Históricamente, españoles, amerindios y descendientes de esclavos africanos, pero también desde el siglo XIX s, italianos, árabes, alemanes, franceses, británicos y asiáticos, los argentinos tienen orígenes muy diversos. Sin embargo, todos tienen una fuerte identidad Porque Argentina es un nombre que rima con tango, Maradona, gauchos de la pampa... tópicos siempre vivos y bien merecidos, porque, más allá de la nostalgia latina, los argentinos viven en una modernidad tintada de tradiciones sorprendentemente arraigadas en la vida cotidiana.

Así, en la cálida y suave voz de Carlos Gardel y el melancólico sonido del bandoneón, los Porteños aún bailan el tango en las milongas de Buenos Aires. En este país, la pelota (pelota redonda) es una religión, los estadios están rebosantes de seguidores desenfrenados y el debate futbolístico se toma muy en serio. Lejos de las luces de la ciudad, los gauchos de la pampa no llevan su bello traje tradicional para el folclore turístico, sino para desfilar sobre sus caballos los domingos. En Salta los locales bailan con gusto al son de las guitarras y cantos tradicionales polifónicos de la chacarera o la zamba, en un torbellino de pañuelos. Pero más allá de estas diferencias culturales, un ritual une a todos los argentinos: la parrilla, esta barbacoa desarrollada en arte de la cocción perfecta de la carne, lentamente, de la que cada familia tiene sus pequeños secretos. Está regada con un buen vino, un Malbec du terroir, afrutado y tanico, que hace el orgullo de los vinicultores de Mendoza.

Otro atractivo turístico innegable: esta tierra inmensa es rica en paisajes extraordinarios. Imagínense: 3.700 km de norte a sur, 1.400 km de este a oeste, un país cinco veces grande como Francia. Es difícil verlo todo, pero se pueden descubrir sus sitios más espectaculares, como Iguazú y sus impresionantes cataratas que se arrojan en la selva, el glaciar Perito Moreno, en Patagonia, y sus enormes bloques de hielo que se hunden en un siniestro craqueo, una Tierra de Fuego hostil y pelada en Ushuaia. Subiendo por la Cordillera de los Andes se puede admirar el Aconcagua, la cumbre más alta de las Américas, luego perderse en el rojero del gran cañón de Talampaya hacia la Rioja, en las montañas de cactus en el valle calchaquies, en los desiertos de sal de las Salinas Grandes y del altiplano... y de muchas otras bellezas terrestres inigualables.

 

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