Un crisol étnico
La mezcla de poblaciones, con los nacimientos y declives de los imperios de la región, y el incesante movimiento durante siglos a lo largo de la Ruta de la Seda, han dado lugar a que Kazajistán, como el resto de países de Asia central, tenga una población heterogénea, formada por numerosas minorías, localizadas en una parte del país o repartidas por toda su superficie. En el momento de la independencia, los rusos representaban casi el 30% de la población, mientras que los uzbekos, que comparten una larga frontera con Kazajistán, constituían una minoría equivalente al 3%; es decir, casi cuatro millones de personas. Ucranianos, coreanos, uigures, tártaros y alemanes del Volga son otras minorías entre el centenar de grupos étnicos de la nación kazaja. A finales del siglo XX y principios del XXI, las minorías seguían representando el 46,5% de la población total del país.
Reflexiones sobre la división administrativa
Al igual que en las repúblicas vecinas, tras la independencia, Kazajistán mantuvo la división administrativa trazada por Moscú. El país está dividido en catorce óblasts, o regiones, el mayor de los cuales es Karagandá, ubicado en el centro. Pero el desequilibrio entre la superficie que ocupan estos óblasts y el peso de la población que vive en ellos es flagrante. El óblast de Karagandá tiene una superficie de 428000 kilómetros cuadrados (¡el tamaño de Irak!), pero solo cuenta con 1,3 millones de habitantes: una densidad de tres habitantes por kilómetro cuadrado, una de las más bajas del mundo, y la mitad de la media nacional.
Además, tres ciudades tienen un estatus especial y se gestionan como regiones por derecho propio: Almatý, capital de la era soviética, Astaná, la nueva capital desde 1998, y Baikonur, sede del cosmódromo construido por los soviéticos durante la conquista del espacio. Solo en Astaná y Almatý viven 3,2 millones de personas, es decir, el 16% de la población del país. La distribución de la población también revela una cierta división norte-sur. La población de origen ruso se concentra en el norte, mientras que los kazajos viven en el sur. Por este motivo, muy poco después de la independencia, el presidente Nazarbáyev decidió abandonar Almatý, en el extremo sur, para instalar la capital en Astaná y evitar la aparición de corrientes separatistas que podrían haber exigido el regreso a la madre Rusia.
La mayor densidad de población se encuentra en el sur del país, en las regiones de Shymkent y Almatý, y en el noreste, en la región de Pavlodar. Las zonas menos pobladas se localizan en la estepa, en la región de Aktobé, y alrededor de Aktau, hacia el mar Caspio.
Tendencia a la uniformidad
En los años posteriores a la independencia, gran parte de la población rusa del norte del país regresó a Rusia. Esta es una de las razones por las que el presidente Nazarbáyev trasladó su capital a Astaná, más próxima a las regiones donde los rusos eran mayoría. Sin embargo, estos, que representaban más del 50% de la población del país a mediados del siglo XX y seguían siendo 9,5 millones en 1991, en el momento de la independencia, a finales del siglo XX, solo representaban el 30% de la población del país, y menos del 20% en 2023, frente al 68% de los kazajos. Este es el resultado de una estandarización de la cultura y la identidad kazajas, a pesar de que el país aboga oficialmente por la diversidad y el respeto de todos los grupos étnicos. En realidad, después de obtener la independencia, siempre ha existido una preferencia por lo nacional, lo que finalmente se ha reflejado en la composición de la población. En la esfera pública, en las administraciones y en los puestos de responsabilidad, los no kazajos saben que tienen pocas posibilidades de progresar o incluso de conseguir un puesto de trabajo. Esta situación es especialmente difícil para los rusos, que, aunque minoritarios, siguen siendo numerosos, pero no se sienten representados en la sociedad.
Dos lenguas oficiales
Kazajistán, al igual que su vecino Kirguistán, ha mantenido el ruso como lengua oficial, el mismo estatus que le han concedido al kazajo. Así, pues, el país cuenta con dos lenguas oficiales, pero en la práctica, hasta la década de 2010, el ruso seguía estando ampliamente sobrerrepresentado en todas las esferas: económica, política, medios de comunicación, etc. Las variantes lingüísticas del kazajo, que dan lugar a diferentes pronunciaciones en todo el país, se borran en gran medida cuando se habla ruso: una conveniencia que explica por qué la comprensión del ruso siguió siendo durante mucho tiempo superior a la del kazajo en toda la nación. En la década de 2010, la situación se invirtió: la mayor parte de la enseñanza escolar se impartió en kazajo, y los canales de televisión e Internet utilizaron ampliamente la lengua nacional. En el sur y el este del país, muchas minorías se comunican entre sí en su propia lengua (uzbeko, coreano, alemán, etc.), y aunque algunas de estas lenguas, pertenecientes a la familia de las lenguas túrquicas, permiten entenderse más o menos bien con los kazajos, el ruso sigue siendo más sencillo para establecer una comunicación fluida.
Desde finales de 2010, se han hecho esfuerzos considerables, sobre todo en las escuelas, para que el mayor número de personas aprenda inglés lo antes posible.
Respeto a la diversidad
Pese a la existencia no oficial de esa norma por la preferencia de lo nacional, algunas minorías encuentran en Kazajistán un lugar acogedor. Es el caso de los uigures, unos 200000 en Kazajistán, es decir, el 1% de la población del país. Agrupados esencialmente en el sureste, cerca de la región de Xinjiang, de la que son originarios, los uigures gozan de un estatus especial, ya que la sinización de su tierra natal amenaza la existencia misma de su lengua y su cultura. Incluso hay un teatro uigur en Almatý. Los representantes exiliados de esta minoría musulmana en China son ahora los custodios de su patrimonio cultural. Por ello, la política exterior de Kazajistán y sus relaciones con China son observadas por esta minoría con mucha inquietud.