Algunas de sus obras están disponibles en traducción en Allia(Sermon du bon larron, 2002) y Bayard(Sur les procédés de la Sainte Inquisition, 2002). Murió en 1697 al otro lado del Atlántico.

El religioso Manuel Bernardes (1644-1710) no se hizo eco de las veleidades barrocas y, aunque alabó la emoción, prefirió una escritura clásica, acorde con su vida de recluso contemplativo. Otra corriente, el Romanticismo, se manifiesta en los escritos de Francisco Manuel de Nascimento (1734-1819), que conoció dos revoluciones: el terremoto de Lisboa de 1755, que llevó al poder al marqués de Pombal, y la Revolución Francesa, que vivió durante su interminable exilio en París. Más conocido como Filinto Elisio, traductor y poeta, trabajó para desarrollar la alianza hispano-francesa, un tanto a regañadientes, uniéndose a un país que admiraba tras ser declarado hereje en 1778, pero lamentando toda su vida su patria, que nunca pudo volver a ver. Fue João Baptista da Silva Leitão, convertido en vizconde de Almeida Garrett, el verdadero padre del Romanticismo portugués. Siguió siendo famoso por su Viaje a mi país (1846), por la poesía oral portuguesa que recopiló cuidadosamente, por haber fundado el Conservatorio de Lisboa, pero también por sus ideas políticas liberales, que compartía con su hermano menor Alexandre Herculano (1810-1877), con quien creó el club Gremio Leterario en 1846.

La segunda mitad del siglo XIX basculaba ya hacia el realismo, y fue Júlio Dinis, seudónimo del médico Joaquim Guilherme Gomes Coelho, quien mejor encarnó esta transición. De salud delicada, se dedicó a la literatura desde muy joven, publicando poemas en revistas, pero se dio a conocer por sus novelas, inspiradas en la vida provinciana(As pupilas do senhor reitor) o en los orígenes angloirlandeses de su madre, a la que perdió de niño(Uma familia ingleza: scenas da vida do Porto). Como ella, sucumbió a la tuberculosis a los 31 años, dejando a la posteridad escritos que son tanto un reflejo de su carácter afable como de la realidad que le tocó vivir brevemente. Apenas tuvo tiempo de descubrir la Generación del 70, el movimiento de vanguardia que introdujo el naturalismo en la literatura portuguesa. Como ocurre a veces, incluso entre hombres de letras, todo empezó con una polémica. La Cuestión de Coimbrã, que debe su nombre a la universidad más antigua del país, enfrentó a los "cabellos blancos" del poeta ciego Feliciano de Castilho (1800-1875) con un grupo de jóvenes estudiantes a los que acusaba de carecer de "buen sentido y buen gusto". Antero de Quental contraatacó inmediatamente, subrayando la importancia de poner en palabras las grandes transformaciones que estaba experimentando la sociedad. Aunque el debate se fue perdiendo en contraargumentos cada vez más opacos, fue el punto de partida de una verdadera revolución que tomó forma durante las conferencias del Casino celebradas en Lisboa en la primavera de 1871, sobre las que reinó el pensamiento del francés Proudhon. Aunque idealista y entusiasta, Antero de Quental cedió a sus ideas más oscuras con el paso de los años y acabó con su vida en 1891, cinco años después de publicar su obra maestra, los Sonetos Completos. Su amigo Eça de Queirós le sobrevivió apenas una década y murió de enfermedad en París en 1900, después de haber estado tan influido por los escritores franceses, especialmente Flaubert y Zola. En la novela La Capitale, traducida en 2000 por Actes Sud, relata su llegada a Lisboa bajo la apariencia de ficción, un relato que recuerda a algunas otras Ilusiones Perdidas..

La nueva edad de oro

El nuevo siglo fue turbulento y conoció muchas convulsiones políticas, pero la literatura portuguesa floreció y dio lugar a ciertos autores que alcanzarían fama internacional. De hecho, se habla de "Renacimiento" cuando, en 1911, se crea en Oporto un nuevo movimiento literario, el saudosismo, en torno al poeta Teixeira de Pascoaes, término en el que se adivina la escurridiza saudade y que a veces se traduce, una vez más torpemente, por "nostalgia". Frente al caos que agita al gobierno, estos escritores quieren volver a centrarse en lo que les une y define, el alma portuguesa, que también se basa en el "sebastianismo", mito fundador y eterna espera del hombre providencial. Fernando Pessoa, nacido en Lisboa en 1888, se dejó seducir durante un tiempo por el poder de esta profecía, pero pronto unió sus fuerzas a las de otros dos poetas, Mário de Sá-Carneiro, uno de los adalides del movimiento simbolista, y Almada Negreiros, artista modernista. Juntos fundaron la revista Orpheu en 1915, que, aunque sólo tuvo dos números, causó un considerable revuelo, con la opinión pública algo escandalizada por los experimentos estilísticos y las alusiones pornográficas. Esto no disuadió a Fernando Pessoa, y a todos sus seudónimos, de colaborar en diversas publicaciones durante los veinte años que le quedaban de vida, destacando Presença en 1927, revista que marcó el punto de partida del "segundo modernismo". De personalidad compleja y misticismo fascinante, el autor de El libro de la intranquilidad, que se convirtió en Libro(s) de la inquietud en la nueva traducción de Marie-Helène Piwnik para Bourgois en 2018, fue sobriamente enterrado en Lisboa en 1935. Su genio tardó muchos años en ser reconocido. Otros tuvieron más suerte y disfrutaron del éxito en vida, como Vitorino Nemésio (1901-1978), cuyo Le Serpent aveugle fue traducido al francés en 1944, y José Maria Ferreira de Castro (1898-1974), cuyo Forêt vierge (Bosque virgen ) fue publicado por Grasset en 1938 en traducción de Blaise Cendrars. Miguel Torga (1907-1995), por su parte, entró en la literatura a través de la autoedición, lo que no le impidió convertirse en un novelista de primera fila.

La poesía, tan querida en Portugal, conoció una segunda edad de oro en la segunda mitad del siglo XX. A su vez, los Cahiers de Poésie, la Table ronde, L'Arbre y luego Poésie 1961 reunieron los talentos de Jorge de Sena, Sophia de Mello Breyner, David Mourão Ferreira, Ramos Rosa y Herberto Helder. Hasta su muerte en 1997, los poemas de Al Berto hicieron las delicias de los portugueses y su antología O Medo fue galardonada con el premio Pen Club en 1988. Otra figura importante, Nino Júdice, nació en 1949 en el Algarve, y Un chant dans l'épaisseur du temps está disponible en la colección Poesía de Gallimard.

En cuanto a la novela, la Revolución de los Claveles de 1974 supuso el fin de los códigos tradicionales y de la libertad de expresión. António Lobo Antunes se entrega a las corrientes de conciencia, no duda en mezclar su narrativa y hace que sus historias se cuenten desde el punto de vista de varios narradores. Galardonado con el Premio Camões en 2007, su inmensa obra se centra en el pasado, el suyo y el de su país. Su primera novela, Mémoire d'éléphant (1979), tiene fuertes tintes autobiográficos, cuyos ecos se encuentran en Jusqu'à ce que les pierres deviennent plus douces que l'eau (Christian Bourgois, 2019), que evoca de nuevo Angola, país donde el escritor ejerció la medicina de 1971 a 1973. La memoria también ocupa un lugar central en la obra de Lídia Jorge, autora de talento nacida en 1946 y que también vivió en África. Sus libros han sido un éxito, tanto en Portugal como en los numerosos países a los que ha sido traducida, como demuestra la impresionante lista de premios que ha ganado. Les Mémorables, que descubrirá Métailié, nos traslada a la época no tan lejana de la caída de la dictadura. Un joven autor compite con ella. José Luís Peixoto empezó su carrera en el periodismo antes de dedicarse a la enseñanza, pero ahora es escritor a tiempo completo. Sans un regard (Grasset, 2004) transcurre en el Portugal rural: bajo un sol opresivo, un pastor se queda quieto y escucha la voz del diablo que le dice que su mujer le es infiel. La muerte del padre (2013), un texto breve y denso, confirma todo el talento de Peixoto que, con Azufre en 2017, se ha consolidado en el panorama literario internacional. Pero, por supuesto, sería imposible hablar de literatura portuguesa sin mencionar el nombre del único autor de habla portuguesa que ha ganado el Premio Nobel de Literatura, José Saramago. Aunque su primera novela apareció en 1947, no fue hasta más tarde cuando se permitió el estilo personal que tanto le caracteriza: novelas densas, sin diálogos y con muy poca puntuación. Hasta 1982 no conoció el éxito con El dios manco. José Saramago tenía entonces 60 años, ganó varios premios y fue elogiado por Federico Fellini. Hubo que esperar otra década, hasta 1988, para que le concedieran el prestigioso premio sueco al conjunto de su obra, de la que nos quedamos con algunas obras esenciales, publicadas por Seuil en Francia: El año de la muerte de Ricardo Reís, La ceguera, La lucidez y La ventana. El hombre murió en 2010, dejando tras de sí novelas incomparables e irrenunciables.