shutterstock_454885660.jpg
25_Jean-Michel Basquiat et andy Warhol peints par l'artiste brésilien Kobra © catwalker - Shutterstock.com.jpg

De los nativos americanos a George Bellows

No, la historia del arte en Nueva York no empieza con la lata de sopa Campbell's pintada por Andy Warhol en 1962 Sin remontarnos tan lejos como a los algonquinos -la tribu india que habitó durante mucho tiempo la isla de Manhattan, conocida por su cestería y abalorios-, tenemos que remontarnos a la segunda mitad del siglo XIX, cuando James Whistler, precursor del impresionismo americano, pintó vastas sinfonías pictóricas. Luego vinieron el retratista John Singer Sargent y una tal Mary Cassatt, considerada hoy la primera mujer pintora estadounidense, nacida en 1844 en el estado de Pensilvania.

No fue hasta principios del siglo siguiente cuando empezó a florecer una verdadera escuela de pintura estadounidense, que iba más allá del retrato tradicional y de los apacibles paisajes románticos dela Escuela del río Hudson. Los combates de boxeo, las escenas de la clase obrera, los desfavorecidos... La Escuela del Ocho y laLata de Ceniza( ) tomó el relevo con un estilo ferozmente realista, ilustrando la violencia urbana y la vida cotidiana en los barrios marginales. Robert Henri (1865-1929), paladín del realismo americano, fue la piedra angular de este estilo, que giró en torno a los pintores e ilustradores John French Sloan, George Luks, William Glackens, Everett Shinn, Maurice Prendergast y George Bellows (1882-1925), que fue uno de sus exponentes más incisivos; algunas de sus pinturas, dibujos y grabados pueden admirarse en el Metropolitan Museum of Art.

El espectáculo de la Armería de 1913

Pero si tuviéramos que elegir una sola fecha para resumir Nueva York, epicentro del arte estadounidense, sería 1913, año de la famosa exposición de arte moderno conocida como Armory Show(Exposición Internacional de Arte Moderno). Ese año, del 17 de febrero al 15 de marzo, la historia dio un vuelco. Gracias a unos cuantos donantes importantes, de la talla de los que sólo Estados Unidos puede producir -desde Gertrude Vanderbilt Whitney hasta Alfred Stieglitz, fotógrafo y famoso marchante de arte-, la exposición ofreció al público neoyorquino más de 1.200 pinturas y esculturas de la vanguardia europea y estadounidense. Se expusieron las tendencias más atrevidas de la época, como el fauvismo y el cubismo, y un cuadro de Marcel Duchamp, Desnudo bajando una escalera 2, provocó un escándalo. Fue todo lo que necesitó el arte moderno para instalarse definitivamente en Estados Unidos.

Cuborrealismo teñido de futurismo

Unos años más tarde, a partir de 1920, sería él quien desempeñaría un papel decisivo en la difusión de un movimiento singular, el Precisionismo. El estilo precisionista es una especie de cuborrealismo teñido de futurismo, inspirado en los paisajes industriales y en el mundo urbano de Nueva York. Aquí encontramos cuadros de Charles Demuth, Elsie Driggs y Charles Sheeler. Silos de grano, zonas portuarias, chimeneas de fábricas... Liderados por Preston Dickinson, los pioneros del movimiento precisionista sublimaron de golpe la epopeya económica estadounidense.

Más alejado de los temas obreros, el pintor Edward Hopper fue una de las principales figuras de esta nueva escena. Fascinado por los grandes motivos delamerican way of life, Hopper retrató la infinita desesperación de las clases medias, cierta melancolía, incluso franca depresión. Moteles sin encanto, calles desiertas salpicadas de publicidad de neón... Las pinceladas de Edward Hopper dejan un sabor amargo del despertar tras el crack de 1929. Para resumir el estado de ánimo, nos remitimos al cuadro más conocido del artista, Nighthawks, una obra de 1942 que ahora cuelga de las paredes del Instituto de Arte de Chicago. Los Nighthawks son los noctámbulos que rondan los bares al atardecer, los clientes solitarios varados en los mostradores de los diners americanos. Sin embargo, la primera retrospectiva de la obra de Hopper se celebró en el Museo de Arte Moderno en 1933, y algunas de sus obras pueden admirarse ahora en el Museo Whitney de Arte Americano.

De la pintura escénica americana a la Escuela de Nueva York

Los años treinta vieron surgir un amplio movimiento pictórico, el American Scene Painting, al que pertenecía Edward Hopper, junto con Jack Levine y Grant Wood. Este último es el autor de una obra emblemática firmada en 1930, cuyo título, American Gothic, deja pocas dudas sobre sus raíces regionalistas y sociales: una pareja posa delante de una granja, el hombre con una horca en la mano. Icono ultrarrealista de la América rural, típica del Medio Oeste, el cuadro se convirtió en un símbolo del heartland estadounidense. A pesar de su popularidad, la Escena Americana, que se había creado como reacción a la vena expresionista de la vanguardia europea (con artistas como Arshile Gorky y Max Weber), fue barrida a mediados de la década de 1940 por los partidarios del Expresionismo Abstracto.

La Gran Man zana se convirtió en el punto más brillante de la creatividad mundial. Tan radical como informal, este movimiento recibió rápidamente el apodo de "Escuela de Nueva York" y gozó de una fama sin precedentes hasta la década de 1970. Se descartó la figuración y los lienzos solían ser muy grandes, a veces con la técnica all-over, en la que la pintura cubría toda la superficie del cuadro. Hay dos corrientes distintas... La pintura de acción se centra en la gestualidad y la energía, en un estilo que podría describirse como "impulsivo". Este estilo queda ilustrado por la obra de Franz Kline, Willem de Kooning y Jackson Pollock -que solía pintar en el suelo, sus lienzos colocados en horizontal, con un palo para dejar gotear la pintura (la famosa técnica del dripping). El estilo de pintura Color Field, brillantemente teorizado por el crítico de arte Clement Greenberg, es mucho más meditativo. Aquí, el color se convierte en el tema mismo del cuadro, y los planos son vastos, extendidos en amplias extensiones de color. Mark Rothko, Barnett Newman, Clyfford Still y Robert Motherwell figuran entre los maestros indiscutibles de esta pictoricidad del "campo de color".

Del arte pop al minimalismo

El resto de esta línea temporal es tan grande e icónica como la propia Nueva York. En el papel protagonista, el hombre que se convertiría en la leyenda viva del arte pop, el niño mimado del Manhattan más chic. Andy Warhol, el eterno dandi del limbo de Pensilvania, cultiva orquídeas blancas y lleva una peluca color platino. Nacido en Pittsburgh en 1928, fue también el hombre que incendió la escena artística neoyorquina en los años sesenta. A medio camino entre el arte y el consumismo, Warhol encontró su inspiración en la cultura popular estadounidense. El paquete de detergente Brillo, la botella de Coca-Cola o la lata de sopa Campbell's... Fue de esta lista de la compra que abrumaba el mercado americano de donde el artista extrajo, en un arte compulsivo de reciclaje, mezclando efigies de Marilyn y retratos de Mao Zedong, imágenes de sillas eléctricas, flores, una revuelta racial, la sonrisa de Mickey Mouse... con la mayor naturalidad Al mismo tiempo, Jasper Johns pintaba banderas americanas, Roy Lichtenstein reproducía sin cesar cómics, Claes Oldenburg hacía hamburguesas gigantes..

La tendencia es al exceso. Como suele ocurrir, la reacción no se hizo esperar. Se llamó "Minimalismo", con un credo reducido a lo esencial: la simplicidad formal. En la práctica, esto dio lugar a los Wall drawings de Sol LeWitt (serie iniciada en 1968), los monocromos negros de Ad Reinhardt, los Shaped Canvas de forma libre de Frank Stella... El Minimal Art también abarcó el campo de la escultura contemporánea, con Carl Andre, Donald Judd, Richard Serra y Dan Flavin, el gran maestro del tubo fluorescente. Con el paso de los años, los estilos cambiaron, del arte conceptual al neoexpresionismo. Y luego todo se aceleró.

Keith Haring y Jean-Michel Basquiat

Una vez más, fue en torno a Andy Warhol donde cristalizó la nueva ola arty, y más concretamente en su estudio, la Factory, situado entonces en el 33 de Union Square West. Fue aquí donde, a principios de los ochenta, se conocieron Keith Haring y Jean-Michel Basquiat. En aquella época, Nueva York era un volcán al borde del cual bailaban genios fulminados por un rayo. Haring hizo su primera exposición individual en 1982 en el Tony Shafrazi's del SoHo, frecuentaba el Club 57 y creó Radiant Baby, su pictograma más difundido. Era la edad de oro del graffiti neoyorquino, salvaje o abstracto, duro o poético..

La práctica urbana del etiquetado se fue transformando poco a poco. Kenny Scharf, Rammellzee, Crash y Dondi White, y Seen son hoy artistas callejeros legendarios. Un lugar especial merece Jean-Michel Basquiat, estrella fugaz de la escena cultural neoyorquina. Su historia comenzó en diciembre de 1960, en Brooklyn. Nacido de padre haitiano y madre puertorriqueña, Basquiat comenzó su carrera como pintor en medio de la cultura underground. Al principio, pintaba grafitis en la calle o en los trenes subterráneos. En aquella época, el artista firmaba con el nombre de "Samo", una desilusionada abreviatura de "SAMe Old shit ". De repente, su reputación explotó. A partir de 1982, Basquiat apareció en las paredes de la galería Bischofberger, luego en Larry Gagosian, Mary Boone, Michael Werner... Cometa incandescente de lo que se dio en llamar Bad Painting (pintura falsamente descuidada, pero realmente subversiva), Basquiat fue finalmente reconocido en febrero de 1985, en la portada del New York Times. Murió de sobredosis tres años más tarde, a los 27, dejando una obra de más de 800 cuadros y 1.500 dibujos, todos ellos pintados en un estilo neoexpresionista de rara potencia.

Fotografía contemporánea en Nueva York

Vivian Maier (1926-2009), Robert Frank (1924-2019), Joel Meyerowitz (1938)... Todos ellos fotografiaron Nueva York con pasión, cada uno a su estilo y siguiendo su propia historia personal. Cabe destacar el Nueva York postapocalíptico de Meyerowitz tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, donde captó toda la magnitud de la tragedia que observó, traumatizado. También hay que mencionar la increíble fama póstuma de la fotógrafa callejera Vivian Mayer, cuya obra es objeto de exposiciones en todo el mundo.

También es imposible no mencionar a Helen Levitt (nacida en Nueva York en 1913 y fallecida en la misma ciudad en 2009), la Doisneau neoyorquina, objeto de la exposición emblemática de los Encuentros de Arles en 2019. Autodidacta e influenciada por fotógrafos como Walker Evans y Henri Cartier-Bresson, comenzó a fotografiar las zonas desfavorecidas de Nueva York (Harlem, Brooklyn, Lower East Side) en la década de 1930. Su tema favorito era la infancia, capturando cada momento de la misma.

Por último, Cindy Sherman (1954) es sin duda la figura más consolidada del arte y la fotografía contemporáneos en la actualidad. Vive y trabaja en Nueva York y ha dedicado toda su vida a escenificarse a sí misma, primero en blanco y negro y luego en color, y continúa su incesante trabajo en torno a su propia feminidad. De lo romántico a lo grotescamente escandaloso, es una de esas grandes fotógrafas neoyorquinas que han sabido situar su obra en las fronteras de varias artes, entre ellas la pintura, el cine y la moda. Sus fotografías se reinventan a lo largo de los años, sin repetirse nunca. Su última serie hace referencia a los años veinte, los años de entreguerras de los locos años veinte y su transposición a Estados Unidos.