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Colonización y mestizaje

Cuando las tropas de Francisco Pizarro desembarcaron en Perú en 1531, el país estaba en plena guerra civil. Los descendientes de Pachacutec, el emperador que también había cumplido con su vocación expansionista en su momento, estaban destrozando el territorio. La conquista española resultó ser sangrienta, y la destrucción que provocó fue igualmente destructiva para la cultura indígena. En efecto, los incas no disponían de un sistema de escritura -a no ser que sus cuerdas anudadas (quipus) fueran una sucesión de fonemas y no sólo números, como creen algunos investigadores, pero que no han podido descifrar-, por lo que su patrimonio literario se transmite esencialmente por tradición oral. Sin embargo, sus lenguas -el aymara y el quechua- han sobrevivido, y parte de su poesía (poesía amorosa: harawi o yaraví, o épica: haylli o huaÿno) ha llegado hasta nosotros. Los misioneros también han transcrito algunos mitos raros, aunque uno de los más famosos -el deOllantay- sigue abierto a todo tipo de divergencias en cuanto a su verdadero origen.

A pesar de ello, Perú tiene la peculiaridad de ver cómo los indígenas se apropian rápidamente de la lengua y la escritura españolas. El resultado son textos de innegable valor etnográfico e histórico, como la Relación de la antigüedades desde Reyno del Perú de Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamayhua, o la soberbia y trágica La primera nueva crónica y el buen gobierno (ca. 1615). Esta crónica es obra de Felipe Guaman Poma de Ayala, un inca que probablemente nació justo después de la llegada de los españoles. En un lenguaje por el que se disculpa, añadiendo numerosos dibujos (¡que luego inspirarían a Hergé!) para hacerse entender mejor, cuenta la historia de su pueblo, sus hábitos y costumbres, pero sobre todo dirige una larga súplica a Felipe III para que cesen los estragos de la colonización. Desgraciadamente, no hay pruebas de que el Rey de España conociera este texto, que se encontró por casualidad en las reservas de la Biblioteca de Copenhague en 1908.

El que generalmente se considera el primer escritor peruano era mestizo, hijo de una princesa inca y de un conquistador, nació en el país de su madre en 1539 y murió en el de su padre en 1616. Garcilaso de la Vega es el autor de los Comentarios Reales de los Incas (1609), que constan de dos partes: una dedicada a su linaje materno y otra a la conquista del Perú. Aunque este texto suscita algunas dudas entre los historiadores que perciben ciertos sesgos demasiado subjetivos, nunca se ha cuestionado su valor literario. Por último, cabe señalar que el primer libro impreso en Sudamérica lo fue en una imprenta instalada en Lima por el italiano Antonio Ricardo. Se trata de la Doctrina christiana (1584), un catecismo en tres idiomas (español, aymara y quechua), símbolo de la influencia que la Corona ejercía en el Nuevo Mundo. Esto se confirma en el género poético, ya que Juan de Espinosa Medrano (Apurímac, 1628-Cuzco, 1688) dedica su estudio Apologético en favor de Don Luis de Góngora al poeta barroco cordobés, y en el género novelístico con el relato picaresco Lazarillo de ciegos y caminantes desde Buenos Aires hasta Lima (1773), atribuido a un misterioso concolorcorvo, cuya identidad aún se desconoce: Alonso Carrió de la Vendera o su secretario peruano Calixto Bustamante. Sin embargo, poco a poco, la corriente romántica comenzó a imponerse, y con ella el deseo de independencia que recorría el país.

Romanticismo e independencia

Como suele ocurrir en el continente sudamericano, tres movimientos se sucedieron y respondieron entre sí: el costumbrismo, el romanticismo y el realismo, que coqueteó con el naturalismo. El más ferviente patriota, y el más romántico de los poetas, fue sin duda Mariano Melgar, que fue ejecutado en 1815 cuando aún no tenía 25 años. Criado en Arequipa, estudió Derecho en Lima y descubrió una capital en plena efervescencia libertaria. De vuelta a casa, se entera de que su novia, Silvia, la que inspiró sus más bellos yaravís, se ha prometido a otro hombre. Desesperado, se une a la lucha revolucionaria, pero es capturado durante la batalla de Umachiri. En su último testamento, profetizó que su país sería liberado en diez años. Sin embargo, la independencia proclamada por José de San Martín el 28 de julio de 1821 fue efectivamente asegurada al final de la Batalla de Ayacucho, que tuvo lugar el 9 de diciembre de 1824 y en la que participó un joven de 19 años, Manuel Ascensio Segura. Se dice que Segura escribió su primera comedia diez años después, pero La Pepa era tan burlona con el ejército que la mantuvo en secreto para no poner en peligro su carrera militar. Sin embargo, Segura acabó por dedicarse a su verdadera vocación, la escritura, publicando retratos de sus conciudadanos o divertidas semblanzas, propias del costumbrismo, en La Bolsa, que fundó en 1841, y en otras publicaciones periódicas. También regresó al teatro con una nueva comedia, igualmente crítica con los militares, El sergento Canuto, que esta vez se representó con éxito y que le auguraba futuros éxitos. Pero el folclore no es necesariamente un elogio, y si hemos de creer las Peregrinaciones de una paria (Actes Sud), que Flora Tristán escribió tras seguir los pasos de su padre a Arequipa y luego a Lima, la tradición no era del todo buena. Aunque su historia no fue bien recibida en su momento, Perú no le guardó rencor, ya que la principal organización feminista del país lleva ahora el nombre de la mujer que tuvo un destino extraordinario y que, por cierto, era la abuela del pintor Paul Gauguin.

La independencia no ha resuelto todos los conflictos y Perú sigue sufriendo tensiones externas e internas. Ricardo Palma, que hasta 1872 había participado en la vida política de su país, se apartó de ella y se dedicó a la literatura, su patriotismo encarnado en su deseo de preservar el patrimonio común. Esto fue innegable cuando publicó su obra más famosa, Tradiciones Peruanas, ese mismo año, y aún más conmovedor cuando dedicó sus mejores años a reconstruir la Biblioteca Nacional, que había sido saqueada por los chilenos. Esto le valió el apodo de "bibliotecario mendigo", ya que recogía obras nuevas de donde podía, pero sólo aumentó la admiración de sus compatriotas.

El siglo también estuvo marcado por el movimiento romántico, que se encarnó en la infinita tristeza de Clemente Althaus (1835-1876), cuyos versos, muy clásicos, están sin duda un poco olvidados hoy en día, y en el lirismo de Luis Cisneros (1837-1904), cuyos intentos de introducir el género novelístico en una sociedad poco aficionada a él en aquella época (Julia o escenas de la vida en Lima en 1861 y Edgardo o un joven de mi generación en 1864) son especialmente encomiables. Pero las dos figuras tutelares que han sobrevivido al olvido son sin duda Carlos Salaverry (1830-1891) y Manuel Prada (1844-1918). Uno de los poemas del primero -¡Acuérdate de mí! - figura de forma destacada en todos los libros de texto, ya que fue con sus rimas con las que adquirió notoriedad, vertiendo su sensibilidad y sus amores perdidos en una colección que se ha convertido en un clásico romántico: Cartas a un ángel (1890).

El segundo, Prada, está en el límite del modernismo, y aunque abandonó la literatura durante un tiempo para dedicarse a la política, sobre todo colaborando con periódicos anarquistas (conferencias y artículos fueron recogidos en Pájinas Libres y luego en Horas de lucha), el comienzo mismo del nuevo siglo reveló su talento innovador con la colección Minúsculas publicada en Lima en 1901. El resto de su obra se publicó póstumamente tras su muerte en 1918.

Algunos escritores habían entrado en la brecha del realismo social, como lo confirma una famosa escritora, Clorinda Matto de Turner. Si fue excomulgada tras publicar Aves sin nido -la historia de amor entre una india y un blanco que resultó imposible porque nacieron del mismo padre... un cura seductor-, hay que recordar sobre todo que se dedicó a defender la herencia quechua, inaugurando así el movimiento indígena. Murió en Buenos Aires en 1909, y su cuerpo no fue repatriado a su tierra natal hasta 1924, cuando el Congreso finalmente la aceptó, pero fueron muchos los que tomaron la antorcha para preservar la cultura ancestral. Entre ellos estaba Luis E. Valcárcel, que creó el llamado grupo Resurgimiento, Ciro Alegria, que tuvo que exiliarse en Chile pero recibió el Premio Latinoamericano de Novela en 1941 por El mundo es ancho y ajeno, y José María Arguedas (1911-1969), etnólogo y poeta, recogió canciones y cuentos tradicionales y los publicó en quechua y español (Canto kechwa, A nuestro padre creador Túpac Amaru), y utilizó estas dos lenguas en sus propias creaciones (Katatay y otros poemas). Sus novelas están disponibles en francés: Les Fleuves profonds (Gallimard), El Sexto (Métailié) y Diamants et silex (Herne).

César Vallejo (1892-1938), sin duda uno de los mayores poetas de habla hispana, siguió explorando la vena modernista, e incluso fue claramente vanguardista. Nació en una pequeña aldea de los Andes, pero su cuerpo reposa ahora en el cementerio de Montparnasse, donde los parisinos pueden rendirle homenaje leyendo sus obras disponibles en Points (Poèmes humains) y Le Temps des cerises (Tungstène). Esta sorprendente trayectoria vital estará guiada por su amor a la poesía y sus encuentros con los surrealistas, la política también le llevará a España, donde la guerra inspirará una colección. Sus versos estaban a su vez impregnados de simbolismo y luego totalmente deconstruidos, pero una constante caracterizaba su escritura: una profunda desesperación.

Es más o menos el mismo camino que seguirá Alfredo Bryce-Echenique, uno de los cantantes de un siglo XX realista, incluso neorrealista. Ya no era el momento de interesarse por el campo, sino de describir la brutalidad de las ciudades y de indignarse por los excesos gubernamentales. De eso hablará en sus novelas, que descubrirá Métailié(Une Infinie tristesse, Le Verger de mon aimée, Un Monde pour Julius, etc.), impregnadas tanto de ternura como de ironía mordaz. Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura en 2010, fue también uno de los símbolos del boom de los 60. Conocedor de Francia, donde vivió y trabajó, y plenamente comprometido con la política, hasta el punto de presentarse a la presidencia de Perú en 1990, sus libros son como él, ¡burbujeantes! Partiendo del indigenismo para apuntar a lo universal, del realismo mágico para llegar al absurdo de la realidad asfixiante, de la voz única para multiplicar los puntos de vista, constituyen un universo con un fuerte acento autobiográfico que se aprecia con alegría e interés en Folio: La Fête au bouc, Tours et détours de la vilaine fille, La Tante Julia et le scribouillard, etc. La nueva generación está igual de desilusionada políticamente, como confirman los libros de Alfredo Pita(Ayacucho y El cazador ausente, publicados por Métailié) y los de Daniel Alarcón (Nous tournons en rond dans la nuit, Lost City Radio, publicados por Albin Michel).