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Desde los inicios hasta la Renaixença

Los orígenes del asentamiento de Ibiza son, cuando menos, épicos y turbulentos. Aunque se estima que la presencia humana se remonta al 5.000 a.C., es difícil hacerse una idea precisa y cronológica de la llegada de los primeros habitantes. Sin embargo, Ibiza es, sin duda, una isla y, por tanto, un cruce marítimo ideal para ofrecer a los navegantes una escala de bienvenida. Esto explica probablemente que aparezca por primera vez en obras geográficas e históricas, como las de Diodoro de Sicilia o Plutarco, y que el primer autor asociado a ella -aunque no nació allí, murió en 1336- fuera él mismo un capitán de barco. Ramón Muntaner nació en 1265 en Peralada, en la provincia de Girona. Tras ingresar en la Compañía de los Almogávares, y después de participar en numerosas batallas -32, si hemos de creer en sus propias palabras, en tierra y en el mar-, pareció rendirse a los encantos del archipiélago cuando participó en la conquista de Menorca en 1286 y decidió hacerse ciudadano de Mallorca. Volvió a hacerse a la mar, y sirvió de ángel de la guarda al hijo del niño Ferrán, gracias a unas circunstancias sorprendentes - y luego regresó a las Islas Baleares en el momento de su jubilación. Fue entonces cuando comenzó a escribir sus Crónicas, que podrían calificarse de Memorias, entre ellas la que lleva su nombre y que se asocia fácilmente al corpus conocido como las Cuatro Grandes Crónicas. Junto con los escritos de Jaime I, Bernat Desclot y Pedro el Ceremonioso, esta colección -que utiliza el catalán como lengua común- se considera un bien inestimable, ya que constituye un documento historiográfico sobre la Europa medieval sin parangón. Anacharsis, un fino editor de Toulouse, ha tenido la deliciosa idea de traducir y publicar parte de la obra de Ramón Muntaner, que narra la expedición de la Compañía de los Almogávares a Oriente, a la que se incorporó entre 1303 y 1308. Sus cualidades literarias son innegables.
Parece que los siglos siguientes no dieron a los escritores el tiempo de paz que necesitaban para escribir, ya que la isla sufrió interminables hambrunas, escasez y repetidos ataques. La emigración vació Ibiza de sus habitantes y el declive parecía no tener fin. Sin embargo, a mediados del siglo XIX surgió un movimiento literario, en la tradición del romanticismo pero de origen catalán, la Renaixença, que floreció durante la segunda mitad del siglo y al que se sumarían al menos cuatro escritores nacidos en Ibiza: Felip Curtoys i Valls (1838-1916), Pere Escanellas Suñer (1852-1936), Jacint Aquenza i Loaiza (1855-1907) y Josep Clapés i Juan (1864-1916). Hay que decir que si este "renacimiento" fue posible, fue porque la isla, privada de todo durante tanto tiempo y reducida a vivir en la mayor pobreza, fue mejorando poco a poco. Esta evolución se confirmó con la creación de un periódico local -El Ebusitano- en 1948 y la instalación de una imprenta en el mismo año, así como con la fundación de un instituto de enseñanza secundaria en 1865, donde el dramaturgo -¡político y catalán! - Ramon Bordas i Estraguès (1837-1907), que encontró en la isla la inspiración para al menos una de sus obras, La Pagesia d'Eivissa. Nuestros cuatro escritores se beneficiaron de estas mejoras, especialmente de la prensa, que les ofreció sus columnas. Así, Felip Curtoys i Valls destacó sobre todo por su prosa periodística, aunque también probó con la poesía(Retrato al daguerrotipo) y con la escritura de cuentos(La Credencial, El Gabán verde, Impresiones de aldea). Asimismo, Pere Escanellas i Suñer improvisó como redactor jefe y en 1874, junto con Joan Mayans i Marí, creó la revista El Ibencio, al tiempo que escribía poemas, tanto en catalán como en castellano -es este último el que se recuerda (El1er de Junio). También escribió un tratado sobre la geografía de su isla. Su contemporáneo, Jacint Aquenza i Loiaiza, es el que alcanzó mayor fama, a partir de la publicación en 1873 de A Ibiza en Almanaque Balear. Siguió publicando su prosa en diferentes títulos, pero también se convirtió en un recopilador de la tradición oral con Cuentos de mi abuela : leyendas de Ibiza (1875), una obra que resonaría con la de Josep Clapés i Juan, quien, además de ejercer como soldado-periodista-escritor, se interesó por la historia de su isla natal(Los archivos de Ibiza). Entre esta primera generación de hombres de letras (a la que pertenecía una mujer, Victorina Ferrer Saldanya, pero lamentablemente su manuscrito Tradiciones y leyendas de Ibiza ha desaparecido), también podríamos mencionar a Josep Puget Corrons (1840-1901), que creció en Ibiza pero se trasladó a Cuba con su familia al final de su adolescencia. Farmacéutico y médico, se apartó de vez en cuando de la vía científica para explorar la literaria, en particular escribiendo obras de teatro cómicas(Morir dos veces, Hablarse y no entenderse) que hacían las delicias de las fiestas habaneras.

Un siglo XX abundante... y con guerras

En los albores del nuevo siglo, ya no era tiempo de (re)nacimiento sino de vivacidad. Se crearon varias publicaciones periódicas, se discutió sobre literatura en los clubes, y no era raro encontrarse con Isidor Macabich (1883-1973), quien -además de la carga de sus deberes eclesiásticos- encontró el tiempo para aprovechar al máximo esta efervescencia, e incluso para iniciarla. Dejó un diccionario catalán-valenciano-balear y, sobre todo, poemas -en castellano y en catalán, estos últimos quizá menos perfectos estilísticamente, pero sin duda más cercanos a su vida cotidiana, mejor arraigados a su tierra- que recopiló y recompuso una y otra vez antes de obtener una colección (casi definitiva) en 1950: De mi vida. Isidor Macabich fue el primero en publicar fuera de su país, ya que Dialectales se publicó en Barcelona en 1933, abriendo así el camino a Jordi Juan i Riquer (1905-1989), que escribió la primera novela ibérica en catalán, Metges... o traficants? (publicada en Barcelona en 1937), una obra que causó cierta polémica.
El muy lírico Francesc Vilàs y el alcalde-poeta Alexandre Llobet i Ferrer también se dieron a conocer, pero es Cosme Vidal Lláser (1912-1982) quien debe ser recordado por encima de todo, porque además de destacar en el difícil arte del cuento, se convirtió en un novelista de gran finura psicológica(Islas para una historia, Premio Armengot 1978). Su hijo menor, Marià Villangómez Llobet, nacido en 1913, fue uno de los que vivió la guerra que lo alejó de su isla durante muchos años. Su libro L'Any en estampes, dedicado a él, se ha convertido en un gran clásico de la literatura catalana, y su poesía fue galardonada con el Premio Serra d'Or en 1987. Enric Fajarnés Cardona también es conocido por sus textos que utilizan Ibiza como fuente de inspiración, hasta el punto de convertirse en uno de los mejores memorialistas íntimos(Viaje a Ibiza, 1958; La Ibiza de nustro tiempo, 1978; Lo que Ibiza me inspiró, 1985). También se convirtió en poeta, manteniendo un cierto clasicismo, desde Primer Cancionero (1945) hasta Viejos y nuevos (1991), a diferencia de Frances J. Mayans i Jofre, nacido en 1921, que se acercó al surrealismo. Por último, Josep Manuel Cardona Montero -que, aunque se había desplazado mucho desde su primera juventud, permaneció muy apegado a Ibiza, donde nació en 1928- dio a sus versos un colorido social, incluso político, que no desentonaba con su lucha clandestina contra el franquismo. Tras treinta largos años de exilio francés, regresó a su isla y tuvo el honor de ser el único ibicenco, junto con Mayans, en ser publicado en la colección de posguerra Adonais de poesia.
La guerra -aunque tal vez habría que usar el plural- cambió el panorama literario de Ibiza, y la siguiente generación no necesariamente nació allí, aunque eso no impide que tenga un fuerte apego. Por ejemplo, el leonés Antonio Colinas vivió en Ibiza entre 1977 y 1998 y se inspiró en ella para su obra, que le valió el Premio Nacional de Poesía en 1982. La madrileña María de los Llanos Lozano también se trasladó al archipiélago y escribió poesía, al igual que Julio Herranz -nacido en Rota en 1948- y José Luciano Ruiz -que nació en San Sebastián en 1950 y publicó Mar nupcial en la línea puramente surrealista-. Sin embargo, dos ibicencos han dejado su huella: Mariano Planells, periodista y columnista, y Vicente Valero, poeta y biógrafo que dedicó un estudio a las estancias en Ibizia del filósofo alemán Walter Benjamin en 1932 y 1933. Esta presentación no estaría completa sin mencionar a todos los escritores que han visitado la isla a lo largo de las décadas, como Albert Camus, Jacques Prévert, Cees Nooteboom, Hugo Claus, Harry Mulisch, Tristan Tzara y Emil Cioran. Walter Benjamin es sin duda el que dejó allí la huella más profunda, pues fue allí donde encontró una relativa paz, aunque el futuro de su país le preocupaba, y donde escribió ciertos textos autobiográficos y políticos, que se descubrirán en francés bajo el título de Récits d'Ibiza (Historias de Ibiza ) publicados por Riveneuve, y finalmente, donde comenzó el exilio que sólo cesaría en el momento de su suicidio, siete años después.
Encrucijada marítima, Ibiza es tanto un punto de llegada como de partida, y esta mezcla está en el centro de su literatura, lejos de las trivialidades que evocaría una fiesta interminable. Hoy, ciertamente, hay menos escritores que destaquen, lo que no significa que sus letras no estén vivas, como atestiguan los grupos literarios -como Desfauste en 1992 o el Grupo Cero más recientemente- que se forman y reforman. Sin embargo, la generación más joven está representada por José Morella, nacido en 1972, que se dio a conocer con su primera novela Asuntos propios y recibió el Premio Café Gijón 2019 por West End, con tintes autobiográficos. En él, habla de su abuelo, Nicomedes, que padecía una enfermedad mental y terminó su vida como recluso mientras los años 70 veían la llegada de hordas de hippies. Por último, está Ben Clark, un joven ibicenco nacido en Inglaterra que ha recibido varios premios y becas por su poesía, y que se dio a conocer en las redes sociales con The Ultimate end of (bad) literature, un poema que ha sido retuiteado y modificado más de 250.000 veces en siete años.