Una rica tradición oral

Los paisajes que conocieron los neandertales eran sin duda muy distintos de los que conforman la actual Kazajistán, pero eso no hace sino demostrar que el país (atravesado por vías transitables que se convertirían en la Ruta de la Seda) ha estado habitado desde el alba de los tiempos. La sabana dio paso a condiciones más austeras, menos propicias al arraigo, pero aunque el clima acabó estabilizándose en una versión continental más suave, la domesticación del caballo (a partir del 3700 a. C.) contribuyó a mantener el estilo de vida nómada que sigue siendo emblemático de esta región esteparia. Podríamos mencionar las diversas civilizaciones que se fueron sucediendo (Botai, Srubna, Afanasevo, Andronovo, etc.), pero siguen siendo un misterio para nosotros debido a la falta de testimonios escritos. La llegada de los escitas y los hunos, del 500 a. C. al 500 d. C., marcó el comienzo de la historia moderna, con sus múltiples giros y la mezcla de poblaciones. Luego se produjo la unión de las tribus túrquicas y la introducción del islam en el siglo IX, pero lo más importante de este período es el desarrollo del antiguo alfabeto turco, o escritura de Orjón, del que aún quedan algunas producciones que narran la historia de la guerra entre turcos y chinos. Fue también en esta época cuando la tradición oral entró en los libros de historia, una larga transmisión coronada, en los albores de este tercer milenio, con su inclusión en la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco.

Este patrimonio, cuya influencia se extiende mucho más allá de las fronteras de Kazajistán, incluye personajes recurrentes y simbólicos. En los doce relatos que componen el Libro de Dede Korkut, muy apreciado por los turcos oghuz, el héroe es un sabio que promulga valores y preceptos, mientras que Nasreddin Hodja, que asume muchas identidades y cuya verdadera existencia no está atestiguada, es más bien materia de fantasía. Aldar Kose, por su parte, es realmente el personaje más emblemático del folclore kazajo, aunque también aparece en otras culturas vecinas. Su nombre, que significa «embaucador» o «impostor», nos da una idea de las travesuras que lleva a cabo este antihéroe (en cierto modo parecido a Robin Hood), que continúa siendo muy popular hoy en día. No obstante, en el centro de todo este corpus de cuentos y leyendas, hay que situar a quienes los difunden y les dan vida: el jyrchy y el akyn. A diferencia del jyrchy, que se inspira en el repertorio sin aportarle nada, el akyn domina el arte de la improvisación y disfruta enfrentándose a sus colegas en justas oratorias llamadas aitys, que están inseparablemente ligadas a la música que aporta el laúd dombra. A pesar de la censura impuesta en ciertas épocas, esta práctica ha desafiado a los siglos y hoy en día se siguen organizando torneos. Esto demuestra su importancia (los nombres de algunos akyns célebres siguen resonando como los de los escritores más prestigiosos del Panteón) y su notable capacidad de adaptación: después de haber servido para promulgar enseñanzas morales o filosóficas, es bastante lógico que temas abiertamente políticos, que fueron convirtiéndose poco a poco en patrióticos, impregnen estas declamaciones a lo largo de los siglos y los acontecimientos venideros.

La transición a la escritura

Como una celebración de la belleza fugaz del momento, las obras de la tradición oral (creadas o recitadas) no estaban especialmente destinadas a ser plasmadas por escrito, y de hecho muy pocas lo fueron. Indirectamente, esto constituyó una ventaja innegable, ya que garantizó la supervivencia de la cultura local a la llegada de los mongoles en el siglo XIII. Esta ocupación pasó por varias fases y culminó con la creación del kanato kazajo en 1465. En el siglo XIX, este kanato no sobrevivió a las disensiones con sus rivales ni a la llegada de los rusos. Fue en esta época cuando comenzó a producirse literatura, lo que podría parecer paradójico. Sin embargo, este desarrollo fue el resultado de dos movimientos combinados: el primero, la apertura a las corrientes e influencias exteriores; el segundo, el énfasis en la importancia del patrimonio local, un deseo encarnado en particular por Shoqán Valijánov (1835-1865), el «padre de la etnografía kazaja». Ybyrai Altynsarin (1841-1889), por su parte, se encontró en cierto modo en la convergencia de estas dos fuerzas, y ha seguido siendo tan famoso por su Gramática kazaja (la primera) como por su contribución a la adopción del alfabeto cirílico. Por último, Abay Kunanbayuli (1845-1904) fue el tercer hombre de este período de transición, en el cual entró con decisión. Perfectamente bilingüe, tradujo numerosas obras del ruso al kazajo, entre ellas algunos clásicos de la literatura occidental. Su apetito por otras culturas debe verse en el contexto de su poesía, que era claramente nacionalista (sin que por ello se deba buscar una contradicción en ello), a veces moralista, y una fuente de inspiración para el Alash Orda, un movimiento que exigía la autonomía durante la Revolución de Octubre y se alineó con el Ejército Blanco.

En los años que siguieron a 1917 y a la victoria de los bolcheviques, la situación, ya de por sí confusa, se volvió delicada. Tal vez uno de los ejemplos más notables de esta complejidad fue el éxito cosechado por Jambyl Jabayev, un akyn nacido en 1846, que hasta entonces había pasado completamente desconocido, pero cuyas obras elogiando a Stalin fueron muy leídas en toda la URSS, hasta el punto de que en 1941, cuatro años antes de su muerte, fue galardonado con el premio que lleva el nombre del dictador. Más tarde, estalló una polémica que afirmaba que él no era el autor de sus poemas, que habían sido compuestos en Moscú para apoyar la propaganda soviética… Lo que se sabe al respecto es que algunos textos «patrióticos» se escribieron en Kazajistán, sobre todo en el seno de la Asociación Kazaja de Escritores Proletarios, fundada en 1926. Al mismo tiempo, muchos autores, especialmente los que habían estado afiliados a la Alash Orda, sufrieron represalias y algunos incluso perdieron la vida en el terrible final de la década de 1930. No debemos olvidar en este período al poeta e intelectual independentista Ajmet Baytursinov, fusilado en 1937 a la edad de 64 años, que, además de sus artículos políticos, publicó la colección Qyryq Mysal («Cuarenta proverbios»). La suerte de Mirjaqip Dulatuli (1885-1935) fue poco más envidiable, pues no sobrevivió al campo de trabajo de Solovki, al que había sido enviado por «nacionalista». Fue autor de la primera novela kazaja, Baqytsyz Jamal (1910), en la que evocaba la condición de las mujeres víctimas del peso de la tradición y el patriarcado. El año 1938 no fue menos duro, con la ejecución de Magjan Jumabayev, Saken Seyfullin y Bejimbet Maylin, dos destacados poetas y un dramaturgo que contribuyeron a reformar la lengua y a dar nacimiento a la literatura kazaja moderna.

Hasta la independencia

A mediados del siglo XX, a pesar de las atrocidades que dejaron tantas páginas en blanco, la literatura kazaja experimentó un segundo renacimiento, gracias sobre todo a Mukhtar Auezov. Nacido en 1897 en el seno de una familia nómada, estudió filología en Rusia y luego en Uzbekistán. Con su título en la mano, se puso a escribir una novela basada en Abay Kunanbayuli, que tituló El camino de Abay. Esta epopeya iba a tener una continuación: mientras que el primer volumen se centraba principalmente en la vida del poeta, el segundo ofrecía un retrato más amplio de la sociedad kazaja del siglo XIX. Auezov publicó otras novelas y obras de teatro, y aunque no tuvieron la misma repercusión internacional, algunas de ellas fueron adaptadas al cine. Por último, para subrayar la importancia de este autor, fue miembro de la Academia de Ciencias, presidente de la Unión de Escritores y galardonado tanto con el Premio Lenin como con el Stalin. El nuevo siglo comenzó en 1915 con el nacimiento de Ilyas Yesenberlin en Atbasar. Cuando tenía unos treinta años, escribió poemas, que publicó en colecciones, antes de dedicarse a la escena con Lucha en las montañas, representada en el Teatro Republicano para un público juvenil. Sin embargo, la novela seguía siendo su género predilecto, en el que se prodigó tanto en el realismo socialista como en temas más históricos, en particular con su trilogía Nómadas, que relata las complejísimas luchas de poder que sacudieron las vastas estepas a partir del siglo XV. Otras tres obras, reunidas bajo el título La Horda de Oro, acabaron de otorgarle la fama para que su nombre pasase a la posteridad, e incluso fue traducido al japonés.

También debemos mencionar a Muzafar Alimbaev (1923-2017) por su labor como crítico literario y por su implicación en la literatura infantil; a Takhavi Akhtanov (1923-1994), apodado como el «escritor del pueblo de Kazajistán», y a Kuandyk Tulegenovich Shangytbayev (1925-2001), el «escritor nacional de Kazajistán», ambos representados en un monumento erigido en Aktobé en 2013, y sobre todo a Abdizhamil Nurpeisov (1924-2022). Hijo de pescadores del mar de Aral y oficial de Estado Mayor durante la Segunda Guerra Mundial, publicó una novela autobiográfica (y patriótica) en la posguerra, Kurland (1950), reeditada ocho años más tarde con el título de El día tan esperado. Tras reanudar sus estudios en el Instituto Gorki de Literatura Mundial de Moscú, se embarcó en un proyecto más amplio, la trilogía Sangre y sudor, en la que exploraba la historia de su región natal. Unos años más tarde, se centró en la historia de Kazajistán con tres nuevas obras: El crepúsculo (1961), Temporada de pruebas (1964) y El hundimiento (1970). Los más afortunados encontrarán en las librerías algunos de sus títulos traducidos. Por último, pero no por ello menos importante, no podemos dejar de mencionar la poesía de Tumanbay Muldagaliev (1935-2011), Kadyr Myrza Ali (1935-2011) y Olzhas Suleimenov, este último también destacado como activista en favor de la ecología y por su compromiso político, dos temas que no serán ajenos ni a Bakhytjan Kanapianov, poeta nacido en 1951, ni al escritor Aron Atabek (1953-2021).