iStock-1075697586.jpg

Características del arte del antiguo Egipto

El arte del antiguo Egipto se extiende desde el periodo Nagada, entre el 3.800 y el 3.000 a.C., hasta Amarna, alrededor del 1.300 a.C.. Durante estos milenios, el artista, que tenía la condición de artesano, debía reproducir los rasgos esenciales de la realidad. La profusión de detalles habría sugerido la fragilidad de la realidad. Sin embargo, los egipcios negaban ferozmente lo efímero. Se calcula que el 95% de las obras conservadas en la actualidad son relieves esculpidos y sólo el 5% son frescos o dibujos. Las estrictas convenciones impuestas a los artistas se establecieron durante el Reino Antiguo. Entre ellas figuraban la organización de los temas en registros superpuestos, el rechazo del naturalismo en las representaciones de fondo, el uso de la perspectiva jerárquica y la utilización de estilos diferentes para los distintos personajes.

En términos gráficos, el arte egipcio se caracteriza por líneas limpias, formas simples y áreas planas de color. A pesar de la ausencia de perspectiva tradicional, las representaciones eran sorprendentemente realistas. De hecho, los artistas tenían un profundo conocimiento de la anatomía y un gran ojo para los detalles. Afortunadamente, el arte egipcio ha resistido magníficamente el paso del tiempo, gracias al clima muy seco de esta parte del mundo.

El arte egipcio estaba dotado de un fuerte valor simbólico y sociológico, pues su función era reflejar el estatus social, religioso o político de su sujeto. Por ello, cuanto más importante era una figura, más grande se representaba. Se permitía un número limitado de colores: blanco, negro, los tres colores primarios y sus combinaciones (verde, marrón, rosa y gris). No fue hasta el periodo de Amarna cuando aparecieron las gradaciones sutiles.

Un arte simbólico

El arte egipcio es decididamente alegórico. Los animales representan a las divinidades, como Horus con su cabeza de halcón o Anubis con su cabeza de chacal. Del mismo modo, el color tiene un significado metafórico: el blanco representa la alegría, pero también la pureza ritual, y como recuerdo del amanecer, el blanco evoca la victoria de la luz sobre la oscuridad. El azul claro simboliza el aire y el cielo. Es el color de Amón, dios de la atmósfera; el azul oscuro representa el cielo nocturno y el abismo; el turquesa, el mundo del Nilo, del que surge la vida. El marrón se reserva para la piel, oscuro para los hombres, ocre para las mujeres. El amarillo es el oro, el sol y su inmortalidad, el color de los dioses. El negro, color de la noche y del reino de los muertos, es ante todo símbolo de renacimiento y fertilidad. El rojo, color del dios Set, el destructor, evoca la violencia, el fuego y la sangre, pero también la victoria. El verde, color de la vegetación, es también el color de la juventud y la renovación.

La necesidad universal de explicar el misterio de la muerte llevó a los egipcios a creer en una vida después de la muerte. Por eso el arte egipcio está profundamente influido por la religión. Escultores y pintores reproducían todos los objetos que el mecenas deseaba encontrar tras la muerte, porque en el más allá el difunto seguía necesitando alimentos, juegos para entretenerse y sirvientes. Las formas artísticas cambiaron muy poco a lo largo del periodo dinástico. No fue hasta el reinado de Akenatón cuando los artistas rompieron con la tradición.

Los muertos eran idealizados, como reyes y dioses, y presentados en actitud serena y digna: la ley de la frontalidad dividía el cuerpo en dos partes simétricas. Los objetos eran igualmente simbólicos. La cartela oblonga protege los nombres de los faraones. Los accesorios, tocados y cetros proporcionan información sobre la identidad del sujeto. La barba postiza está reservada al faraón (barba recta) y a los dioses (barba curva). El cetro divino (Ouas), una especie de bastón largo y bifurcado, es específico de los dioses. El cetro sekhem, con forma de papiro, se reservaba a los dignatarios. Los amuletos sirven para introducir símbolos como el pilar Djed, columna vertebral de Osiris, símbolo de estabilidad y resurrección. O el escarabajo que simboliza el renacimiento, el buitre sinónimo de protección y la columna Ouadj que indica la fertilidad agrícola.

Pinturas y relieves

La lucha contra lo efímero y la preocupación por el orden influyeron tanto en la pintura como en los relieves. Los egipcios dominaban muchas técnicas, pero sus mayores logros fueron las decoraciones murales de las tumbas, como las del Valle de los Reyes en Luxor. Los frisos también se utilizaban para relatar guerras, glorificar el poder real, mostrar a las deidades y rendirles culto. Su función principal, sin embargo, era asistir al difunto más allá de la tumba. Las espléndidas escenas de la tumba de Menna (necrópolis del jeque Abd el-Gournah) muestran al difunto pescando felizmente en barcas de papiro con su familia.

La técnica del temple era la única utilizada en pintura. El color se obtiene mezclando agua, adhesivos (clara de huevo o goma vegetal) y pigmentos en polvo. Muchos bajorrelieves y esculturas estaban pintados, por lo que las técnicas de escultura y pintura se complementaban. En cuanto al relieve, existen tres métodos distintos. El bajorrelieve: las figuras se tallan en la piedra, sobresaliendo ligeramente. Luego está el relieve egipcio: las figuras se modelan en hueco sin sobresalir del fondo. Por último, el relieve grabado consiste en ahuecar el contorno de las figuras.

El relieve pintado, la técnica preferida por los antiguos egipcios, también obedece a ciertas normas. Jugar con las escalas permite modular la importancia relativa de cada figura. La combinación de diferentes ángulos de visión resalta un detalle específico o presenta un objeto desde un ángulo significativo. En el caso de las figuras humanas, los hombros y los ojos se ven siempre de frente. El resto de la figura, tanto el cuerpo como el rostro, se ve de perfil. Como todas las técnicas del arte egipcio, el relieve pintado se abstrae de la noción del tiempo, ya que aspira a la eternidad. Por eso se seleccionan los materiales más resistentes para construir los monumentos y esculpir los relieves. Este imperativo también dictaba el uso de poses compactas que, al ser menos frágiles, evitaban daños.

Durante el Reino Medio perduraron los modelos heredados del Reino Antiguo, aunque se copiaron con un estilo más sofisticado y variado. Hicieron su aparición los oushebti, pequeñas estatuillas de sirvientes funerarios.

Durante el Reino Nuevo, el auge de las obras pictóricas se explica por la democratización de los ritos mortuorios. Los artesanos asistieron a una proliferación de edificios y, por tanto, de superficies que pintar. Además de frescos, produjeron cada vez más ilustraciones en papiro para colocar en sarcófagos. Poco a poco, el aumento de la producción condujo a un estilo más esquemático. Influidos por los contactos con Asia, los artistas prestaron más atención a los detalles del cabello, la ornamentación y las joyas. La sensación de movimiento se hizo más clara. Aparecen los medios tonos para dar transparencia a la ropa, por ejemplo. Se generalizan nuevos temas: las batallas, el espectáculo de vencedores y vencidos, pero también las fiestas y los banquetes suntuosos.

Escultura egipcia

La escultura desempeñó un papel dominante en el mundo egipcio. La complejidad ideológica y cultural de la sociedad se reflejaba en los materiales utilizados y las técnicas empleadas. La piedra es, por supuesto, la preferida por su resistencia al desgaste.

Los egipcios son famosos por sus gigantescas esculturas. Los ejemplos más grandiosos son la misteriosa Esfinge de Guiza, las estatuas de Ramsés II en los templos de Abu Simbel y la escultura de diorita del faraón Kefrén hallada en la necrópolis de Guiza. Al mismo tiempo, los egipcios produjeron estatuaria más pequeña y ornamentada, demostrando su excelente dominio de diversos materiales como el alabastro, el marfil, la piedra caliza, el basalto, el dorado de la madera y, a veces, incluso el oro.

La estatuaria es también funeraria (se considera que la estatua es el receptáculo del alma del difunto) o divina (representaciones del faraón, dios en la tierra y en el más allá). Sin embargo, la estatua es un retrato, probablemente una semblanza, cuya función es fijar el espíritu del difunto. El simbolismo de las esculturas era muy poderoso: servían para guiar a los muertos hacia la eternidad o les permitían revivir momentos de su existencia pasada.

Otro tema de la estatuaria era la felicidad familiar. Las estatuas de la pareja Rahotep y Nefert del Museo Egipcio de El Cairo son muy reveladoras de este simbolismo. Ambos aparecen sentados en una silla con respaldo, aunque Nefert parece más modesta que su marido. Rahotep es representado para afirmar su posición jerárquica dentro de la pareja. Su figura angulosa le confiere una postura sólida, mientras que su tez ocre destaca sobre el respaldo blanco del asiento. Nefret, más pálida, aparece curvilínea, vestida de blanco y adornada con joyas.

El tercer tema es que la escultura es un símbolo de poder. Expresa las altas cualidades del faraón y sus responsabilidades supremas. La estatua de arenisca pintada de Montouhotep II, del complejo de Deir el-Bahari en Luxor, representa al rey en su trono, con los brazos cruzados en actitud de Osiris. Su cuerpo macizo, que expresa todo su poder, marca un punto de inflexión en el arte del Reino Medio. La esfinge es, por supuesto, el modelo más famoso y misterioso de las representaciones reales. Simboliza la unión solar del dios Ra y el faraón.

El periodo de Amarna

El periodo de Amarna (1353 a.C. a 1336 a.C.) revolucionó los cánones artísticos vigentes durante siglos. El estilo Amarna nació con el faraón Amenhotep III y se consolidó con su sucesor Akenatón. Akenatón desmitificó al faraón representándose a sí mismo en escenas cotidianas.

El arte de Amarna se caracterizó por su delicadeza, su abundancia de plantas y aves, y sus escenas de género. La escultura oficial adoptó rasgos que alcanzaron un realismo en total contraste con la producción de reinados anteriores. Aunque las poses y las formas generales de la estatuaria son tradicionales, los retratos parecen haber sido realizados del natural y no a partir de un modelo oficial. Los hombres tienen rasgos suavizados y labios carnosos. Las similitudes entre la estatua de Akenatón del Museo Egipcio de El Cairo y los famosos bustos de su esposa Nefertiti son evidentes.

En términos más generales, el arte está rompiendo con antiguos tabúes. Los frisos de la tumba de Amarna, por ejemplo, tienen más que ver con la vida cotidiana de la familia real que con la vida futura del rey en el más allá. El faraón se dirige en su carro, seguido de sus sirvientes, al gran templo de Atón. Lleva como ofrenda al dios una gran cantidad de animales que nunca habrían entrado en una tumba anterior. Otras pinturas representan a la familia real en escenas privadas, sobre todo comiendo, con una fluidez de movimientos sin precedentes. Todas estas representaciones van en contra de la imagen clásica del faraón inmutable e impenetrable.

Después de Akenatón, la religión volvió a su lugar y los artistas retomaron un estilo conservador.