Statue de Juan Rulfo à Mexico © Kanel Bulle - Shutterstock.com.jpg
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La escritura mesoamericana

En Sudamérica, la literatura no empezó a escribirse hasta la llegada de los conquistadores. De hecho, varias sociedades precoloniales ya tenían sus propios sistemas mucho antes de la invasión española. Los testimonios epigráficos más antiguos se remontan al periodo olmeca, hacia el año 900 a.C., lo que convierte a México en uno de los primeros lugares del mundo en haber desarrollado la escritura. Los olmecas, verdaderos iniciadores de la civilización mesoamericana, habrían influido en la expansión de las culturas maya, azteca (o náhuatl) y zapoteca gracias a su sistema de glifos, que permitía difundir su narrativa cosmogónica. Estos caracteres se representaban en tablillas de piedra, piel de animales y papel amate fabricado con fibras vegetales como la corteza de ficus, la fibra de maguey y el algodón. Además, la aparición de los códices (manuscritos elaborados a partir de hojas cosidas entre sí) hizo que aumentara el número de documentos administrativos (tributos, catastros o censos), históricos y religiosos. Como consecuencia, los copistas, considerados seres superiores, no pagaban impuestos al Estado, ya que el valor de este trabajo sagrado era muy apreciado.

Por otra parte, la mayoría de los códices mesoamericanos fueron desgraciadamente destruidos durante la conquista (hoy sólo quedan cuatro, uno de los cuales puede admirarse en el Museo Nacional de Antropología). El más famoso de ellos, el códice Mendoza, conservado en la Biblioteca Bodley de la Universidad de Oxford, fue transcrito para el rey Carlos V de España en 1542, para que pudiera ser testigo de la victoria del imperio español y de los inestimables tesoros que había recuperado. El novelista estadounidense Gary Jennings (1928-1999) se inspiró en ella para escribir Azteca (publicada por Le Livre de Poche), una fascinante novela sobre la caída de la civilización azteca y la sorprendente llegada de los conquistadores. Sea como fuere, la escritura precolombina desempeñó un papel fundamental en la estructuración de la sociedad precolonial, al legitimar el poder y la intervención de la élite intelectual y aristocrática.

Colisión entre dos mundos

El valioso patrimonio cultural de los pueblos mesoamericanos se vio pronto desbordado por la llegada de los primeros colonos a América. Todos los trabajos precolombinos tomaron una dirección completamente diferente cuando las tropas de Cortés desembarcaron en Yucantán en 1519. A partir de ese momento, todos los manuscritos, registros y otros relatos históricos dieron un giro trágico. Los impactantes testimonios de los nativos y de los españoles sobre la conquista se recogieron en varios relatos, tanto ficticios como reales. Entre ellas, La conquista de México, escrita nada menos que por el propio Hernán Cortés, e Histoire véridique de la conquête de la Nouvelle-Espagne , de Bernal Díaz del Castillo, amigo íntimo del emperador Moctezuma (2007 y 2009, publicadas por La Découverte). También cabe destacar el libro de Hugh Thomas La conquista de México (2011, edición Bouquins), los cuentos de Carlos Fuentes y la novela de Laura Esquivel Malinche (2006, edición Alfaguara Santillana), que narra la fabulosa historia biográfica de Doña Marina. En 1519, esta mujer de origen nahua fue ofrecida a Hernán Cortès, con quien tuvo un hijo. Sin embargo, su papel no se limitó al de ama, ya que pronto se convirtió en intérprete y consejera del ejército español. Considerada por algunos como una abominable traidora y por otros como una hábil negociadora, representa hoy el símbolo del mestizaje y la aculturación en México. Una segunda escritora emblemática de la literatura novohispana es Juana Inés de la Cruz (1648-1695), famosa por sus valores de rebeldía, acceso al conocimiento y lucha por la igualdad de la mujer (Octavio Paz llegó a dedicarle un ensayo en 1982 con la edición del Fondo de Cultura Económica). La intersección de las formas de vida española e indígena guió el pensamiento de los escritores novohispanos, pero la asimilación cultural siguió siendo una prioridad, al menos para la Iglesia. La Iglesia fomentó el establecimiento de la imprenta, que se veía como una forma de proporcionar las herramientas necesarias para la conversión de los pueblos nativos. La Ciudad de México se convirtió así en la primera ciudad de América en publicar libros de prensa, ya en 1539. Fue el Nuevo Mundo el que inspiró las primeras obras originales, crónicas escritas, por ejemplo, por Fernando Alvarado Tezozómoc, nieto de un emperador azteca, que escribió 110 capítulos sobre el pasado y la conquista del país, y Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl, que se interesó por la civilización tolteca. Evidentemente, el cultivo de la memoria no impide la producción de una obra literaria. Antonio de Saavedra Guzmàn, con El Peregrino Indiano, tuvo el honor de componer el primer poema novohispano que se imprimió en Madrid (1559). Le siguió la famosa obra poética de Bernardo de Balbuena (1562-1627), que también fue aclamada por la crítica. Por último, los relatos de ficción también pasaron rápidamente a formar parte de las representaciones literarias más populares, especialmente las publicaciones de Juan Ruiz de Alarcón (1581-1639) y José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827).

Independencia

Sin embargo, durante el siglo XVIII, la producción siguió fuertemente influenciada por la península, y no fue hasta principios del siglo XIX cuando empezó a tomar forma lo que realmente se convertiría en una literatura nacional. En cualquier caso, su aparición coincidió con la Guerra de la Independencia (1810-1821) y la publicación de una novela que se considera la primera escrita en Hispanoamérica. Ambas están indudablemente vinculadas. Magistrado caído en desgracia, José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827) se dedicó al periodismo para mantener a su familia. Resulta complicado interpretar sus piruetas políticas con carácter retroactivo, pero hay que reconocer que los tiempos eran muy complejos y no facilitaron en absoluto la publicación de su obra, que optó por publicar por entregas a partir de 1816. Aunque sin duda era consciente de que la publicación se vería pronto interrumpida por la censura -no se atrevía a abordar el tema de la esclavitud-, probablemente no tuvo tiempo ni ganas de hacerlo -quizá no adivinara que los últimos episodios no llegarían a los lectores hasta 1831, cuatro años después de su muerte. En El Periquillo Sarniento, retrata las andanzas de Pedro Sarmiento en busca de un trabajo que le permita ganarse la vida. Rozando la picaresca, esta novela conquistó a las masas y se ha reeditado desde entonces.

Aunque comienza con la firma del Acta de Independencia en 1822, el siglo XIX no fue en absoluto pacífico, con una guerra tras otra, primero contra España, que intentó una reconquista final, luego contra Estados Unidos, que se anexionó Texas, y finalmente contra Francia por razones financieras. Cuando Porfirio Díaz asumió el poder en 1884, el país estaba al límite de sus fuerzas, y su presidencia terminó con una revolución que comenzó en 1910 y duró diez años. En una palabra, el siglo fue poco propicio para la literatura, pero tuvo una obra importante: Los Mexicanos pintados pos sí mismos. Esta obra colectiva, publicada entre 1854 y 1855, se inspiraba en lo que se había hecho en otros lugares de Europa: los autores -entre ellos Hilarión Frías y Soto (1831-1905) y Pantaleón Tovar (1828-1876)- cuestionaban su identidad nacional, volviendo a situar así la figura del mestizo en el centro del debate. Cuando los autores no eran religiosos, como Anastasio María de Ocha y Acuña, cuyas Poesías de un Mexicano aparecieron en Nueva York en 1828, tenían conexiones con círculos políticos, como el dramaturgo y diplomático Manuel Eduardo de Gorostiza (1789-1851), el periodista y escritor Manuel Payno Flores, particularmente prolífico, y Florencio María de El Castillo (1828-1863), que añadió la escritura de novelas a sus responsabilidades como diputado, al igual que Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893). El romanticismo, introducido tardíamente en México, se combinó con el realismo y se convirtió fácilmente en estudios costumbristas o novelas históricas, como las escritas por Justo Sierra O'Reilly (1814-1861) o Vicente Riva Palacio (1832-1896). Pero el nuevo siglo iba a resultar mucho más innovador.

Modernismo y revolución

En 1894, dos hombres decidieron fundar una revista, La Revista Azul, que revolucionaría la literatura mexicana y se convertiría en portavoz de un nuevo movimiento, el modernismo. El primero fue Manuel Gutiérrez Nájera, nacido en Ciudad de México en 1859 y cirujano en la vida civil. Sin embargo, fue la literatura la que removió su mundo interior desde una edad temprana, y escribió reseñas, así como notas de viaje, poemas y cuentos, que se publicaron en una colección en 1883 con el título de El Duque. Utilizando varios seudónimos en su carrera periodística, Nájera sentía auténtica admiración por los autores europeos, y soñaba con combinar la inspiración de ambos continentes en un solo aliento. Al final de su corta vida, que terminó tras una enfermedad en 1895, su cuerpo fue depositado en el Panteón Francés de su ciudad natal. Su colega, Carlos Díaz Dufoo (1861-1941), nació en Veracruz pero creció en España. A su regreso a México, se dedicó al periodismo y a sus propias obras: obras de teatro, ensayos, biografías y cuentos. La Revista Azul no sobrevivió al año 1896, cuando desapareció el periódico que la albergaba, pero en dos años publicó obras de un centenar de escritores y otros tantos experimentos, así como traducciones de autores franceses. De 1898 a 1903, una segunda revista, La Revista Moderna, tomó el relevo, acogiendo en sus páginas a un sinfín de escritores innovadores, como Luis Gonzaga Urbina, gran poeta y futuro director de la Biblioteca Nacional, José Juan Tablada, que destacó en el arte de los caligramas y las metáforas simbólicas, y Amado Nervo, que se rindió a la melancolía y a su amor por la rima.

El modernismo se extinguió al avivarse el fuego de la revolución, dando lugar a una nueva corriente que llevó su nombre y se concretó en la publicación de novelas realistas nutridas de periodismo. Este enfoque casi fotográfico está perfectamente plasmado en Ceux d'en bas(Los de abajo, 1915) de Mariano Azuela, novelas costumbristas publicadas por L'Herne, así como en la obra de Alfonso Reyes Ochoa y Martín Luis Guzmán(L'Ombre du Caudillo, publicada por Folio). Mientras Rafael Felipe Muñoz (1899-1972) se apropió del mito del revolucionario Pancho Villa en los años veinte, la obra El Gesticulador, de Rodolfo Usigli Wainer, fue censurada en 1938. Ese mismo año se fundó Taller, una publicación periódica que reunía a escritores que exploraban temas sociales. Esta nueva generación de escritores contrasta con sus predecesores, los Contemporáneos publicados en la revista homónima fundada en 1928, preocupados sobre todo por cuestiones estilísticas. Muy pronto surgió un nombre, el de Octavio Paz. La historia aún no lo sabía, pero el joven, nacido en Ciudad de México en 1914, estaba destinado a ganar el Premio Nobel de Literatura en 1990, un galardón que parecía totalmente justificado a la vista del impacto que su poesía, reunida bajo el título Liberté sur parole, y su ensayo Le Labyrinthe de la solitude (El laberinto de la soledad) tuvieron en los años cincuenta. Su obra fue polifacética y nunca dejó de explorar muchas vías poéticas. En cuanto al hombre, se mantuvo fiel a sus convicciones y se implicó en política.

A mediados del siglo XX se publicaron otras dos obras importantes: Al filo del agua (mañana la tormenta) de Agustín Yáñez en 1947, una novela casi alegre que describe la vida de un pequeño pueblo, y Pedro Páramo (publicada por Folio) en 1955, por la que Juan Rulfo ha sido comparado con William Faulkner. Estas nuevas voces, que a veces engloban el movimiento del "indigenismo" pero plantean la cuestión más global de la definición de una identidad nacional, y están teñidas de un cierto desencanto, anunciaron el "Boom" de los años sesenta, la explosión de talentos de la que Carlos Fuentes (1928-2012) fue una figura destacada en México. Sus novelas, tanto críticas como políticas, le valieron rápidamente el reconocimiento internacional, y muchas de ellas han sido traducidas al francés por Gallimard(La Frontière de verre, Le Bonheur des familles, L'Instinct d'Inez, etc.). En 1966, José Agustín publicó De Perfil(México mediodía menos cinco, publicado por La Différence) y se convirtió en el instigador del movimiento contracultural, que no dudaba en romper las reglas y utilizar el argot. Finalmente, en los años 90, fue la obra de Jorge Volpi (1968) la que anunció el "Crack", la clara voluntad de una nueva generación de escritores de romper con sus raíces puramente mexicanas y abordar temas más universales.