Una trayectoria postcomunista europea
Desde la caída del Telón de Acero en 1989, Hungría ha optado por abrirse rápidamente a Occidente. Tras convertirse en una democracia parlamentaria en 1990, se orientó hacia las instituciones europeas y atlánticas. Su adhesión a la OTAN en 1999 reforzó su seguridad en una región que había sido inestable durante mucho tiempo. En 2004, Hungría ingresó en la Unión Europea, lo que le dio acceso al mercado único y a los principales fondos estructurales. Desde 2007, el espacio Schengen suprime las fronteras exteriores y facilita el comercio y los viajes de los ciudadanos europeos. Esta integración ha transformado profundamente su economía, sus infraestructuras y sus instituciones, al tiempo que ha abierto nuevos horizontes a sus ciudadanos. El país ha experimentado una rápida modernización, impulsada por la inversión europea y un clima empresarial favorable. Sin embargo, esta apertura ha ido acompañada de retos, en particular la necesidad de adaptarse a las estrictas normas europeas y de gestionar las expectativas de una sociedad cambiante.
Entre sus compromisos multilaterales, Hungría desempeña un papel clave en el Grupo de Visegrád, creado en 1991 con Polonia, la República Checa y Eslovaquia. Este grupo tiene por objeto coordinar las posiciones de sus miembros en el seno de la Unión Europea, en particular en cuestiones como la política migratoria, la seguridad regional y el desarrollo económico. Mediante esta cooperación, Hungría pretende reforzar su influencia al tiempo que defiende intereses comunes con sus vecinos centroeuropeos.
En cuanto a la adopción del euro, aunque esta cuestión sigue estando en la agenda pública, no lo está a corto plazo. Las tensiones presupuestarias internas, ligadas a los elevados déficits y al aumento de la deuda pública, así como las diferencias políticas con Bruselas, frenan la perspectiva de entrada en la zona euro. Hungría debe cumplir una serie de estrictos criterios de convergencia económica y financiera antes de poder adoptar la moneda única. Además, aunque el gobierno húngaro valora las ventajas económicas de la Unión Europea, desea preservar su soberanía monetaria, lo que refleja el deseo de controlar autónomamente su política económica y presupuestaria.
Instituciones políticas y sistema electoral
Hungría es una república parlamentaria con un sistema unicameral. Su Parlamento -el Sejm (Országgyűlés)- tiene 199 diputados elegidos para un mandato de cuatro años con un sistema electoral mixto: 106 son elegidos por el sistema de mayoría relativa, que favorece a los candidatos más populares de su circunscripción, mientras que 93 escaños se asignan por representación proporcional en listas nacionales, con un umbral electoral del 5% para los partidos únicos y del 10% para las coaliciones. Este sistema pretende equilibrar la representación local y la proporcional.
El Presidente de la República, elegido por la Dieta para un mandato de cinco años, desempeña un papel esencialmente simbólico. El poder ejecutivo lo ejerce el Primer Ministro, cargo que ocupa desde 2010 Viktor Orbán, líder del partido conservador Fidesz. Su Gobierno tiene amplios poderes para definir y aplicar las políticas públicas.
En la escena política, el Fidesz-KDNP ha dominado durante más de una década. La oposición, fragmentada, se compone de varios partidos con perfiles diferentes: el partido de centro-derecha Tisza, que ha experimentado un fuerte crecimiento desde que fue fundado por Péter Magyar, antiguo ejecutivo de Fidesz; el Demokratikus Koalíció (DK) y el MSZP, de centro-izquierda; el joven partido liberal Momentum; y Jobbik y Párbeszéd, que representan a la derecha radical y a las tendencias ecologistas progresistas, respectivamente.
Una recuperación económica prudente
En 2024, la economía húngara recuperó tímidamente un modesto crecimiento del PIB del 0,5%, impulsado principalmente por los servicios (comercio, transporte, comunicaciones), mientras que la agricultura, la industria y la construcción siguieron frenando la recuperación. La estructura económica está compuesta en torno al 3% por el sector primario (agricultura), el 27% por el secundario (industria, sobre todo automovilística, electrónica y química) y casi el 70% por el terciario (servicios). El PIB per cápita ronda los 21.510 euros, todavía por debajo de la media europea. El déficit público ha mejorado hasta el 4,9% del PIB, mientras que la deuda pública se mantiene estable en torno al 73,5%, incorporando en particular la compra por el Gobierno húngaro del aeropuerto de Budapest, una inversión estratégica destinada a reforzar la soberanía nacional sobre un activo clave y apoyar el desarrollo de las infraestructuras de transporte, lo que debería impulsar el crecimiento económico a medio plazo. Tras una inflación récord del 17,6% en 2023, la inflación se ha ralentizado bruscamente hasta el 3,7% en 2024. El desempleo sigue siendo bajo, del 4,4%, pero el mercado laboral muestra signos de ralentización, con una caída de las ofertas de empleo y una probable moderación salarial en 2025. A pesar de estas debilidades, Hungría sigue atrayendo inversión extranjera en sectores clave como las tecnologías verdes, la electrónica y la industria del automóvil, esenciales para su desarrollo futuro.
Turismo en auge
El turismo es ahora un sector clave de la economía húngara, con una previsión de crecimiento notable para 2024. Con más de 18 millones de visitantes, un 11% más que en 2023, Hungría ha batido su récord histórico de visitantes. Estos visitantes generaron más de 44 millones de pernoctaciones, repartidas casi a partes iguales entre turistas internacionales y viajeros locales. Entre los visitantes extranjeros, alemanes, austriacos, checos, polacos y británicos fueron los más numerosos.
Budapest sigue siendo la principal puerta turística, atrayendo a los visitantes con su riqueza arquitectónica, sus emblemáticos puentes sobre el Danubio, su impresionante Parlamento, sus variados museos y, sobre todo, sus famosos baños termales, como los de Széchenyi y Gellért. Pero también ganan popularidad otros destinos: el lago Balatón, apodado el "mar húngaro", ciudades balneario como Hévíz, pueblos barrocos y las renombradas regiones vinícolas de Tokaj y Eger. Pécs, en el sur, también atrae a los visitantes con su rico patrimonio que combina influencias otomanas, romanas y medievales.
El turismo representa entre el 6% y el 9% del PIB húngaro y sustenta casi el 10% del empleo directo e indirecto. Estos resultados se deben también a la buena accesibilidad, gracias a los vuelos de bajo coste, las conexiones ferroviarias con los países vecinos y la pertenencia de Hungría al espacio Schengen, que facilita los desplazamientos sin fronteras. Además, la oferta turística sigue siendo competitiva, a pesar de las presiones inflacionistas de los años 2020.
Gracias a esta dinámica, el sector turístico es una palanca importante para el crecimiento económico de Hungría y una baza esencial para el atractivo del país de aquí a 2030.
Retos de futuro
Hungría sigue siendo uno de los países más vigilados de la Unión Europea en lo que respecta al Estado de Derecho. Desde 2010, bajo el liderazgo de Viktor Orbán, el gobierno ha llevado a cabo polémicas reformas, a menudo acusadas de restringir las libertades fundamentales. En 2024, varias medidas suscitaron duras críticas dentro y fuera del país: la prohibición del Orgullo de Budapest, la aprobación de una ley que limita la financiación extranjera de los medios de comunicación y las ONG, y la decisión simbólica de retirarse de la Corte Penal Internacional. Estas decisiones han aumentado las tensiones con las instituciones europeas, provocando la congelación de varios miles de millones de euros de fondos europeos. Esta congelación está obstaculizando la inversión pública, sobre todo en infraestructuras en las zonas rurales y menos desarrolladas. Al mismo tiempo, empieza a surgir una oposición política más visible de cara a las elecciones generales de 2026. Sin embargo, el partido Fidesz mantiene un firme control sobre las instituciones y los medios de comunicación, lo que hace improbable un cambio político a corto plazo.
Más allá de las cuestiones políticas, Hungría se enfrenta a importantes retos estructurales. El país experimenta un rápido envejecimiento de su población, acompañado de una baja tasa de natalidad, mientras que muchos jóvenes licenciados optan por emigrar a Alemania, Austria o los países nórdicos, atraídos por mejores oportunidades profesionales. Además, la lenta absorción de los fondos europeos, consecuencia directa de las tensiones políticas, está privando al país de una importante palanca para modernizar sus servicios públicos, escuelas, hospitales e infraestructuras rurales. Sin un diálogo sereno con Bruselas, el desarrollo económico y social podría frenarse a medio plazo. Otro punto importante de atención se refiere a la libertad de prensa. Desde 2010, el gobierno ha centralizado gran parte de los medios de comunicación bajo la fundación KESMA, que controla más de 400 cabeceras progubernamentales. Aunque quedan algunos medios de comunicación independientes, operan en un entorno hostil marcado por la presión financiera, los obstáculos administrativos y las campañas de desprestigio. En 2025, Hungría ocupaba el puesto 68 de 180 países en el índice mundial de Reporteros sin Fronteras, lo que refleja un declive del pluralismo de los medios de comunicación y un clima cada vez más desfavorable a la información libre e independiente.